Por: Mario Rodríguez Ibáñez
Hace ya algunos años, con un equipo de trabajo con el cuál estábamos realizando una investigación sobre la situación de las niñas en la escuela y en la atención del sistema de salud en seis provincias rurales del departamento de La Paz en Bolivia, poblaciones mayoritariamente aymaras, hicimos una encuesta donde se preguntaba, entre otras cosas, sobre qué integrante de su familia necesitaba más atención en salud. Una de las respuestas más reiteradas fue la del “ganado”.
En otra ocasión, con un amigo, andábamos buscando un pedazo de tierra para poder tener un espacio de vida en las orillas de ese maravilloso lago que es el Titikaka. Encontramos la posibilidad en una comunidad llamada Toke Pokuro, en pleno lago mayor, fuera de los circuitos turísticos. Para ello, ya que en la comunidad estaba prohibido el mercado de tierras, una familia nos tuvo que adoptar como parte de ella y así accedimos a cuarta hectárea de terreno. Cuando realizábamos, con nuestras familias incluidas, el ritual de ch’alla[1] del terreno, apareció un anciano de la comunidad, con toda su sabiduría a cuestas, se aproximó a compartir el ritual con nosotros y nos dijo que el Tata tendría compañía y que esto estaba bien, que debíamos cuidar esa zona y ser respetuosos con él. El Tata es una piedra, mejor dicho, una roca grande, en plena orilla del lago Titikaka, muy próximo al terreno que nos concedieron; un lugar cargado de energía donde se desarrollan algunos rituales tradicionales andinos muy importantes para la regeneración de la comunidad.
Podría seguir con decenas de ejemplos vivenciales, pero lo importante es hacer visible dos elementos claves para comprender la vivencia comunitaria de los pueblos ancestrales de nuestro continente. Por un lado, su carácter relacional que va más allá de los vínculos entre humanos, ampliando sus relaciones con todo aquello que es parte de la regeneración de la vida en común. Por eso el ganado puede ser parte de la familia, que es lo común más próximo; así también una roca ritual y energética también hace parte del común ampliado en un territorio local. Son las múltiples relaciones de convivencia las que van configurando lo común compartido, y van diseñando la gestión de esas relaciones en un territorio determinado. Esas relaciones son relaciones intersubjetivas, configuran maneras de estar, de convivir, de constituir sujetos. Por eso no sólo los humanos y humanas son personas, sino también el ganado, los animales, el lago, las rocas, los vientos. Todos y todas son personas en las culturas ancestrales indígenas, por ello también son sexuados. Sólo en una comunidad ribereña del lago Titikaka identificamos 14 formas de nominar el agua, dependiendo de su forma y estado, como personas masculinas o femeninas, según el caso, pero todas ellas con cargas filiales y de comunidad: mamá (por ejemplo, el gran lago Titikaka es la gran Mama Lago o Jach’a Mamaquta). Así también, según sea río caudaloso, riachuelo, arroyo, lluvia, granizo, garúa, etc., el agua se nomina como tía, tío, suegra, nuera, primo, hermana, etc.
Si el primer elemento de configuración de lo común son las múltiples relaciones que hacen a nuestras convivencias y de las que dependemos para regenerar nuestra vida material, social y afectiva. La segunda es la gestión corresponsable de lo común. Por ello, nos tocaba hacerle compañía al Tata, cuidarlo y mantener una relación de respeto, así también él cumpliría con su parte de cuidado a la comunidad. Es decir, se nos encargaba una tarea importante para la regeneración de la vida equilibrada de la comunidad.
Como punto de partida de la vida en las culturas indígenas está la convivencia, el campo compartido, por ello el sujeto no puede ser comprendido sino desde el estar, y se está en comunidad. Como lo aprendí en la vida diaria de las conversaciones con mis vecinos de niños, lo que es ch’ulla (no par, lo incompleto), no regenera la vida, por ello hay que completarlo, hay que hacer que la unidad básica sea el dos y no el uno (por ello en Bolivia, en las ciudades más andinas, hasta las cervezas se piden de dos en dos y se beben en comunidad). La comunidad está en el centro de la reproducción de la vida y por ello hablamos de estrategias de comunalización que gestionan justamente lo común desde modos de vida capaces de convivir con el mundo contemporáneo moderno y con las lógicas del capital, pero al mismo tiempo que visibilizan y fortalecen otros modos de convivir que incuban y germinan alternativas a lo dominante.
En el presente artículo, de manera muy breve situaré dos condiciones, seis pasos y una conclusión con cuatro movimientos. Todo como trazo de brocha gorda, para comprender la relación entre educación – comunicación – cultura en procesos de vigorización de lo comunitario de manera que se afecten las relaciones de poder.
1.DOS CONDICIONES INICIALES
1.1.Partir de lo existente
No es posible generar una estrategia de comunalización que no parta de lo existente, de lo que habita de comunidad en nuestras vidas. Por el ello no hablamos de futuro deseado a ser alcanzado, sino de experiencias y vivencias a ser vigorizadas.
Lo existente tiene al menos tres características que quiero destacar ahora, porque me serán útiles para que se comprenda, en un artículo tan breve, los sentidos de esta estrategia de comunalización:
a) Es un mundo abigarrado
Entendemos por abigarrado un campo cultural diverso y complejo, donde existen espacios de continuidad de las matrices y singularidades de cada cultura que compone ese espectro diverso, pero donde también hay espacios para la convivencia de las diferentes matrices culturales que se van complementado, a veces tensamente y otras amistosa y amorosamente, en complementariedad; e incluso hay espacios para el brote de lo inédito, de lo nuevo desde lo existente. Es decir, lo abigarrado hace referencia a una trama multicolor y en movimiento donde se entremezclan las diferentes singularidades culturales, pero al mismo tiempo se mantienen esas mismas singularidades vivas y en movimientos de transformación sin que por ello desaparezcan las mismas. Se trata del reconocimiento de las vidas personales y colectivas como un continuo movimiento de intercambios y convivencias, pero en los que las singularidades no desaparecen, pero tampoco se quedan quietas momificadas, sino que están en un proceso permanente de transformaciones. Por ello, la configuración de lo comunitario a partir de las matrices culturales indígenas originarias, solo puede observarse en el mundo contemporáneo de forma de vital, capaz de traer al mundo presente su memoria ancestral, y por ello también es existente en el mundo urbano, desde esa nueva contextualidad.
b) Es un mundo de asimetrías entre diversos
Las matrices culturales singulares que conforman nuestra realidad abigarrada no se encuentran y conviven en condiciones equitativas, sino están cruzadas por relaciones de poder que escenifican trayectorias asimétricas de relaciones. Los horizontes civilizatorios portados por la modernidad occidental, con sus nociones y prácticas de desarrollo, progreso, ciencia, conocimiento, política, economía, estética, ética, etc., son las dominantes y conforman el repertorio de éxito que inundan nuestras subjetividades y sentidos de vida. Los modos de vida portados por otros horizontes como los indígenas y populares, si bien suelen ser fundamentales para la regeneración de la vida cotidiana y los lazos de comunidad, por tanto, muy presentes en la vida de las personas, incluso en ámbitos urbanos, en la estructura de validación social suelen ser colocados como secundarios y subordinados. Eso hace que mucho de lo que se porta como otros modos de vida, diferentes a los dominantes y hegemónicos, terminen en un proceso de folklorización, vaciándose en contenido y sentidos de vida.
Detrás de esa asimetría están relaciones de poder que reproducen las lógicas de dominación. Y éstas van en sentido contrario de la vivencia comunitaria, buscan constituir el individuo como sujeto de la sociedad, desmontando y erosionando las experiencias de convivencia y cuidado corresponsable de lo común. Por ello vigorizar los procesos de comunalización, tiene que ver con una estrategia ética y política para comprender la vida desde otros sentidos y horizontes, más relacionales y equilibrados no sólo entre seres humanos, sino también de éstos con sus entornos naturales, ancestrales y sagrados.
c) Lo existente es contradictorio
Las experiencias, vivencias y sentidos de vida que portan los sujetos populares, en nuestro caso con fuerte presencia de su pertenencia cultural indígena, son contradictorias. Por un lado, están habitadas e influenciadas por los procesos de dominación, es decir que expresan pensamientos y prácticas en el horizonte y las nociones validadas desde la modernidad occidental, el capitalismo contemporáneo y la configuración cultural señorial colonial y patriarcal que fue conformando nuestro día a día desde las élites dominantes de nuestros países, y que contagiaron al conjunto de las capas sociales. Y al mismo tiempo, por otro lado, se mantienen, en muchos casos vigorosamente, otras prácticas y pensamientos que hacen a otros modos de vida que reorganizan un nos-otros/as colectivo más comunitario y con otros sentidos de vida, provenientes justamente de unas prácticas propias cargadas de ancestralidades indígenas (en otros casos también africanas), con un profundo arraigo popular.