Resignificando la ciudad colonial y extractivista[i]
Mario Rodríguez Ibáñez
“Para poder encontrarse, primero hay que tener el coraje de perderse”
(Grafiti pintado en la década de los noventa, en la ciudad de La Paz)
La ciudad se encaramó en el simbólico dominante, como el lugar privilegiado de distanciamiento de la naturaleza, como el lugar de la civilización, como el lugar del éxito moderno, como la materialización del progreso y del desarrollo. La ciudad se identificó como distanciamiento de lo campesino, y en nuestro continente invadido eso significa, también, distanciamiento de lo indígena, en oposición a lo rural que se relaciona con “dependencia” de los ciclos de la naturaleza. La ciudad se hizo, así, el lugar privilegiado para no ser nosotros ni nosotras, para dejar de mirarnos al espejo y, al contrario, tratar de vivir una mascarada de imitaciones a lo externo, a lo “civilizado”, a lo “desarrollado”, a lo moderno-colonial.
Las ciudades son el corazón de la reproducción de los modos de vida dominantes, coloniales, modernos, capitalistas. Las ciudades son el lugar donde se alimentan las subjetividades que consolidan nuestro histórico saqueo y el extractivismo primario al que nos condenó la colonia. Y, sin embargo, nuestras ciudades no escapan de su sino; no pueden no ser habitadas por nuestros otros modos de vida profundamente indígenas u originarios, que disputan desde “lo popular” sus significados y sus configuraciones.
Sí. Hay que tener el coraje de perderse de lo que hemos venido normalizando como espacio y modos de vida urbanos; perderse de esas características con las que hemos venido aceptando nuestras vidas en las ciudades o, al menos, con las que hemos creído que deberíamos urbanizarnos, sinónimo de civilizarnos. No hay otra manera de encontrarnos, de rencontrarnos…
Este artículo pretende contribuir en ese debate, a partir de las conversaciones y experiencias que venimos compartiendo en la Red de la Diversidad,[ii] complementadas con intercambios con otras experiencias del país y del continente, entre ellas, las de grupos de Venezuela,[1] en especial del Movimiento de Pobladoras y Pobladores, con quienes, a través de un cómplice compartir, nació la idea de este texto. El mismo debería, inicialmente, recoger los resultados de esos intercambios con Venezuela; no obstante, decidimos que resulta más pertinente y coherente que éste se refiera a lo que venimos debatiendo y criando en la Red de la Diversidad de Bolivia, y dejar espacio para una voz propia desde Venezuela. Así, el presente artículo no intenta ser un trabajo riguroso sobre el tema urbano o un recuento histórico; más bien, se ubica en el lugar de los sentidos de resignificación y reconfiguración de la ciudad, desde ese horizonte que denominamos Vivir Bien/Buen Convivir. Tiene un carácter más de búsquedas que de verdades, más de provocaciones que de recetas, más de preguntas que de respuestas. Desde aquí hablamos, desde aquí te compartimos estas palabras.
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