Así la comunidad no es algo del pasado, algo simple o en un estadio inferior que debe ser subordinada a los procesos hegemónicos y dominantes de la sociedad moderna, sino que expresa una manera de organizar las convivencias y las relaciones que debe negociar permanente con lo dominante. Es decir, está en situación de subordinación en el mundo contemporáneo, pero al mismo tiempo su capacidad de contemporaneidad sin renunciar a sus formas comunitarias, es lo que le permite seguir existiendo, en un escenario hostil y erosionado sí, pero con respuestas que nos muestran muchas capacidades prácticas para responder a los desafíos del mundo actual. Así la comunidad tiene referentes en su ancestralidad, en el pasado en este sentido, pero como los fantasmas que provienen del pasado, del ser que ya se fue, y que producen temores (o felicidades) en el presente por el posible encuentro con el espectro, encuentro que nos conmueve en el hoy por su posibilidad de darse en el futuro. Ahí su fuerza movilizadora, no como pasado, sino como horizonte de sentido que desde el presente va configurando el futuro viniendo del pasado. Por ello la referencialidad a la comunidad indígena y rural es inevitable al conversar sobre el tema. Por ello miramos allá, sirve de sentido de orientación, de lugar de aprendizajes. Sin embargo, las formas comunitarias de la vida no sólo están presente en lo rural y en el mundo denominado indígena. La población migrante a las ciudades porta sus modos de vida, entre ellos las formas comunitarias, éstas se resignifican, recontextualizan y rehabitan las ciudades con nuevas peculiaridades. En muchos casos ya no son posibles como organizadoras de las relaciones de la totalidad de nuestras vidas, pero si sostienen formas comunitarias que conviven abigarradamente con otras formas de sociedad. Por ejemplo, cuando observamos a la población de la ciudad de El Alto podemos identificar que, si bien su población está configurada por múltiples procedencias, también es cierto que estas multiplicidades comparten algunos horizontes culturales comunes. Es indiscutible la presencia de una matriz cultural andina, o de culturas andinas para ser más precisos. La migración aymara, la presencia quechua, los rebalses de La Paz, los flujos del sur peruano entre otros, comparten de manera general esta matriz común. Cuando se reconfigura las planificaciones urbanas de los barrios urbanizados, cuando se modifican las viviendas de los planes del gobierno, cuando se rearma la manera de hacer mercado y feria volviendo otra vez hacia la calle a pesar de los mercados cerrados, cuando crecen las entradas festivas patronales, cuando se multiplican los centros rituales, cuando las ch’allas de febrero se hacen masivas, cuando los cementerios se llenan de comida y festividad el 2 de noviembre, cuando el olor a sahumerios es más intenso en espíritu, se está poniendo en evidencia esta presencia vigorosa de la matriz andina, diversa, en la ciudad de El Alto. Los autos tienen nombres y se les da alimentos y bebidas en rituales, así como las casas son agasajadas el martes de carnaval, son adornadas y atendidas. Cuando se compra un nuevo bien en la casa, este es también recibido y atendido a través de la ch’alla. Incluso, ocurre algo similar con los animales, por ejemplo, se agasaja a los perritos en San Roque o a las ovejas y llamitas que todavía existen en esta ciudad se les adorna las orejas en momentos rituales. Estas expresiones, presentes en otras regiones y ciudades, así como también vestidas con ropajes cristianos en algunos casos, muestran una tendencia importante de las culturas andinas: todo está vivo y todo merece vivir. Por ello hay que alimentarlo, establecer relaciones de reciprocidad y compartir festivamente. Así como estas formas peculiares de vivir la cultura propia es traída y encuentra sus propias condiciones singulares de sostenerse en las ciudades, incluso con modificaciones significativas respecto a la comunidad rural de origen. Así también, las formas comunitarias de la vida irrumpen en las ciudades, las rehabitan, disputan espacios y se recontextualizan, así sea parcialmente. Nuestras vidas urbanas no tienen solo presencia indígena, tienen que convivir con rasgos diversos provenientes de otras matrices culturales, es lo que denominamos abigarramiento. Con esas otras formas culturales que provienen de procesos de globalización y de modernización, en muchos casos, aunque no únicamente, se convive. Los medios masivos de comunicación, la influencia de ciudades mayores y países vecinos, el rol de la escuela, el acceso creciente al internet, los tránsitos y desplazamientos territoriales cada vez más cotidianos, son sólo algunos de los mecanismos por los cuales la población de nuestras ciudades también se conecta con el resto del mundo. La ropa, la comida, la música son algunas de las expresiones donde se hacen visibles estas nuevas incorporaciones culturales. Sin embargo, es también significativa la presencia de estas otras matrices culturales en las relaciones económicas mercantiles, en las formas políticas de representación que entran en tensión con las formas de rotación de los cargos de las comunidades campesinas, en la organización de espacios de socialización diferenciados por edades, en el deterioro de las condiciones de vida que hacen poco posible la convivencia en redes familiares extendidas ampliando la existencia de familias nucleares de corte más occidental, etc. Sin embargo, también en estos modos de vida existen espacios y experiencias comunitarias de vida. Una observación profunda de la manera en que se reconstituyen y reorganizan las culturas juveniles urbanas, como campos de construcción de un nosotros colectivo y singular a la vez, puede contribuir notablemente a la comprensión de nuestra singularidad en el proceso de reorganización cultural que vive el mundo entero. Las culturas juveniles urbanas tienen un despliegue escénico simbólico bastante expresivo: la música, la danza y el baile, el manejo y uso de espacios, la vestimenta, los comportamientos y lenguajes de grupo, etc. Este escenario de múltiples expresiones contiene procesos conflictivos y complementarios entre consumos y producciones juveniles. Si se asume los procesos culturales como lineales, se puede asegurar que el tecno y el rock urderground son expresiones radicales de un mundo moderno globalizado y que erosionan a la tradición indígena en los jóvenes de hoy. En Bolivia, los y las jóvenes tecnos se parecen mucho a los de Berlín o Chicago, pero al mismo tiempo se organizan en grupo, ensayan pasos que “igualan” unas dos o tres veces por semana, tienen ropa distintiva del grupo y nombre, hasta organizan “barras” que acompañan al grupo por los diferentes concursos televisivos y de discotecas. La convivencia grupal les lleva frecuentemente a realizar otras actividades complementarias como hacer trabajos, participar de entradas folklóricas, deporte o ser simplemente una pandilla. En ellos lo efímero convive con lo que permanece, lo individual convive con la pertenencia grupal. Tienen mucho de tecnos, pero funcionan igual que una tropa de sikuris (música autóctona de las comunidades) o fraternidad de baile para una entrada folklórica. Estos y otros ejemplos nos muestran una tendencia a la presencia de la tradición indígena en escenarios considerados modernos globalizadores, recreando los mismos. Ahí también están presentes formas comunitarias de vida, que van más allá de la ritualidad musical, sino que atraviesan los modos más individuales de las sociedades modernas. Incluso, las propias formas globalizadas requieren de espacios comunitarios para la reproducción de la vida. Así lo comunitario, expresa formas diversas de vida, no sólo indígenas y rurales. Lo que ocurre en las ciudades, territorio a contrasentido de la comunidad, es que la predominancia es del mundo de lo individual, de lo social, es la expresión radical del “éxito” de la modernidad. En las ciudades no se cuenta con el elemento común articulador del todo de las relaciones sociales, del tejido social, sino que más bien es un cumulo de individuos, que para juntarse construyen una nueva referencia que es “la sociedad”, la misma que se construye a partir de normas y leyes formales que garantizan la convivencia entre esos individuos. La sociedad es una configuración normada, fuera de las personas, porque lo que termina siendo es una suerte de entidad supra personas que organiza la vida social, que organiza la vida de esos individuos, ya que de otra manera cada uno velaría solo por el interés individual. En cambio, la comunidad pone en privilegio la noción colectiva, la vida en común y hace que la reproducción de la vida este en función del bien común y no del bien individual, por tanto, la estructura de regulaciones de las relaciones y las convivencias está colocada más en el ámbito de la costumbre. Mientras que, en la sociedad, en la construcción más individual, la adscripción a colectivos, a grupos, ocurre por eso justamente, porque uno se adscribe, se adhiere, quiere ser parte de, porque comparte cosas comunes, intereses comunes, identidades comunes, sentidos comunes de vida, elementos que les ayudan a reproducir sus vidas; acontecen como un proceso de adhesión y adscripción, un “yo quiero ser de”. Estas formas de adscripción suelen estar más presentes en el espacio urbano. En las nociones de comunidad rural, lo que aparece de inicio al menos, es que uno no elige su comunidad, sino es parte de, está en, se es de. En la pertenencia a la comunidad puede haber niveles de adscripción, de adhesión, uno puede modificar su comunidad de pertenecía, para mirarlo desde el ámbito rural, muchas personas que tiene su comunidad de pertenencia original por la vía del parentesco o por la vía del lugar de origen, pueden al casarse con otra persona de otra región, también incorporase a otra comunidad, a otra articulación, a otra adscripción, se adscribe, pero esa adhesión ocurre, no solo porque se decide ser de esa otra comunidad, sino porque se está ya en esa otra comunidad, se nos incorpora ya en esa comunidad, o sea más que optar por ser de, parecería que la noción de comunidad es estar, ser parte de. Este estar en, nos está colocando ya un elemento distinto, las comunidades tienen una capacidad de integrar inclusive a gente que no adhiere con las formas de convivencia de su comunidad, por tanto, esa comunidad tiene que terminar aceptando a las personas, en esa aceptación existen normas de convivencia, que en general no están dadas por leyes rígidas, sino por formas que podríamos denominar costumbres. En todo caso las formas comunitarias en cualquier contexto, requieren de participación, de “ser parte de…”, de corresponsabilidad como veremos más adelante. Encontramos en nuestras propias experiencias vitales, que las comunidades, que las formas comunitarias de vida están también presentes en contextos urbanos, con una fuerte influencia de lo indígena y rural, pero que en ellas también hay expresiones más allá de lo indígena, provenientes de otros modos de vida. Lo urbano y las ciudades son continuidades, a veces complementarias y a veces tensas y conflictivas, con lo rural. Las ciudades y lo urbano, a pesar de ser el territorio privilegiado de la configuración de las sociedades modernas y de lo individual, siguen siendo al mismo tiempo escenario de disputa de los sentidos y modos de vida diversos, son territorios que también se rehabitan desde lo propio, y en lo propio siguen existiendo muchas formas de comunidad. Por tanto, lo comunitario es entendido como plural, como diversas experiencias comunitarias, que aprenden de nuestra ancestralidad y que tienen al mismo tiempo, brotes inéditos desde las ciudades. Desde ahí vienen nuestras experiencias y conversaciones. Y en esas conversaciones encontramos que en las ciudades existen comunidades urbanas, aunque casi nunca como totalidad de la vida, ya que deben convivir con los otros modos de vida hegemónicos y dominantes.
En lo URBANO no hay experiencia de COMUNIDAD como TOTALIDAD de la VIDA, pero si formas y experiencias comunitarias específicas o de parte de la totalidad. Las comunidades están presentes en las ciudades como formas comunitarias de vida que se mueven, resignifican, rehabitan, se erosionan, retroceden, vuelven, disputan, reciprocan en complejos procesos de negociación (inter)culturales y que, por tanto, nos demandan a posicionamientos culturales, políticos y éticos de lo que queremos hacer con nuestras convivencias y relaciones, con los MODOS de VIDA que queremos vigorizar y fortalecer desde nuestras acciones. La COMUNIDAD en este sentido, también es una opción política.
1.2. LA PREEMINENCIA DE LO COMPARTIDO, DE LO COMÚN, DEL BIEN COMÚN: LA COMPLEMENTARIEDAD ENTRE SINGULARIZACIÓN Y COLECTIVIDAD
Para que existan comunidades tiene que haber algunas cosas que se comparten, un campo compartido que genera espacio para lo común. Lo compartido es fundamental para la reproducción y regeneración de la vida, es decir que lo que se comparte o lo compartido es constitutivo de la reproducción de la vida: la tierra, un territorio, el agua, la calle, el cuidado de los niños y niñas, los alimentos, la fiesta, la recreación, el cuidado de la salud, etc. Ese común compartido, al generar necesidad de establecer relaciones y vínculos con los otros y las otras, necesitan organizar acuerdos de convivencia. Esos acuerdos de convivencia sirven para gestionar, comunitariamente, esos bienes compartidos que son asumidos como importantes para la vida de la comunidad. Por tanto, colocan a los llamados bienes comunes en el centro de la vida comunitaria. La comunidad nos enseña que no hay bien común sin gestión de lo común. Por tanto, no se trata de una actitud principista de la comunidad, sino de una práctica funcional que sirve para garantizar una convivencia más o menos equilibrada y la regeneración de las condiciones de vida. La comunidad se organiza en función del bien común, para resolver la vida, la reproducción de la vida de todos y de todas que son parte de la comunidad. En este sentido, no se trata de que en el bien común se anula a los individuos, se trata del bien compartido, el bien colectivo, el bien común, pero que reconoce y respeta la singularidad, respeta a los individuos. Existen dimensiones bastante individualizadas en la vida comunitaria, pero en última instancia los individuos están dispuestos a ceder su autonomía, porque para poder vivir en comunidad necesitas estructurar vínculos relacionales, pero no pierdes tu autodeterminación, tu singularización, sino lo que se hace es ceder los niveles de autonomía, de exclusividad, de individualismo, para colocar al final tu lugar personal como subordinado, de alguna manera, al bien compartido, al bien común. También esto lleva a que la comunidad a veces sea demasiado coercitiva, que no respete a los individuos y las individuas, no respete su dimensión singular, no respete sus propios intereses, sino que las termine tragándolos en función de los acuerdos colectivos del bien común. La comunidad tiene utilidad práctica, les sirve a las personas para garantizar la reproducción de su vida y de sus familias (en un sentido ampliado del término). Por eso, en la comunidad hay disposición para respetar los acuerdos, aunque sean solo de palabra y no normas escritas. Son acuerdos que obligan. Para ello, hay disposición de ceder cierta autonomía y libertad personal para garantizar el cumplimiento de los acuerdos en función del bien común. En la comunidad se constata la preeminencia de lo compartido, de lo común, del bien común por encima del interés individual. Pero lo común y lo compartido no lleva a procesos de colectivización de todas las formas de vida. Siguen ocurriendo formas de individuación en la reproducción de la vida. Son procesos de singularización de las personas y sujetos más colectivos como la familia, que requieren momentos colectivos de vida, así como procesos más individualizados. La comunidad no es lo mismo que la colectividad. La tensión fundamental de la configuración de las sociedades modernas se da entre colectividad e individualidad. La comunidad irrumpe en esa tensión reorganizando la relación de otra manera. En la comunidad no se vive la igualación de las diferencias generando una colectividad homogénea, nada más alejado de la comunidad. En la comunidad cada persona es singular, tienen sus rasgos de diferenciación, por tanto, su aporte al campo común es notablemente diferenciado. También son singulares grupos al interior de la comunidad, y cada comunidad respecto a la otra, o cada cultura respecto a las otras. Las singularizaciones intervienen sobre esa tensión entre lo individual y lo colectivo y lo reorganizan en trayectorias vitales que tienen como horizonte el bien común por sobre el interés individual. La comunidad aporta a la vigorización de la singularidad, así como crea el campo propicio para las negociaciones que permiten la convivencia equilibrada y equitativa entre diferentes. La diversidad de la comunidad no se corresponde ni con el fragmento postmoderno, ni con el metarrelato unificador moderno. Concibe la convivencia como re-creación negociada de los acuerdos en «sintonía» con las condiciones y circunstancias de cada momento y lugar, donde se permite el fluir de la vida, donde se potencian las singularidades, que sólo pueden existir en la medida que se encuentran con lo diferente en comunidad. Como ya señalamos, eso exige a las personas – humanas o no – que integran la comunidad, una disposición para ceder individualidad en función del bien común, a través de acuerdos que obligan, acuerdos de convivencia, lo que genera otra suerte de “institucionalidad” no basada en la ley, sino en la costumbre, en la negociación permanente de los acuerdos. El bien común y el cuidado de las relaciones tienen preeminencia, porque ellos son fundamentales para la reproducción y regeneración de la vida en todas sus dimensiones y para todos y todas. Por eso son acuerdos vitales, que se crían, flexibles, de acuerdo a las circunstancias y contingencias. Esto demanda a la comunidad y las personas unas grandes capacidades de conversar y negociar. Finalmente, hay otro elemento clave para que las personas integrantes de la comunidad estén con disposición a ceder partes de su individualidad en función de la preeminencia de las relaciones y del bien común, y es que la comunidad requiere de ciertos niveles de igualdad y/o equidad. No de igualación en el sentido de homogenización, sino de condiciones equilibradas y equitativas de vida, es decir de mecanismos que impidan el exceso de acumulación que desequilibre la comunidad y haga que el usufructo del bien común sea apropiado por pocos. Esta capacidad redistributiva de la comunidad es una de las garantías de esta disposición a la preeminencia de las relaciones y el bien común por encima del interés individual. La vida del todo, pero también de cada singularidad Se beneficia con condiciones apropiadas para su reproducción y regeneración, asumiendo y cumpliendo esos acuerdos que obligan. Es condición misma de la vida. Eso encontramos en formas de vida comunitarias en las ciudades, de eso iremos profundizando en los siguientes capítulos.
1.3. LAS PERTENENCIAS A LA COMUNIDAD
Una persona puede pertenecer, ser parte de una comunidad por distintos factores que en general están combinados entre ellos complejamente. En las comunidades tradicionales esta pertenencia inicial tiene que ver con las nociones de parentesco, se pertenece a la misma comunidad a la que pertenecen los padres, la familia y esto no lo elegimos, no nos adscribimos a una familia, somos parte de, aunque podemos cambiar luego en el transcurso de nuestra vida. Un segundo elemento que nos adhiere a una comunidad es el lugar de origen, si habitamos un territorio concreto, una localidad, ese lugar de origen también nos da una pertenencia por la socialización, a ser parte de, a estar en colectivo, porque compartimos identidades comunes, historias comunes, saberes comunes, ancestros comunes, porque compartimos sentidos de vivir, formas de convivir que organizan nuestra vida y eso suele condicionar también nuestros sentidos de vida y la manera en que cada uno y cada una asume el para qué está viviendo, cuál es su sentido, cuáles son los énfasis centrales en su vida compartida con otros y otras. El lugar de origen también nos ayuda a configurar nuestra noción de comunidad. A lo anterior se suma el tema de la historia, porque cada comunidad de origen, cada familia tiene una historia y eso nos liga con la ancestralidad. La comunidad no solo es una adhesión racional, es una adhesión profundamente afectiva, cariñosa, profundamente sentimental, intersubjetiva, porque nos enlaza claramente con la noción de ancestros. Sin ancestros, no hay comunidad. Nos remite al origen que nos articula, nos hace ser parte de. Eso nos coloca identidades compartidas, rasgos de vida, formas en que organizamos nuestra vida, nos reproducimos, interpretamos la realidad, interpretamos el cosmos, interpretamos la vida y reconfiguramos sentidos de vivir. Esas identidades son compartidas en quienes somos parte de una misma comunidad, también esto nos coloca en que tenemos saberes, un horizonte de saberes parecidos o similares, porque estamos compartiendo nuestra vida. En las comunidades nuestro horizonte de saberes y de sabiduría es compartido y eso nos permite a todos reproducirnos colectivamente. El campo de lo compartido de la comunidad es fundamentalmente la cultura, la manera en que habitamos el mundo, nuestros modos de vida en última instancia. En las ciudades, la fuerte preeminencia del parentesco, el lugar de origen o la historia compartida con vecinos y vecinas suele generar una pertenencia más grande; al país, al continente, al mundo, a la ciudad o, todavía en algunas zonas, al barrio. Sin embargo, estos mecanismos de pertenencia comunitaria están más disueltos y erosionados en las ciudades. No generan pertenencias fuertes o disposición necesaria a ceder el interés individual por el bien común y la necesidad de una convivencia relacional. La comunidad produce una suerte de red amparo y de protección. Esta red de amparo y protección que es la comunidad es fundamental porque produce lazos afectivos, lazos de intersubjetividad, también permite la reproducción de la vida en el colectivo. La comunidad no solo nos da una red de amparo, nos protege, nos permite reproducir la vida, permite que la vida se reproduzca y siga fluyendo. Es esa reproducción de la vida es de totalidad, es económica, social, cultural, política, organizativa, ética, estética; es decir que todas las dimensiones de la vida se reproducen al interior de la comunidad y nos permiten que la vida pueda seguir fluyendo. La gente que vive en comunidad necesita de la comunidad, esa su red de amparo y protección, para poder seguir viviendo y permitir que la vida se reproduzca. Cada persona de la comunidad no depende de sí misma, sino de su red comunitaria para vivir, y este es un otro elemento fundamental de esta noción de comunidad. Desde nuestras experiencias, las comunidades se constituyen fuertes en las ciudades por adhesión y/o adscripción. Esa pertenencia a formas comunitarias de vida suele darse por saberes compartidos que expresan entendimientos comunes de la vida, por modos de vida compartidos y por sentidos, horizontes u objetivos comunes. Estas opciones son notablemente políticas y éticas, y desde ahí reconfiguran nuestras vidas asumiendo la comunidad como fundamental para la reproducción y regeneración de nuestras vidas, tal vez no en la totalidad de las dimensiones de ella, pero si en partes fundamentales para cada persona. Cuando se asumen estas opciones políticas y éticas, se suele resignificar nuestras pertenencias al territorio, a la familia, a la historia común, reconfigurando nuestras identidades. Para decirlo de otro modo, la opción política y ética por la comunidad en las ciudades, hace que las formas originales de comunidad se vigoricen y rehabiten las propias ciudades, modificando el horizonte de ciudad al mismo tiempo.
1.4. VIGORIZACIÓN DE LAS FORMAS DE VIDA COMUNITARIAS EN LAS CIUDADES
La pertenencia y el vivir formas comunitarias en las ciudades se vigorizan por varios elementos o factores que encontramos en nuestras conversaciones mientras sistematizábamos este trabajo. Señalemos algunos de esos:
a) Una precaución permanente de que no todo lo colectivo y compartido es comunidad. Por ello, no basta generar procesos de encuentro colectivo, sino de cuidar otra gran cantidad de factores que hacen de ese espacio compartido, un espacio comunitario o dónde se practican formas comunitarias de vida.
b) Disposición de hacer cosas con otras personas, la convivencia con otras y otros es fundamental. En un mundo donde los procesos de individualización son cada vez más fuertes, en ciudades donde las infraestructuras y actividades de encuentro están pensadas en multitudes, pero aisladas entre ellas, se hace fundamental retomar una actitud de disposición a encontrarnos físicamente, a mirarnos, a escucharnos, a tocarnos, a la proximidad y no solo al encuentro mediado por la tecnología de la comunicación.
c) Sentido de pertenencia, “me siento parte de…”. Mientras el mundo contemporáneo fomenta el desarraigo como el lugar de la ciudadanía – consumo – global, la vuelta a la pertenencia, al contexto, a contextualizar nuestras propias vidas son fundamentales para el sentido de comunidad. Trabajar contextualizando lo que se “consume” en las ciudades como la música o la comida, difundiendo sus historias son elementos claves de ese proceso.
d) Configura una afectividad, un vínculo, un lazo no exento de tensiones. Son relaciones altamente afectivas. La comunidad al privilegiar lo relacional y vinculante generar una intersubjetividad fuerte. Entonces la comunidad o las comunidades, funcionan en gran parte como redes de amparo y protección, permiten la reproducción de la vida en todas sus dimensiones, garantizan esa reproducción, pero también cargan una profunda intersubjetividad muy poderosa que permite sentirse en comunidad, eso es energía, cariño, afecto, sentido de arraigo, sentido de pertenencia a unos mismos ancestros. Por ello en la comunidad es tan importante lo festivo y lo ritual, dimensiones fundamentales para la vigorización de una intersubjetividad de afectos fuertes.
e) El acompañarse y echarse de menos. La comunidad es proceso complejo de crianza de ella en nuestras vidas, pero también de crianza de las personas en la misma. Hay que hacer brotar la comunidad en nuestras vidas urbanas, fragmentadas y segmentadas, pero también la comunidad nos debe integrar paulatinamente. Por ello el acompañamiento es fundamental, el “echarnos de menos” cuando alguien se aleja o no participa. En estas redes de amparo y cuidado hay que ganarnos ese afecto a través de un proceso complejo de crianza y acoplamiento a la comunidad. El “echarse de menos”, es una manera efectiva de mostrar de que todos y todas son importante para la regeneración de la vida.
f) Responsabilidades, “dar cuenta de…” y corresponsabilidad. Las formas de vida comunitarias exigen acuerdos que obligan y disposición de cumplirlos, aunque sean acuerdos de palabra. En la medida que hay un ejercicio vigilante de responsabilidad, de “dar cuenta de…” a la comunidad para transparentar los procesos y de corresponsabilizarse por la vida y las tareas de los otros y otras, las comunidades se fortalecen. La corresponsabilidad es la manifestación orgánica de la existencia de una red de amparo y cuidado, donde el individuo da paso al compartir. La vida se enriquece y se es capaz, por ejemplo, de encarar los temas de inseguridad urbana desde otro lugar: desde el cuidado corresponsable de los cuerpos de todos y todas y no desde la represión.
g) Hay un camino, un sistema de cargos y responsabilidades que hay que seguir. En las comunidades hay cargos, mandatos, responsabilidades que cumplir. En la media que estos corresponden a una suerte de camino y sistema que regula su no acumulación o la disputa desencarnada por acceder a ellos, la comunidad se hace más fuerte, quebrando las jerarquías, ya que estás se mueven, son transitorias y flexibles. También, se limita las maniobras perversas o el interés de conseguir un cargo como un fin en sí mismo, retomando más la noción de servicio. Se requiere en las comunidades visibilizar y trabajar esta dimensión del camino o el sistema de cargos y responsabilidades.
h) No hay delegación, hay mandatos. En la medida que se delega representación de la comunidad, más fácil se entra en un sistema competitivo que lucha y disputa para acceder a esa representación que da privilegios. Las comunidades se fortalecen en la media que lo que otorgan es mandados, es decir que los cargos deben llevar las decisiones y tareas mandatadas por la comunidad a las personas o pequeños grupos. El cargo se vive como servicio que genera obligaciones, por tanto, no se convierte en apetecible para la acumulación.
i) En la comunidad se convive con el disenso. El estar en comunidad no significa que todos opinamos ni todos creemos lo mismo, puede suceder que en la comunidad existe mucha gente disconforme que no está contenta con las formas de vida comunitaria, pero acepta convivir inclusive desde su descontento, porque reconoce que necesita a la comunidad para reproducirse, esto es importante.
j) Las personas se asumen como totales, pero incompletas. Las personas de la comunidad son personas totales, vivimos todas nuestras dimensiones de la vida, pero, si bien somos totales al mismo tiempo somos incompletas. En todas nuestras dimensiones de nuestra vida, necesitamos recibir, reciprocar, complementarnos con otras y con otros; eso va en contra de las lógicas individualistas de competencias típicas de las sociedades occidentales, de la noción de sociedad y de individuo. La noción de comunidad nos exige la aceptación de la incompletitud y desde esta, compartir, reciprocar, complementarnos con otras y con otros, por tanto, la noción de autonomía se transforma completamente, porque ya no se asienta sobre el individuo, sino sobre el espacio compartido, sobre el escenario del bien común. En ese sentido, en la noción de comunidad, la riqueza más grande, no es la acumulación de bienes, sino la riqueza más grande es la de tener muchas redes y relaciones; entre más redes y relaciones se tienen, mejor se puede estar en comunidad porque se garantiza el amparo, la protección, la reproducción de la vida en todas las dimensiones económicas, políticas, sociales, culturales, etc.
k) La comunidad intenta trabajar espacios de totalidad de todos los segmentos del colectivo; por ejemplo, organiza la fiesta para que todos los segmentos etarios, varones y mujeres, estén presentes en la fiesta. A la vez también tiene espacios de singularización, es decir, no significa que el hacer todo en común no genere espacios de singularidad; espacios para jóvenes, niños, adultos, mayores, mujeres, varones, sino que, si bien se reconocen estos espacios de singularidad, se les otorga mucho hincapié a los espacios donde la totalidad de esos segmentos se encuentran. Por ello, organizar actividades para la convivencia intergeneracional e intergénero son vigorizadoras de las formas de vida comunitarias. Resaltando nuevamente, que eso no limita la necesidad de espacios de singularización.
l) Las redes de amparo, cuidado y protección deben tener una utilidad práctica. Una red de amparo funciona si es capaz de generar eso, cuidado y protección. Por ello las comunidades generan formas de amparo económico, social, personal, de los cuerpos, de las vidas. En la medida que la comunidad cumple estas tareas, se hace más fuerte la comunidad. Hay varias experiencias que muestran esto y es una dimensión a no descuidarse en ningún caso. Se trata de una confianza en la RED, necesidad de la RED para sobrevivir y regenerar la vida.
m) Reciprocidad y redistribución necesarias para la regeneración de la vida. Las reciprocidades tienen que ver con relaciones que obligar a dar y recibir en condiciones más o menos equilibradas, lo que limita relaciones de sujeción y subordinación. Nadie puede dar más de lo que no se está con disposición a recibir, nadie puede recibir más de lo que se está en disposición de dar. Eso genera mayor equilibrio y equidad entre las personas y entre las comunidades. A pesar de ello se suelen generar procesos de acumulación que desequilibran las formas comunitarias, por ello se necesita mecanismos de redistribución que reequilibren al grupo. Hay muchas experiencias al respecto, pero exige unos acuerdos que den cuenta de estos mecanismos.
n) La vigorización de la vivencia del tiempo cíclico es fundamental para la vigorización comunitaria. Las culturas indígenas y agrarias, se organizan a través de los ciclos de regeneración de la naturaleza. Los rituales, las fiestas, los movimientos migratorios, las formas organizativas,… están «sintonizados» con esos ciclos. Los tiempos de la naturaleza son cíclicos, es decir que vuelven a repetirse, pero nunca de manera igual, por eso no hay que confundir ciclicidad con circularidad repetitiva. No es el tiempo lineal, uniforme, rectilíneo que cancela siempre el pasado y presente, en visión de futuro: el tiempo moderno. El tiempo de la comunidad es un tiempo que vuelve siempre a los ciclos, pero en el que cada ciclo es diferente, no se repite tal cual. Cada ciclo es una recreación de lo existente. En las formas comunitarias es deseable que los sistemas de producción sintonicen con los ciclos de la naturaleza, que los consumos de alimentos sean estacionales, que existan rotaciones de cargos, que las fiestas también roten en sus responsabilidades y diálogos con los momentos más importantes del ciclo, que se fomenten formas de rotación del beneficio como los pasanakus . En cada ciclo hay nacimiento, maduración, cansancio, «muerte», nuevo nacimiento, etc. Por ello no hay una concepción de infinito progreso. La noción de secuencialidad, de antes y después, está presente en los ciclos, se sabe que la cosecha sólo es posible después de sembrar. Pero, las secuencias no cancelan lo que está antes, sino que preparan un retorno a ellas en nuevas circunstancias, la secuencia se da en procesos cíclicos.
o) La crianza y el cultivo como forma de vivir (conservar, regenerar, recrear). En este horizonte del vivir bien, no existe tanto la noción de generar algo nuevo de la nada, o cambios radicales repentinos, porque no son creaturas o creaciones lo que se hace, sino criaturas y para criar hay cultivar, permitir el brote, sintonizarse con ese brote. Para criar es necesario conversar. Conversar significa compartir el mismo verso y el mismo verso significa compartir el mismo ritmo de la vida que permite su fluir. Esto no significa que no exista contradicciones, conflictos, tensiones, contrasentidos en esas conversaciones; pero esas conversaciones tienen que permitir el fluir de la vida, se conversa para sintonizarse, y en ese sintonizar permitir que la crianza permita la regeneración de la vida. La crianza nos remite al cuidado, a la corresponsabilidad, es latamente política en un mundo productivista, ya que devuelve a las relaciones al centro de nuestra actividad criadora.
p) Diversidad, variabilidad. En nuestras culturas no se cría una sola cosa, no existe la idea del monocultivo, no hay la idea de un solo producto a ser cultivado, no se cría un solo animal. En la chacra se combinan y conviven distintas semillas, distintos cultivos que se abrazan, se cuidan entre ellos, la gente aprende cuáles se llevan bien y cuáles no se llevan tan bien y por tanto no se les pone juntos, también se permite un nivel de variabilidad muy alto de semillas, se cultiva en distintos momentos del año, siendo la misma época de siembra se cultiva en dos o tres siembras distintas para garantizar que siempre se dé la regeneración de la vida y no todo se ponga a disposición de un solo tiro y que una lluvia, una helada, una granizada, una sequía elimine toda la chacra. Estas formas de criar permiten que en algunos lugares brote la chacra y en otros se malogre, pero no dañando el todo. Esta diversidad y variabilidad permite convivir con el clima y la variabilidad ecológica de nuestra región. La diversidad y variabilidad también están presentes en las estrategias económicas populares urbanas, en las formas de agrupación que cruzan el deporte, la cultura, la religión y otros campos. La vivencia de esa diversidad y variabilidad es un hecho político que contribuye a las formas comunitarias de la vida.
q) Lo local, artesanal y de pequeña escala. La producción y el consumo de lo local, de lo artesanal y de pequeña escala fortalece las vivencias comunitarias urbanas. La tienda de barrio, el carrito de desayunos de la esquina, los mercados populares, la comida en pensiones familiares son algunas de esas formas que habitan las ciudades. Su fortalecimiento va en contrasentido de las lógicas de expansión del capital, de la homogenización globalizadora, de las grandes cadenas monopólicas. Son parte de la noción de comunidad.
r) Regular y definir contornos y límites no estables ni fijos. La vida en comunidad requiere fortalecer nuestras capacidades de escucha, de conversación de negociación, de generación de acuerdos. Esos acuerdos ayudan a regular la convivencia, pero los mismos deben ser unos contornos flexibles y no límites rígidos, así la necesidad de la generación de acuerdos es constante, así se reaprende a corresponsabilizarse, a ser parte de la comunidad.
s) Capacidades de negociación, de deliberación y de escucha. Como complemento al anterior punto. Esto exige un reaprender estas capacidades, fomentarlas, generar estrategias para su uso cotidiano en nuestras organizaciones y vida cotidiana. Sin embargo, es importante que las capacidades de negociación, deliberación y escucha se den en condiciones de mayor igualdad o, mejor dicho, equilibrio. Cuando existe mucha asimetría se imposibilita la comunidad. Por ello la comunidad está en contrasentido del capitalismo y sus lógicas de acumulación, del desarrollo y el progreso infinitos. La comunidad es una apuesta política civilizatoria.
t) Una articulación tecnológica entre lo funcional pragmático, lo ritual simbólico y lo estético bello. Las comunidades que utilizan y despliegan tecnologías funcionales y pragmáticas para la vida, es decir que son útiles, junto con dimensiones rituales y simbólicas de las mismas, y que sean además bellas estéticamente hablando, se fortalecen porque esas tecnologías funcionan como amalgama de las relaciones. Son como los textiles indígenas, llamados awayos en las zonas andinas. Un textil debe ser práctico, ya que sirve para cargar cosas, alimentos o niños/niñas, pero al mismo tiempo se ritualiza su elaboración y contiene un potencial simbólico cohesionador en sus colores y figuras, narra historias, y, claro, al mismo tiempo es hermoso. Esa potencia tecnológica es clave en la cohesión de la comunidad. Por ello actividades culturales y festivas, con eminente capacidad funcional en la economía y el tejido social, hasta en la salud, son tan importantes para la vida comunitaria. Se trata de retejer la relación equilibrada entre trabajo – fiesta/ritual – gestión – Intercambio (rotación) parta la convivencia.
u) La comunidad garantiza la reproducción de la vida y por eso genera la disponibilidad de darle tiempo, comprometerme, identificarme. Las comunidades demandan mucho tiempo, responsabilidad, energía. No es sencillo estar en espacios compartidos y generar acuerdos de convivencia, cuidarlos y criarlos. Es exigente, mucho más que una vida más individualizada en sociedad. Y más aún, en la medida que la comunidad está muy ligada al cuidado, en sociedad patriarcales, esa tarea es destinada más a las mujeres. Así las mujeres suelen ser las más exigidas en la energía a disponibilizar para las formas de vida comunitarias. Por ello en las comunidades hay que trabajar procesos de despatriarcalización de las relaciones, de la valoración de las tareas de cuidado, del sentido valioso del amparo colectivo. Como se señaló antes, en la medida que la comunidad garantiza la reproducción de la vida, es decir es útil, se van generando las condiciones para darle ese tiempo, esa energía.
v) Tensiones, contradicciones, cortocircuitos, conflictos. La convivencia comunitaria está llena de tensiones y conflictos, de problemas e inconformidades. Hay eliminar la idea paradisiaca de la comunidad, está llena de contradicciones porque no existe por fuera del mundo hegemónico y dominante de hoy. La comunidad muchas veces recurre a la coerción, la culpa, la sanción para mantener su cohesión, pero ello suele ser demostración de su erosión y debilidad. Por ello, admitiendo esas debilidades inevitables, hay que fortalecer sus elementos potenciadores de la vida para garantizar su permanencia y desde ella su disputa como modo de vida y horizonte alternativo a lo dominante. Si la coerción y la sanción se consolidan como su más fuerte amalgama que la sostiene, la comunidad está condenada a su erosión y desaparición.
w) Continuidad que genera perdurabilidad. Los procesos de crianza y convivencia en comunidad en las ciudades exigen continuidad, terquedad en el sentido positivo de la palabra. Se trata de procesos cíclicos, con altibajos, con retrocesos, pero en la medida que se sostienen, las formas comunitarias perduran y disputan los territorios al avance del capital y la modernidad individualista y consumista. Por eso también, las formas comunitarias urbanas exigen, al menos en este tiempo y por un tiempo opción política y ética. En la medida que se muestran útiles para la reproducción y regeneración de la vida de las personas, se reconstituye como costumbre, ya se vive nomas. Así como los procesos de modernidad nos hicieron desaprender las formas comunitarias de la vida, en la medida que éstas prácticas perduran, reaprendemos a convivir en comunidad.
x) Reciprocidad entre humanos, naturaleza, ancestros, lo sagrado. La comunidad no es una relación intersubjetiva únicamente entre seres humanos. La comunidad tiene que ver con esta complementariedad y reciprocidad, porque somos incompletos entre seres humanos, pero también de seres humanos con la naturaleza, o también de los seres humanos con el mundo de lo sagrado y de los ancestros y ancestras. Los seres humanos reciprocamos, nos complementamos entre seres humanos, con la naturaleza, con el mundo de lo sagrado, pero también con el mundo de los ancestros, de nuestras raíces, de nuestros orígenes, con esos cuatro al menos conformamos comunidades. Todo eso se interrelaciona, todo eso genera intersubjetividad, todo eso es convivencial y relacional, por eso la comunidad no es posible sin convivencialidad. En la medida que las comunidades urbanas experimentan estás múltiples dimensiones de las personas, no solo humanas, se fortalecen profundamente, eso dice nuestra experiencia.
y) Para cerrar, la comunidad exige un mínimo de igualdad y equidad, en relaciones asimétricas es imposible que exista comunidad. Esto ya se mencionó de manera general, pero el reafirmar este aspecto nos señala claramente una opción política: la lucha contra las desigualdades y opresiones de todo tipo. Ese es el sentido de la comunidad.
1.5. LO MICRO Y LO MACRO, LOS TERRITORIOS
Las comunidades están muy ligadas a lo micro. Pero, lo micro no es lo pequeño. Lo micro desde esta perspectiva hace referencia a una escala en la que se puede abarcar la mayor cantidad de dimensiones de la vida, justamente por ser una escala que abarca poco territorio, pero mucha vida por decirlo de alguna manera. Las personas de la comunidad pueden participar en ella desde esas sus múltiples dimensiones vitales, y las acciones que emprendemos en ella pueden tocar más dimensiones justamente. La masividad no es su lugar, por tanto, tampoco la homogenización. La diversidad puede ser atendida mejor justamente de lo micro. Lo micro al ser más abarcador de las personas, de los sujetos, incluso de los territorios locales, tiene una mayor capacidad de incidir, de impactar tanto en la vida cotidiana de las personas, como en el tejido organizativo y en la gestión de lo público (lo público comunitario y lo público corresponsable con lo estatal incidiendo en las políticas). Pero, como ya se señaló, las comunidades también son en la medida que asumen su incompletitud, por tanto, no pueden ser cerradas. Sus territorios micros se abren de manera flexible y discontinua a otros territorios. El TERRITORIO es parte de la COMUNIDAD y la COMUNIDAD se hace en los TERRITORIOS. Esa también es una opción política que asumimos en contextos urbanos. El territorio y su desposesión es uno de los mecanismos contemporáneos de expansión del capital, desde la colonia fue la forma predominante del saqueo y el extractivismo. Por ello, se vuelve a reivindicar el territorio, la pertenencia, la contextualización y la historia. El territorio de la comunidad se abre a multiterritorios de relaciones, a territorios en movimiento (trayectorias), porque las personas se mueven, se traslada, ocupan y rehabitan. Desde ahí se incide también en lo meso y en lo macro. Por tanto, el territorio de la comunidad parte de lo micro, ahí su gran potencia transformadora y emancipatoria, pero se mueve multiescalarmente. No hay una comunidad única mayor, hay taypi (lugar de encuentro y mediaciones) de muchas comunidades. Un taypi de comunidades posibles. Redes y tejidos de comunidades. Redes y tejidos encontrándose, haciendo circular sus riquezas, compartiendo y reciprocando, redistribuyendo. Esos tejidos se están haciendo en illas (como semillas que contienen toda la información genética de los frutos pero que todavía no son frutos, sino sólo semillas que tienen que ser criadas amorosamente). Son tejidos y redes de múltiples comunidades y diversas formas de vida comunitarias. Son filamentos, lanas de esos otros MODOS de VIDA capaces de disputar el horizonte civilizatorio dominante y hegemónico, desde el Vivir Bien o el Buen Convivir. Po ello nos apostamos a trabajar estos debates y contribuciones como cuadernos de conversaciones, en proceso de crianza. Por ello la comunidad sólo puede existir desde lo existente, valga la reiteración. No desde el ideal de futuro. Sino desde esas vivencias comunitarias que están presentes en nuestras ciudades, en nuestras vidas con sus contradicciones, sus limitaciones, sus conflictos, sus erosiones, sus miserias. Pero están, y desde lo micro generan gran incidencia con posibilidades de horizontes comunes y compartidos de civilizaciones plurales. Las comunidades nos traen el poder de lo transformador y lo emancipador desde lo que se vive, desde lo existente.
1.6. LAS COMUNIDADES URBANAS COMO LUGAR DE LAS RE-EXISTENCIAS FRENTE AL MODELO HEGEMÓNICO Y DOMINANTE
Lo nuevos sentidos del debate sobre la ciudad y sus modos de vida se han planteado nuevos horizontes de significación como la diversidad y pluralidad de ciudades, de experiencias urbanas, de sujetos, de culturas, de economías, de territorialidades, de nociones sobre infraestructura, de maneras de habitar y convivir que hay en ellas. Las alternativas se van tejiendo como re-existencias desde otros horizontes civilizatorios, todavía difusos, pero que van reconfigurando las formas de actuar y habitar las ciudades. Eso atraviesa el debate sobre las ciudades y reconfigura las maneras de las alternativas y del como habitar las mismas. Se trata de retejer las ciudades y la pluralidad desde alternativas al desarrollo moderno dominante, al capitalismo, al extractivismo, a la colonialidad, al patriarcado, al sobreconsumo y la aceleración de la vida, a los modos señoriales de nuestras vidas que son los dominantes en nuestros países y en las ciudades. Se asume, crecientemente, que no es posible, sin embargo, pensar estos nuevos horizontes alternativos sino desmontamos mucho de que se ha naturalizado como lo propio de lo urbano, de la vida y de nuestros Estados. Ahí brotan vigorosos debates sobre los procesos de descolonización, despatriarcalización y deconstrucción de una vida mercantilizada y sobreconsumista. Por tanto, hoy las experiencias alternativas urbanas no solo ponen énfasis en los destinos, en los discursos, en los proyectos, sino también en los cómo, en las estrategias, en las convivencias, en la vida cotidiana articulada con en el tejido organizativo y comunitario y con las políticas públicas y el Estado. Es decir, también reconfiguran la noción de la participación y lo público como lugar de decisión, corresponsabilidad y gestión desde el tejido organizativo y comunitario con el espacio estatal. Ya no solo se demanda para exigir derechos, sino que se busca gestionar lo público sin que el Estado pierda sus obligaciones, sino que las descentre corresponsablemente hacia ese tejido autónomo y ese tejido ejerza sus propias prácticas como las políticas de convivencia que ya no solo son monopolio estatal. La política se renueva como redistribución del poder y otra noción de lo público, frente al reduccionismo que se concentró demasiado en las políticas sosteniendo una centralidad del Estado en el manejo del bien común y lo público. Lo que va brotando como alternativas urbanas en este inicio del siglo XXI están marcadas por un proceso complejo, no lineal, abigarrado y fecundo de resignificación del sentido de ciudad y de los modos de vida urbanos desde la pluralidad y diversidad; reconfigurando la posición de los sujetos y los territorios urbanos lo que deconstruye/reconstruye las estratificaciones y fragmentaciones sobre las cuales se reprodujo las dominaciones coloniales, patriarcales y de clase; haciendo que las maneras en que los sectores populares, los pueblos indígenas, las mujeres y jóvenes en que rehabitan las ciudades se lean no solo como resistencias, sino como al alternativas o re-existencias que van transformando y emancipando lo existente, retejiendo la reciprocidad complementaria con el mundo rural. Poco a poco, pacientemente, porque todavía es desde el lugar de lo subalterno, de lo oprimido, de lo invisibilizado que se brotan estas experiencias alternativas, pero sin duda crecientemente esperanzadoras. Ahí, las formas de vida comunitarias siguen siendo fundamentales para organizar nuestras relaciones y convivencias. Las comunidades nos colocan en el desafío de la complementariedad recíproca -tensa a la vez- entre procesos de singularización y de lo común compartido. Entre lo local, su ámbito propio de regeneración, y los tejidos complejos multiescalares. Entre lo territorial concreto y las intersubjetividades que entrelazan afectividades y pertenencias. Entre lo ritual convivencial y la funcionalidad pragmática de la vida. Entre la sabiduría ancestral y los brotes contemporáneos. No hay territorialidad sin comunidades fuertes. Y esas comunidades fuertes requieren darse condiciones para su autonomía, una autonomía que no significa soledad, sino el reconocimiento de nuestras riquezas y potencialidades, de nuestras capacidades, de nuestra totalidad de la vida o integralidad, pero al mismo tiempo de nuestras incompletitudes que hacen que nuestras vidas necesiten de las otros y de las otras para poder existir, ahí la importante de las redes y los tejidos. Redes y tejidos muy cotidianos, muy presenciales, muy convivenciales, pero que se pueden complementar maravillosamente con redes comunicacionales amplias, incluidas las digitales. Las comunidades nos permiten convivir y recomprender, desde lo micro, desde lo existente contradictorio, su potencia transformadora de la TOTALIDAD. Las comunidades son al mismo tiempo territorio de resistencias y de re-existencias, de rehabitar el hoy, desde lo que fuimos, desde lo existente, para permitirnos un devenir de otra manera, es decir desde otros MODOS DE VIDA. Las comunidades nos invitan a pensar las sociedades desde la pluralidad y heterogeneidad institucional. Desde la importancia reafirmada de nuestra autodeterminación y autonomía, así como desde la incompletitud. Nos toca conversar sobre cuatro institucionalidades configuradoras de nuestras vidas: lo estatal, lo privado, lo social y lo comunitario, y desde ahí repensar lo público como el lugar de nuestra autodeterminación y de corresponsabilidad con esas otras institucionalidades.
Red de la Diversidad 2018