ARTURO ESCOBAR EN “LA OLLA, SAZÓN PÚBLICA”: RECOMUNALIZAR Y RELOCALIZAR LA VIDA

Arturo Escobar (Colombia), en una entrevista imperdible con «La OLLA, sazón pública», el programa de la Red de la Diversidad, para conversar sobre los procesos de recomunalización y relocalización de la vida para fortalecer nuestras autonomías.

Y de yapa les compartimos este notable artículo de Arturo Escobar, que fue el inspirador de la entrevista que acabamos de compartir.

 

 

EL PENSAMIENTO EN TIEMPOS DE POS/PANDEMIA[i]

Arturo Escobar

 

“Sea lo que sea, el corona virus ha doblegado a los poderosos y causado un alto en el mundo como nada más podría haberlo hecho. Nuestras agitadas mentes ansían un retorno a la ‘normalidad,’ intentando pegar nuestro futuro a nuestro pasado y resistiéndose a aceptar la ruptura. Pero la ruptura existe. Y en medio de este terrible desespero, nos ofrece la oportunidad de repensar la máquina infernal que nos hemos construido. Nada podría ser peor que el retorno a la normalidad”.[ii]

 

“¿Qué hacer para seguir de-construyendo este patriarcado que nos asesina física y espiritualmente? … Los slogans ‘quédate en casa y lávate las manos’ son falacias. Las desigualdades, las inequidades y las injusticias de este sistema capitalista son la pandemia, gritamos por ahí”.

 

“Por eso, luchar por la tierra no es un problema ni un deber solamente de los indígenas, sino un mandato ancestral de todos los pueblos, de todos los hombres y mujeres que defienden la vida. Porque solo en la lucha para poner en libertad a nuestra madre recuperamos la dignidad, alcanzamos la justicia y la equidad, y caminamos la palabra que defiende la vida. Seguiremos coordinando, haciendo las alianzas estratégicas y llamando desde las palabras convertidas en acción en el espíritu de la comunidad a despertar las conciencias y a recuperar la Madre Tierra para ser libres”.

 

“La pandemia constituye sin duda un llamado de alerta. Permite ver muchos aspectos del horror que habíamos llegado a considerar ‘normal’”.

 

Preámbulo: El pensamiento crítico en tiempos de la pandemia, y algo de contexto

 

Comienzo por expresar una cierta precaución en atreverme a exponer estas ideas sobre la situación actual motivada por la pandemia del llamado virus Covid-19. Algunas queridas amigas y amigos han manifestado la necesidad de hacer un alto en el camino para darse el tiempo de pensar, aprender y reflexionar con detenimiento y sin prevención antes de saltar al análisis y las prescripciones sobre el qué hacer. Otres se preguntan si el “formato libro” es apropiado para abordar la situación actual, especialmente los impactos sobre las comunidades que más resisten la avalancha desarrollista-capitalista en los territorios. Estos posicionamientos tienen mucho sentido para mí; por un lado, activistas, intelectuales y académicxs nos hemos visto abocadxs por mucho tiempo aunque de maneras diversas a andar “saltando matones” ante las urgencias sociales, las demandas políticas y las presiones profesionales en algunos casos, o por la precarización económica en muchos otros, tendencias agravadas por la profunda deslocalización, aceleración y multiplicación de tareas que la ubicuidad de lo digital conlleva. Por el otro, el análisis intelectual y académico no puede continuar como si nada sin preguntarse y posicionarse muy en serio y de manera concreta no solamente sobre las implicaciones de la pandemia en general, o en términos teóricos, sino sobre cómo está siendo utilizada para profundizar la represión y despojo en muchos territorios, repensando el papel político que asumimos al escribir de tal o cual manera. Un alto en el camino, como espacio para la atención plena al complejo momento que atravesamos, nos lo debemos no solo a nosotras y nosotros, sino a los seres, comunidades y lugares que más sufren el impacto de la enfermedad y de las medidas adoptadas para contenerla, y para tener un margen de certeza de “caminar la palabra que defiende la vida”, con espíritu colectivo, comunalitario.

 

Ofrezco entonces estas ideas en un espíritu analíticamente suave, provisional y abierto. Aclaro también que son el resultado de sentipensandares con amiges, colectivos y activistas, y de la lectura de los textos más iluminadores del momento escritos desde diversas partes del mundo. Estas notas surgen de múltiples conversas que he mantenido en las últimas semanas tanto como de preocupaciones y elucubraciones anteriores. En momentos de una ruptura significativa en la forma habitual de funcionar del mundo, atender a la labor cultural y política de comprender lo que está ocurriendo y, sobre todo, imaginar otros futuros, intentando ir más allá de lo que ya sabíamos y resistiéndose a conclusiones que tan solo apacigüen o confirmen nuestros deseos y miedos, cobra inusitada importancia. Esto pasa por reflexionar sobre lo que verdaderamente pensamos y queremos de la vida; como bien nos dice Olver Quijano (este volumen), “Ya vamos distinguiendo lo que realmente era y es importante, así como el carácter accesorial de casi todo lo que hasta ayer era indispensable”.

 

Frente a la ruptura y la complejidad de la que nos hablan elocuentemente los epígrafes con los cuales comienza este texto, el análisis crítico tiene la oportunidad de contribuir a liberarnos de las formas anti-vida de pensar y existir, y abrirnos a otros horizontes de vida, más allá de “la máquina infernal que nos hemos construido”. Puede llegar a ser una contribución tangible a “una acción transformadora en medio del desastre” (Svampa 2020: 18). Pienso en el efecto performativo de los análisis y las visiones propositivas. Me queda claro que a la pregunta de: “quién está haciendo hoy en día el trabajo cultural-político esencial de imaginarse el futuro,” la respuesta es: los tecno-patriarcas de la alta tecnología y los intelectuales orgánicos del capitalismo neoliberal; ya ellos nos han ganado buena parte de la pelea con sus seductoras narrativas. En momentos de ruptura, la tarea de imaginar de forma efectiva y pragmática otras formas de vivir y de diseñar economías y mundos es particularmente acuciante. Esto no es nada fácil, y quizás es más difícil aun para nosotres les intelectuales. Así no lo veamos de esta manera, esta es la ventaja comparativa de los grupos de base y en los márgenes –los más afectados—quienes, como bien lo han venido diciendo queridas amigas y amigos en el sur de México y el suroccidente colombiano, han venido desarrollando prácticas autónomas de supervivencia y re-existencia en desconexión parcial con los sistemas dominantes. Allí hay una clave importante para la reconstrucción de mundos pos-pandemia.

 

Para terminar este breve preámbulo, quisiera citar una frase del intelectual nigeriano Bayo Akomolafe (2020) con relación al cambio climático:

 

“la razón por la cual no podemos resolver el problema del cambio climático es porque el cambio climático no es un problema. No podemos salvar al mundo del cambio climático pues el cambio climático es el mundo –incalculablemente más complejo y multidimensional de lo que las organizaciones existentes pueden conceptualizar o abordar. [El cambio climático] es ontológicamente inabordable, impensable, e incalculable”.

 

Para Akomolafe, más que un evento, el cambio climático –o, más propiamente, el colapso climático—es un advenimiento, entendido como un proceso emergente con muy pocos precedentes (entre ellos el surgimiento de la vida). Requiere por tanto de una suspensión del pensamiento, un sometimiento creativo a dimensiones desconocidas de la vida, que podrían señalarse de alguna medida como espirituales. El intelectual nigeriano habla de un “pos-activismo” que sepa escuchar los mundos que pudieran estar naciendo, algunos de ellos desde tiempos muy antiguos –“sub/alter-natividades”[iii]–, otros más recientes, así como una verdadera muerte a todas nuestras certezas y modos de existir, incluidas las ilusiones de progreso y las premisas de la historia, la teleología, la ciencia, la redención y todas las nociones modernistas de transformación y cambio. Que surja un mundo desconocido –pues es lo que está en juego al rechazar el regreso a la normalidad en términos onto-epistémicos-, es quizás lo mejor que nos puede pasar, a medida que vamos muriendo al mundo presente en el cual inevitablemente participamos y nos vamos liberando de lo que nos atrapa (en este sentido todxs somos este mundo que es el cambio climático, como todxs somos el mundo-patriarcado/racista/colonial). ¿Qué significa asumirlo tal mundo abierto?

 

Quizás se trate de algo más cercano a la lógica del hackeo cultural que de los análisis suturados; podría involucrar, como nos dicen algunes compañeres abyayalenses, “hacer de lo radical un sentido común, crear relatos que agrieten los muros, que abran la imaginación para crear otros futuros posibles”.[iv] Como surgimiento sin precedentes, el advenimiento debe traer consigo la realización de que no podemos pensar y construir la pos-pandemia con las categorías, experiencias y diseños que (crearon el mundo) que produjeron la pandemia: capitalismo, crecimiento, desarrollo, globalización de mercados, competitividad, eficiencia, jerarquías, control, guerra. Porque ese mundo es una verdadera “fábrica de pandemias” (Ribeiro 2020). Este debe ser uno de nuestros axiomas en clave de ruptura. Es necesario advertir, sin embargo, que la posibilidad de que la pandemia contribuya a moverse en la dirección de horizontes alternativos de vida es una pregunta en abierto, algo que por lo pronto experimentamos primordialmente como potencia, así podamos verlo y casi que tocarlo en muchas acciones y discusiones que se están dando al calor de la crisis –de allí la relevancia del presente volumen.

 

Apuntes sobre las diversas lecturas de la crisis[v]

 

Me parece que las lecturas más interesantes del momento (me refiero a las perspectivas críticas, dejaré de lado las de derecha) se plantean dos interrogantes: ¿Cuál es la naturaleza de la ruptura, y cómo hemos llegado a esa “normalidad” que ahora más que nunca vemos como profundamente anormal y anti-vida? Segundo, ¿cómo seguimos adelante? Ninguna, me parece, asume que el mundo “pos-pandemia” será necesariamente diferente al que hoy en día se estremece con el evento. Pero importan preguntárselo: ¿y si lo fuera? ¿Qué narrativas convincentes estamos en capacidad de ofrecer –de nuevo, en forma epistémicamente suave y abierta— que sirvan de pautas para la acción colectiva encaminada tanto a negarse a participar en el “mundo-como-normalidad” como a accionares concretos para la creación de otras formas de ser, pensar, y existir, otras normalidades abiertas a la diferencia y al pluriverso, no totalitarias?

 

Dos claves de lectura

 

Hay una gran diversidad de enfoques sobre el significado de la pandemia y las medidas para contenerla. Se me ocurre organizarlas en dos grandes categorías: aquellas que analizan la relación entre pandemia y capitalismo; y las que leen la pandemia en clave civilizatoria, es decir, desde la perspectiva de la relación entre pandemia y crisis de la humanidad. Advierto que no son mutuamente excluyentes –el capitalismo tiene una clara dimensión civilizatoria, y todo cambio civilizatorio tiene que abordar la pregunta sobre el capitalismo y la economía como una de sus más centrales preocupaciones (como bien lo dice Enrique Leff en este volumen, hay toda una ontología del capital en el centro de la crisis civilizatoria). Diré poco sobre las primeras en este texto no porque sean menos importantes sino por limitaciones de espacio, porque las conozco menos y, quizás, por “ventaja comparativa” de mi parte, pues he venido pensando más activamente en las segundas.

 

La relación pandemia – capitalismo

 

Las primeras enfocan, por una lado, preguntas bien establecidas dentro del análisis marxista y posmarxista de la economía política, tales como el tipo de crisis causada por los efectos de la pandemia, cómo se restructurará el capitalismo global a medida que enfrenta la crisis fiscal, de acumulación y de legitimación suscitadas por la pandemia, sus efectos sobre la precarización de la gente o de grupos particulares, tales como los grupos étnicos, trans, o las mujeres, y el papel de los estados; también hay cuestiones geopolíticas, en particular el lugar de China en la estructura económica global. Otra pregunta importante es si la pandemia dará pie a una nueva ronda de acumulación por desposesión o de “capitalismo del desastre”, de la cual el capital como un todo saldría fortalecido, así algunas de sus industrias y grupos de poder se vean debilitados. Por otro lado, hay preguntas que leen las dinámicas económicas desde una perspectiva médica y de salud (la necesidad imperante de des-corporatizar la salud; o la medida en que la situación actual y la pos-pandemia intensificarán la biopolítica moderna, o inaugurarán formas más profundas de control de los cuerpos y las subjetividades); algunas propone una reinterpretación novedosa y crucial de la historia capitalista-patriarcal; en palabras del médico y activista colombiano Manuel Rozental, “el fundamento del orden social que nos somete globalmente desde hace siglos (capitalismo) y milenios (patriarcado) es el aislamiento. El capitalismo-patriarcal es un dispositivo de aislamiento y muerte que se sirve de pandemias, hambrunas y guerras para aislarnos y someternos” (correo electrónico, abril 4, 2020). Hoy igualmente se sirve de las tecnologías digitales, verdaderas tecnologías políticas de la conexión a un sistema patológico y de una conexión social estrecha y selectiva, mientras nos desconecta de lugar, paisaje y comunidad. Es por esto que, finalmente, otros análisis auscultan las repercusiones de la pandemia en términos de regímenes digitales de vigilancia, no rara vez acoplados con tendencias fascistas centradas en asegurar el orden y “buen funcionamiento” (“civilizado”) de las cosas, en beneficio de las clases dominantes.[vi]

 

La pandemia como síntoma y vector de una crisis civilizatoria

 

Permítanme pasar ahora a aquellos análisis que ofrecen lo que he llamado lecturas en clave civilizatoria, ya sea que articulen la pandemia como un aspecto del Antropoceno o, como es más común en América Latina desde que algunos movimientos indígenas lanzaran el concepto de crisis civilizatoria con fuerza en 1992, como un capítulo más de la crisis civilizatoria generada por el modelo capitalista occidental asociado con la predominancia histórica del sistema mundo heteropatriarcal y racista moderno/colonial. Estas provienen tanto de activistas y movimientos sociales como de intelectuales y académicxs. Tomadas como un todo (sin querer decir que no sean muy diversas entre sí), veo en ellas tres énfasis parciales pero entrelazados y complementarios: en lo social, lo ecológico, y lo onto-epistémico. Las preocupaciones sociales analizan aspectos relievados como nunca por la pandemia y por las medidas adoptadas por los gobiernos, tales como la aberrante desigualdad social, el descomunal impacto sobre las poblaciones ya precarizadas, su profunda dependencia de un ingreso diario para sobrevivir y su falta de “reservas” (económicas, alimentarias, energéticas) para aislarse de las actividades laborales informales o formales, especialmente en las ciudades; los grupos más vulnerables (grupos étnicos, adultos mayores, las poblaciones indígenas relativamente aisladas) reciben especial atención, dado que sobre ellos más que nada se cierne la carga viral de la pandemia, paradójicamente aquellos grupos que más hacen por sostener la vida, mientras el resto defendemos un sistema que sigue privilegiando al 1%, a los más ricos. Algo novedoso para muchxs que no trabajamos en la salud es toda una serie de preocupaciones desde el ángulo de la salud y el cuerpo, destacando desde la tremenda desigualdad de los servicios y los efectos de la privatización hasta el miedo cultural a morir en las sociedades modernas, el cual sin duda tiene una componente civilizatoria.

 

Estas lecturas sociales apuntan, en mayor o menor grado, a la necesidad imperiosa de un cambio de proyecto societal y de modelo económico y de estado, incluyendo de forma importante los sistemas de salud. Algunas apuntan a nociones ya en circulación pero que adquieren una nueva dimensión, tales como el Buen Vivir, el posdesarrollo, el posextractivismo o el decrecimiento. Entre las narrativas activistas, se enfatizan aquellas nuevas y viejas prácticas de comunidades y colectivos que no se ciñen a los dictámenes del modelo dominante, incluyendo todo el rango de alternativas en la salud, la alimentación, el aprovisionamiento de agua y de energía, todo dentro de un marco politizado de lucha por la defensa de los territorios y de la vida, dentro de perspectivas comunalitarias, auto-gestionadas y autonómicas. En sus mejores expresiones, estas narrativas vislumbran una recomposición de las esferas más importantes de la vida cotidiana, desde la experiencia y saberes mismos de comunidades y colectivos; como sabia y contundentemente lo dicen algunos tejidos de colectives en Oaxaca (Equipo Unitierra Oaxaca 2020), esta recomposición se logra “nombrándolas como verbos que nos devuelvan agencia y autonomía en vez de la dependencia que nos imponen los sustantivos (alimentación, salud, educación, vivienda, etc.”, particularmente comer (resistiendo el sistema tóxico agroindustrial), sanar (contra la dictadura profesional médica), aprender (como ejercicio de autonomía), y habitar (en contra de la destrucción de entornos y lugares y por una recuperación del arte de habitar).

 

La pandemia ha motivado una plétora de interpretaciones ecológicas, y este es el segundo registro de narrativas en clave civilizatoria. El surgimiento del COVID-19 (y virus similares en las últimas dos décadas) claramente apunta al desbalance ecológico entre especies causado por la destrucción de ecosistemas, la fragmentación de hábitats, y la erosión de la biodiversidad. Además de apuntar de una forma certera al modelo económico prevaleciente y a la globalización desenfrenada como causa subyacente de la debacle ambiental, estas narrativas apuntan al cambio climático como factor fundamental tanto para entender la situación actual como para presionar por políticas realmente efectivas para combatirlo. Se hace más audible la propuesta de que en vez de hablar de “cambio climático” debemos usar la noción de “colapso climático”. Dentro de las temáticas ambientales, surge también con contundencia toda una gama de preocupaciones relacionadas con los efectos acumulados del irracional y tóxico sistema agroindustrial de producción de alimentos. Por último, algunos análisis se refieren a las radiaciones electromagnéticas asociadas a las tecnologías digitales (que se incrementarán sustancialmente con las tecnologías 5G), cuyos efectos nocivos sobre muchas especies y sobre el tejido de la vida como un todo permanecen aún casi invisibles, cuestionándose si esta exagerada hipertrofia de lo digital no está fomentando todo un malestar cultural y civilizatorio. Me parece que todos estos énfasis están contribuyendo a cuestionar el modelo imperante económico-societal y a desvirtuar las acepciones más acomodadas del tan cacareado concepto de “sustentabilidad”. Nos urgen a “un reencuentro urgente con la Madre Tierra” (Acosta, este volumen), haciéndonos una invitación cada vez más convincente a re-imaginarnos como naturaleza y como comunidad entre humanos y más-que-humanos. A este nivel, las contribuciones de la ecología política latinoamericana son indispensables para pensar el periodo pos-pandemia.

 

Finalmente, las narrativas onto-epistémicas apuntan a lo que algunes investigadores (entre los cuales me incluyo) consideran uno de los pilares fundamentales del orden dominante civilizatorio actualmente dominante, cual es el dualismo ontológico que, aunque con raíces en el patriarcado milenario, se ha acendrado con la Euro-modernidad y el capitalismo. Este concepto hace referencia a la premisa de que las cosas (entidades, personas, objetos, acciones) tienen una existencia intrínseca en sí mismas, independientemente de las múltiples relaciones que ineluctablemente las constituyen. Esta premisa fue cristalizando poco a poco en una serie de dualismos desde los albores de la modernidad en el Siglo XVI, pasando por Descartes, el liberalismo filosófico, el colonialismo y el capitalismo, hasta el desarrollo y la globalización de hoy en día –tales como la separación entre humanos y no-humanos, Occidente y el resto, mente y cuerpo, razón y emoción, etc. El concepto de “colonialidad” devela la clasificación jerárquica de las diferencias basadas en estos binarios, ya sea en términos de raza o género, niveles de progreso, o racionalidad y ciencia (“nosotros” y “ellos”, civilizado/incivilizado, educado/ignorante, etc.). Ya hay muchos cuestionamientos a estos dualismos constitutivos proviniendo de muchas fuentes (las cosmovisiones de pueblos originarios y grupos étnicos, nuevas y viejas espiritualidades como el Budismo y el animismo, tendencias disidentes en las ciencias tales como las teorías de complejidad, auto-organización y de sistemas vivos, y teoría crítica occidental post-dualista y post-antropocéntrica), todas la cuales comparten el objetivo de posicionar la relacionalidad como un otro paradigma de la realidad. Las discusiones alrededor de la pos/pandemia están aportando elementos concretos a estos debates y las orientaciones “pos-dualistas”.

 

Por relacionalidad, se entiende la interdependencia radical de todo lo que existe, el hecho de que toda entidad es el resultado de un vasto y complejo entramado de inter-relaciones e inter-dependencias, que nada tiene existencia intrínseca o independiente (y mucho menos los llamados “individuos”! Todxs somos personas en entramados relacionales). “Existo porque todo lo demás existe,” como reza el concepto del Ubuntu de los pueblos del sur del África. Aquí se trata de cuestionar no solamente los arreglos económicos, sociales, institucionales y políticos particulares sino toda una forma de ser, hacer y conocer, es decir, todo un modo de existencia. Habría mucho más que decir sobre esta dimensión onto-epistémica (Escobar 2016, 2018); valga resaltar que la noción de relacionalidad –el proyecto histórico de la vincularidad, como lo denomina Rita Segato (2016, 2018)– encarna otro horizonte civilizatorio que se va construyendo poco a poco a través de todas las prácticas colectivas y comunalitarias que buscan reconectar lo humano y lo más-que-humano.

 

¿Qué significa para el pensamiento tomar en serio el principio de la relacionalidad? ¿Podrá re-imaginarse como una práctica que toma lugar dentro de una Tierra viva, un planeta simbiótico compuesto de entidades necesariamente interactuantes? ¿Qué implicaciones tiene la afirmación de que la conciencia y el pensamiento surgieron históricamente de la misma complejidad y auto-organización de la vida (de la curva complejidad-conciencia), de la cual se fue distanciando poco a poco patriarco-epistemológicamente, eventualmente convirtiéndose en una fuerza ontológicamente destructiva? A este respecto podríamos invocar la noción de Humberto Maturana y Gerda Verden-Zöller (1993, 2008) de la “biología del amor” como fundamento de la vida –no el amor en un sentido moral sino el amor como fuerza biológica que anima toda forma de vida, como teoría de la relacionalidad radical de lo existente. Vivir, actuar-pensar en consonancia con la Tierra dentro de la biología del amor implica un modo de existencia en el que las relaciones de cuidado y respeto mutuo se realizan de forma espontánea. Dicho un modo de vida sólo puede tener lugar dentro de lo que en Abya Yala/Afro/Latino América se reivindica hoy en día como lo comunal o comunalitario.[vii]

 

Potencialidad y retos de las transiciones pos-pandemia en clave civilizatoria.

 

Sería imposible dar cuenta de todas las ideas y propuestas que están surgiendo motivadas por la pandemia y las variadas respuestas a ella. A continuación propongo una forma particular de organizarlas que encuentro útil, y que cada lector/a podrá reprocesar desde su ubicación física, cultural, existencial y política particular. Debo anotar que estos ejes se me han ido apareciendo del encuentro con tres vertientes del pensamiento: discursos de transición, en muchas partes del mundo; sentipensactuares de colectivxs y movimientos; y ciertos debates académicos (Escobar 2016, 2018). Tomadas como un todo, en estas vertientes y en las Covid-narrativas vislumbro cinco énfasis, principios o ejes para la acción a tener en cuenta en toda estrategia para las transiciones (cada punto requeriría de un complejo tratamiento, aquí trazo lo más sobresaliente):

 

  1. La re-comunalización de la vida social: Este primer criterio comienza con un rotundo no a las soluciones de tipo individual a la crisis pues oscurecen las raíces de estas y promueven la otrerización y estigmatización de grupos particulares. Más allá de este factor, cada vez se hace más necesario resistirse explícita y activamente a la individualización de las subjetividades impuesta por el capitalismo moderno de forma cada vez más eficaz en su fase globalizada (la globalización significa una verdadera guerra contra todo lo comunal y lo colectivo, en aras de crear sujetos que se vean primordialmente como individuos tomando decisiones en mercados globales). La historia nos enseña que la experiencia humana ha sido lugarizada y comunitaria, construida a escala local. No solamente esto: que, al menos en sus mejores expresiones, la condición comunalitaria de existir se ajusta a la dinámica fundamental de la vida, es decir, a la interdependencia radical, la co-emergencia simbiótica de los seres y los mundos, resultando en entramados comunalitarios que nos emparentan con todo lo vivo (Gutiérrez Aguilar, ed. 2018). Compañeras y compañeros de Oaxaca se refieren a esta dinámica como la condición nosótrica del ser. Si nos concebimos como inter-relación, nosótricamente, no podemos sino adoptar una ética del amor, del cuidado y de la compasión como principio de vida, comenzando por la casa, el lugar, y la comunidad –y esto no para aislarse sino para un compartir mayor y más afianzado desde la autonomía, para la comunicación y la compartencia.
  2. La re-localización de las actividades sociales, productivas y culturales. Desde el comienzo de la historia humana ha habido movimiento, flujo, re-agrupación. Pero las presiones para la des-localización (muchas veces forzada, como con las diversas esclavizaciones a través de la historia, y hoy en día con la desposesión de pueblos y comunidades por proyectos extractivistas) aumentaron exponencialmente con el desarrollo del capitalismo y más aún en la era del “desarrollo” y de la globalización. Dados sus altos costos sociales y ecológicos, hay que oponerse a este proceso presentado como inevitable; la pandemia está propiciando una nueva conciencia sobre ello. Como bien dice Gustavo Esteva (este volumen), “inesperadamente, se restablece plenamente la importancia de lo local y aún más el papel de las personas reales, que abandonan el que les asignaba la sociedad mayor para volver a ser ellas mismas”. Ergo, se impone re-localizar muchas actividades y recuperar el arraigo en lo local. La alimentación es una de las áreas más cruciales, y es una de las áreas donde más innovación comunalitaria y relocalizadora se está dando (es decir, innovaciones que rompen con la manera patriarcal, racista y capitalista de vivir), por ejemplo, en términos del énfasis en la soberanía alimentaria, la agroecología, las huertas urbanas, etc. Estas actividades relocalizadoras, más aun si se dan en clave agroecológica y “desde abajo”, permitirían repensar los entramados productivos nacionales e internacionales, lo común y las relaciones entre campos y ciudades (Catalina Toro, este volumen). Relocalizar a partir de una serie de verbos-estrategias: comer, aprender, sanar, habitar, construir, conocer. Esto va mucho más allá de reducir la huella ecológica; involucra una reorientación significativa del diseño de los mundos que habitamos.
  3. El fortalecimiento de las autonomías: La autonomía es el correlato político de la re-comunalización y la re-localización. Sin la primera, las dos últimas se quedarán a medio camino, o serán re-absorbidas por nuevas formas de re-globalización deslocalizada. Hay una gran producción de ideas sobre la autonomía en Améfrica Ladina hoy en día. Podemos pensarla como una radicalización de la democracia directa (por ejemplo, desde perspectivas anarquistas), pero también como otra manera de concebir y enactuar la política, entendida como aquella ineludible tarea que emerge del entramarse los humanos entre ellxs mismxs y con la Tierra, orientada a re-configurar el poder de formas menos jerárquicas, de establecer principios de vida tales como la suficiencia, la ayuda mutua y la auto-determinación de las normas de vida. Todo esto requiere pensar en estrategias de “trastrocamiento y fuga” en relación con los órdenes establecidos por el estado y la modernidad capitalista (Gutiérrez A., 2008: 41).

 

Estas tres primeras áreas apuntan a la creación de vidas dignas en los territorios, a repensar la llamada economía en términos de prácticas cotidianas de solidaridad, reciprocidad y convivialidad. Hay muchas pistas para ello entre aquellos pueblos que durante la pandemia siguen empeñados en la producción de la vida, en construir en vez de destruir, en re-unir en vez de separar. Son principios tangibles y accionables de disoñación y re-diseño para una des-globalización selectiva pero sustancial. Podemos intuir el fin de la globalización como la conocemos, o al menos el comienzo de una globalización en otros términos, tales como el cuidado (Svampa 2020), que quizás ya no se conocería como globalización, y un aliento para el pluriverso, el mundo donde quepan muchos mundos. Podríamos pensar que son un antídoto frente a la globalización que todo lo destruye, contra una vida signada por un consumo casi angustiante como el de las clases medias, contra la profunda dependencia de las tecnologías digitales, contra los cuerpos-injerto que nos hemos ido labrando a través del uso ubicuo de celulares, laptops, audífonos, “apps” y “alexas” que subvierten completamente nuestra autonomías personales y colectivas, con nuestra complicidad y para nuestro aparente beneplácito.[viii]

 

Una última anotación: Re-localizar, re-comunalizar, y fortalecer autonomías necesariamente pasa por reconstituir el naturalizado concepto de “economía”: por un lado, descentrarla, es decir, verla como el resultado civilizatorio de una de las operaciones onto-epistémicas más influyentes de la modernidad capitalista, que separara “economía” del resto del flujo de la vida, y le fuera asignando un papel cada vez más central en la vida de las sociedades (Quijano 2012);[ix] segundo, re-comenzar con ahínco la tarea de construir otras economías desde la relacionalidad, centradas en el sustento, los comunes, y la reproducción y cuidado de la vida. Hay mucho que avanzar en este crucial camino. Parafraseando a Silvia Rivera Cusicanqui (2018), podemos decir que no hay descolonización sin des-enajenación y des/re-economización social, sin descolonizar el trabajo y el mercado. Encontramos pistas para ello en las prácticas mercantiles populares, que entretejen creativamente procesos de desprivatización y comunización con fuerzas capitalistas al moverse en varios mundos al tiempo, incluyendo las economías globalizadas, a través de “una persistente desobediencia al marcado capitalista” (66), con frecuencia de formas tensas y contradictorias (Gago 2015). Todo el movimiento de los comunes, de las economías sociales y solidarias, y del decrecimiento apuntan de una u otra forma en esta dirección.

 

  1. d) La despatriarcalización, desracialización y descolonización de las relaciones. Mundos, ontologías, y proyectos civilizatorios tan antiguos parecieran casi inmunes a los intentos de desmantelamiento. Sus entramados de poder están profundamente consolidados pues se han ido naturalizando en nuestras subjetivadas y deseos, en los diseños concretos de los mundos que habitamos y que nos atrapan. Hay que pasar por ellos necesariamente –día a día—para salir a la vida por otros lados, habitar de otras maneras. Nos lo recuerdan todas las compañeras y compañeres feministas del continente: no hay descolonización sin despatriarcalización y desracialización de las relaciones sociales. Despatriarcalizar y desracializar requiere reparar el daño causado por la ontología heteropatriarcal blanco-capitalista, practicando políticas en femenino centradas en la reapropiación de los bienes colectivos y la reproducción y cuidado de la vida (Segato 2016, 2018; Gutiérrez Aguilar 2017). En muchos lugares habitados por mujeres racializadas y etnizadas, dicha política significa adentrarse por las rutas pacíficas que ellas trazan para re-construir y cuidar los territorios y mantener vidas dignas, como bien argumenta la filósofa Elba M. Palacios en su trabajo con las mujeresnegrasafrodescendientes (munac) de Cali. “En sus territorios las mujeres han sido paridoras de vida y reexistencias”, nos dice esta investigadora-activista (Palacios 2018: 143); las munac nos enseñan que “re-existir indica algo más que ‘resistir’” (150); re-existir involucra crear, transformar y conquistar autonomía en defensa de la vida, en cimarronaje, reconstituyendo las humanidades negadas. Desde este entramado, las munac “intuyen cómo crear tejido comunitario, con la diáspora histórica, con los movimientos sociales de las comunidades y sus construcciones de mundo” (150). Esta óptica feminista antirracista es esencial para entender y fortalecer procesos de re-comunalización y re-localización en muchas localidades (ver también Lozano 2019).

 

La despatriarcalización y desracialización de la existencia social conlleva la reparación y sanación del tejido de inter-relaciones que constituyen los cuerpos, lugares, y comunidades que habitamos. Encontramos este énfasis articulado de manera particularmente clara en los diversos feminismos comunitarios de intelectuales y activistas maya y aymara, tales como Gladys Tzul Tzul (2018), Julieta Paredes (2012) y Lorena Cabnal. Tzul Tzul resalta el potencial de lo comunitario como horizonte de lucha y espacio para la reconstrucción continua de la vida. Su perspectiva –absolutamente histórica y anti-esencialista–, señala lo complejo de pensar desde las tramas comunales y de “funcionar en trama” (62), con todas las formas de poder que habitan toda comunidad.[x] Dentro de este abordaje, reconstituir el tejido de relaciones de manera comunalitaria es uno de los proyectos fundamentales de cualquier estrategia de transición; como lo manifiesta Rita Segato, “Hay que hacer la política del día a día, por fuera del Estado: retejer el tejido comunitario, derrumbar los muros que encapsulan los espacios domésticos y restaurar la politicidad de lo doméstico propia de lo comunal”, dice Rita Segato (2016:106). Y continúa: “Elegir el camino relacional es optar por el proyecto histórico de ser comunidad. … Es dotar de una retórica de valor, un vocabulario de defensa al camino relacional, a las formas de felicidad comunales, que pueda contraponerse a la poderosa retórica del proyecto de las cosas, meritocrático, productivista, desarrollista y concentrador. La estrategia a partir de ahora es femenina” (106; mis cursivas).

 

  1. e) La Liberación de la Madre Tierra. Arribamos, final y necesariamente, a la Tierra (Gaia, Pachamama, Uma Kiwe, co-emergencia, auto-organización, simbiosis….). Por cerca de dos décadas, la Minga Social y Comunitaria del pueblo indígena Nasa de la región del Norte del Cauca en el suroccidente colombiano viene formulando un potente proyecto alrededor del concepto-movimiento de la Liberación de la Madre Tierra, y como su principal estrategia para “tejer en libertad la vida”. En sus palabras, la Tierra ha sido esclavizada, y mientras siga estándolo, todos los seres del planeta también lo estamos. Su lucha involucra tanto la recuperación activa de tierras como la práctica de otro modo de vida. “Esta lucha” dicen, “es desde el norte del Cauca, no del norte del Cauca. Desde el pueblo nasa, no del pueblo nasa. Porque es la vida la que está en riesgo con la explotación de la Tierra al modo capitalista que desequilibró el clima, los ecosistemas, todo.” Como advierten inmediatamente a continuación, es un proyecto para todas y todos, pues todas y todos somos Tierra y pluriverso. “Cada finca liberada, aquí o en cualquier rincón del mundo, es un territorio que se suma a restablecer el equilibrio de Uma Kiwe. Es nuestra casa común, la única. Ahí sí: entren, la puerta está abierta”. ¿Qué significa aceptar esta invitación, en el campo o en la ciudad, en el Sur Global o en el Norte Global? La liberación de la Madre Tierra, concebida desde el cosmocentrismo y la cosmoacción de los pueblos-territorio, nos invitan a ‘disoñar’ otro diseño de mundo con el objetivo de reconstituir el tejido de la vida, de los territorios, y de las economías comunalizadas, en donde quiera que estemos.[xi]

 

Escribo estas palabras en momentos en que el proceso de liberación esta siento atacado brutalmente por el ejército y la policía colombiana en coordinación con los terratenientes de la caña de azúcar y sus organizaciones gremiales, así como por otros grupos armados tales como las llamadas disidencias de las FARC –amenazando a lxs comunerxs involucradxs en recuperar tierra y parar el avance de la caña, envenenando los terrenos recuperados y el ganado, destruyendo los cultivos alimenticios sembrados por les liberadores, y ofreciendo recompensas por el asesinato de liberadores y liberadoras. Cualquier pensamiento y proyecto de transición tiene que posicionarse claramente y de manera concreta frente a los ataques que los estados y los grupos de poder dirigen contra los procesos más radicales de re-comunalización, re-localización y autonomía en donde quiera que estos se estén dando, para no caer en “la prosa de contra-insurgencia”, a la cual han sido tan propensa la academia y la misma izquierda. Este posicionamiento tiene que hacerse pensando y co-laborando desde abajo, no a partir de perspectivas teóricas preconcebidas, yendo más allá de la política del texto, hacia formas concretas de apoyo de los grupos en resistencia y re-existencia.[xii]

 

La Liberación de la Madre Tierra –como imaginario y proyecto para pueblos y colectivos, donde quiera que sea su ámbito de acción–, no es un proyecto tan utópico como pareciera. Pienso que nuestro continente se ha estado preparando para este fundamental proceso a muchos niveles, generando poco a poco todo un espacio ontoepistémico-político donde convergen las luchas, los saberes, y el pensamiento crítico. Aquí vale la pena resaltar la riqueza de las luchas y propuesta ecológicas en resistencia al extractivismo brutal de las últimas décadas, así sea imposible resumirlas en unas pocas líneas. Solo hago una breve anotación sobre su repercusión en el pensamiento ambiental. Desde el espacio de la ecología política se ha venido gestando todo una apuesta por la vida (Leff 2014), con la convicción, bien expresada por Catalina Toro (este volumen), de que “la destrucción del planeta no es un destino”. Hay una urgencia en la pregunta por la Tierra, poderosamente expresada por la gran filósofa ambiental Ana Patricia Noguera (2020): Frente a las “geometrías de la atrocidad diseñadas por el mundo calculante”, el pensamiento ambiental latino-abyayalense, dice, responde con una serie de “geopoéticas del tejer-habitar-entre” encaminadas a recuperar una “jovialidad telúrica”, a ser actores de nuevo “de nuestras propias maneras de habitar la tierra” (271). Hay en estas expresiones del pensamiento ambiental y de las luchas de los pueblos todo un archivo para pensar las transiciones en concreto.

 

Para terminar: Las praxis de la transición como sanación del tejido de la vida.

 

Estamos de acuerdo con les compañeres de los colectivos agrupados en las Unitierra de Oaxaca y Manizales, así como con les compañeres de Pueblos en Camino[xiii], en que la mejor forma de resistir a un sistema que se sustenta en la precarización de la vida, el despojo y la agresión, así como en la dominación patriarcal, racista, y colonial consiste en construir alternativas y mundos nuevos, desde abajo, autónomamente. Desde allí podemos volver a la vida en inter-dependencia consciente, fortalecer territorios, lugares, comunidades, paisajes, autonomías, tejerse con otros entramados comunitarios locales, entrelazarse con experiencias similares en otras regiones del continente y el mundo.[xiv] Esta, nos parece, es la mejor estrategia para abordar la “amenaza” de este y de los “virus” por venir: reaprendiendo a practicar la co-existencia. Más que “aplanar la curva’ de la pandemia, debemos pensar en aplanar la curva del crecimiento, del capitalismo, de la explotación, de la extracción, de la ontología de la separación, en la convicción de que la pandemia del COVID19 “ha sacado a la superficie aquello que la crisis ambiental puso en el tapete del debate público: la confrontación del régimen ontológico del capital –de la racionalidad tecno-económica que gobierna el mundo moderno globalizado– con las condiciones de la vida en el planeta” (E. Leff, en este volumen).

 

¿Cómo evitar volver a la normalidad? ¿Es posible siquiera resistirse a la re-colonización de la vida por los aparatos del estado y el capital, por su necesidad imperiosa de retorno al “business-as-usual”? Volvamos a les compañeres del Hackeo Cultural: “Hacer de lo radical un sentido común. Narrativas insurrectas de código abierto. Defender la vida y el territorio; desarticular los sistemas de opresión un meme a la vez.”[xv] En otras palabras, se trata de desmantelar los bucles y entramados tóxicos que entrelazan prácticas de la separación, la individualización, la mercantilización, privatización y consumo dentro de los cuales nos hemos acostumbrado a vivir (especialmente las clases medias, socialmente más propensas a las inclinaciones fascistas denunciadas con virulenta elocuencia por Wilhelm Reich con relación al fascismo alemán). Simultáneamente, reparar y sanar el entramado de la vida, una puntada, un bucle, una idea, un diagrama, un otro mensaje onto-comunicativo, un otro deseo a la vez. Involucra el re-diseño de todo, de lo pequeño a lo grande, por lo tanto es una invitación a todes para convertirnos en tejedores y sanadores conscientes y efectivxs de la malla de la vida, de forma colectiva, «sin prisa pero sin pausa”[xvi]. El diseño como praxis de la transición y la sanación del tejido de la vida, en plena conciencia de que todxs somos responsables de los mundos que co-creamos y co-diseñamos con otrxs seres, humanos y no humanos. Una invitación a transicionar, a interrumpir el proyecto globalizador de meter por la fuerza a todos los mundos en uno solo (capitalista, heteropatriarcal, globalizado), a fomentar el pluriverso, todo esto a través del ejercicio de la forma femenino-popular relacional de la política. Un compromiso mayor con el proyecto actuar-pensante de despojarnos del pernicioso hábito de imaginarnos como individuos, de re-tejernos con la vida de la cual siempre hemos sido parte en interdependencia, incluyendo sus virus (la “naturaleza”), y en el camino desentramarnos en la medida de lo posible del letal capitalismo extractivista.

 

Coda: Esbozo de hipótesis sobre el pensamiento crítico latino-afro-abyayalense.

 

Que la conciencia (como propiedad distribuida entre todos seres del universo) y el pensamiento (como facultad del homo sapiens) sean un resultado de la dinámica de la vida nos debe dar pausa para considerar de nuevo el lugar del megadiverso continente biocultural en que vivimos en el momento planetario por el cual transitamos. Podríamos hablar de Abya Yala/Afro/Latino-América como un exquisita e intensa malla de interrelaciones, incluyendo el entramado-conciencia y entramado-pensamiento, del cual podría surgir –de hecho, estaría surgiendo, aunque esto sea tan solo una intuición por el momento, ni siquiera una hipótesis–, por una combinación de complejos procesos sociales (luchas, subjetividades, actores, conocimientos, movilizaciones, teorías, emocionamientos, tejinandares, debates intelectuales y activistas, redes, espacios académicos liberados) un pensamiento explícitamente colectivo y potencialmente comunizante, una teoría o filosofía política “pobre” (aunque consciente de su potencia) para el continente y el mundo, propiciadora de subjetividades que ya no reproduzcan con tanta disposición las lógicas seductoras de la modernidad y el capital con sus ontologías de la separación.

 

¿Podría ser que los debates y las luchas en el continente estén alcanzando un umbral de intensidad tal que hagan de esta intuición una posible hipótesis para discusión colectiva? Vemos esta intensidad claramente en los pensamientos feministas, afrodescendientes, indígenas y ambientalistas, pero empieza a notarse en muchas otras áreas del saber, desde las comunicaciones, lo digital y el arte a las economías alternativas, la salud y el diseño además de toda una serie de manifestaciones urbanas. Tal discusión tendría necesariamente que ir más allá de autorxs particulares (así reconozca contribuciones personales), enfocándose en los dilemas y problemáticas más sobresalientes de la realidad actual, con una voluntad humilde y activamente abierta a la diversidad epistémico-política pero también pragmática de convertirse en un vector claro de transformación. Muy lejos quedaría la preocupación por los rankings y las jerarquías de conocimientos y saberes, si se lograra, especialmente por impulso de investigadorxs jóvenes, co-laborar hacia una especie de meta-pensamiento o inteligencia colectiva que responda a la pulsión por la vida que siempre se ha sentido con intensidad particular en el continente telúrico que nos ha tocado en bien habitar. Como en la forma en que los músicos y músicas describen a veces sus colaboraciones y performances colectivas, sería cuestión de que todxs hiciéramos “lo que es mejor para la música como un todo”, y no para este o aquel músico o instrumento en particular.

 

“No volveremos a la Normalidad porque la Normalidad era el problema”, vienen diciendo en Chile desde las revueltas del 2019. Me pregunto si la pos/pandemia, como superficie y espacio de transformación potencial dentro de los procesos de transición civilizatoria de mayor duración, al igual que las diversas transiciones que podamos imaginarnos, no se beneficiaría también de una episteme verdaderamente colaborativa, musical si se quiere, convirtiéndose así el pensamiento crítico en una fuerza transformadora dentro del entramado de la vida.

 

[i] Agradecimientos: Quiero agradecer a amigxs y colaboradores con quienes he estado en comunicación más asidua sobre estas temáticas, particularmente Gustavo Esteva, Elba Mercedes Palacios Córdoba, María Campo, Patricia Botero, Lina Álvarez, Xochitl Leyva, Rita Segato, Marilyn Machado Mosquera, Vilma Almendra, Manuel Rozental, Mario Blaser, Alfredo Gutiérrez, Alberto Acosta y Eduardo Gudynas; al grupo ad-hoc de correo electrónico de los últimos dos meses sobre temáticas relacionadas, especialmente Kenny Bailey (ds4si.org), Clive Dilnot, Michal Osterweil, Kriti Sharma, Silvia Austerlic, Ezio Manzini, y Tony Fry; a los integrantes del Tejido Global de Alternativas (TGA); y a mi compañera Magda Corredor, por conversaciones cotidianas, siempre clarificadoras, sobre los múltiples aspectos de la llamada pandemia. Este artículo tiene su origen en el conversatorio virtual «Coronavirus y disputas por lo público y lo común en América Latina», organizado por CLACSO, ALAS e ISA, abril 15, 2020. Gracias a Pablo Vommaro, Breno Bringel y Geoffrey Players por la invitación a participar en este foro, así como al grupo de expositorxs. Mis agradecimientos especiales a Olver Quijano por invitarme a escribir un texto basado en esta presentación; sin su invitación y apoyo, el texto simplemente no existiría.

[ii] Las citas son, en su orden: Arundhati Roy, “La pandemia es un portal”, Financial Times, Abril 3, 2020, https://www.ft.com/content/10d8f5e8-74eb-11ea-95fe-fcd274e920ca; María Campo, otras negras… y feministas!, Cali, a propósito del aumento de feminicidios sobre mujeres negras racializadas y el impacto de las medidas contra la pandemia sobre las poblaciones Afrodescendientes empobrecías en la ciudad de Cali (mensaje de correo electrónico, abril 22, 2020); Pueblo Nasa, “Proceso de Liberación de la Madre Tierra”, https://liberaciondelamadretierra.org/nuestra-lucha/; y Gustavo Esteva (en este volumen).

[iii] Expresión acuñada por los colectivos de Unitierra – Editorial Color Tierra de Manizales. El término surge de colectivos de varias bioregiones del suroccidente colombiano. Denota el surgimiento de nuevos mundos a partir de mundos antiguos y ancestrales (indígenas, afrodescendientes y campesinos), así como de mundos nuevos desde la re-existencia de grupos de jóvenes, mujeres y ambientalistas en campo y cuidad. “Natividades” señala nuevos nacimientos que afirman la vida desde prácticas autónomas, libre de subordinaciones. Ver: http://unitierra.com/

[iv] Hackear la pandemia: estrategias narrativas en tiempos de Covid-19, https://hackeocultural.org/wp-content/uploads/2020/04/HackearLaPandemia-1.1-HackeoCultural.pdf

[v] Tratándose este volumen de textos de emergencia y no académicos, obviaré la mayoría de las referencias bibliográficas (hay una bibliografía extensa en Escobar 2016, 2018).

[vi] Ver a este respecto el excelente texto de Riechmann, Almazán y otros, https://ctxt.es/es/20200501/Firmas/32143/riechmann-yayo-herrero-digitalizacion-coronavirus-teletrabajo-brecha-digital-covid-trazado-contactos.htm (Agradezco a Raquel Gutiérrez Aguilar el haberme enviado este texto).

[vii] “La biología del amor, la manera de vivir con los otros [humanos y no humanos] en las prácticas o comportamientos a través de los cuales el otro/a surge como otro/a legitimo en coexistencia con uno mismo, y en la que nosotros, los seres humanos, asumimos la responsabilidad total de nuestras emociones y de nuestros hechos racionales, no es una coexistencia en la apropiación, el control o el mando. … El patriarcado interfiere con la biología del amor a través de la desconfianza y el control, a través de la manipulación y la apropiación, a través de la dominación y la sumisión, alejando a los humanos del ámbito de la colaboración y el respeto mutuo y llevándolos hacia el dominio de las alianzas políticas, la manipulación mutua y el abuso mutuo. … Y a medida que la biología del amor es interferida nuestra vida social llega a su fin» (Maturana y Verden-Zoller 2008: 118,119; cursivas en el original). Humberto Maturana ha mantenido un original y activo proyecto de investigación y acción sobre las culturas matrísticas y la biología del amor con su colaboradora Ximena Dávila en Santiago de Chile durante muchas décadas. Véase la “escuela matríztica” (http://blog.matriztica.cl/blog/).

[viii] Los autores ya citados proponen una estrategia activa y radical para “frenar la escalada” de lo virtual, no solamente por todos sus efectos nocivos para las salud y la socialidad, sino porque “la vida digital no puede ser un sustituto permanente de la vida real, y los sucedáneos de debate que hoy se realizan por internet no podrán nunca reemplazar la presencia en carne y hueso y el diálogo de viva voz”. Ver Riechmann, Almazán y otros, https://ctxt.es/es/20200501/Firmas/32143/riechmann-yayo-herrero-digitalizacion-coronavirus-teletrabajo-brecha-digital-covid-trazado-contactos.htm

[ix] El desafío es inmenso: “La economía (“the economy”) está allí donde no está la vida. … La economía (“economics”) es la mentira más duradera de los aproximadamente diez mil años erróneamente tomados como historia. … Hay un terror básico: para la mayoría de las personas, es el miedo a perder la última ilusión que los separa de sí mismos, el pánico de tener que crear sus propias vidas… La civilización fue identificada con la obediencia a una relación eterna y universal con la lógica del mercado… La naturaleza no puede ser liberada de la economía hasta que la economía sea expulsada de la vida humana… A medida que el agarre de la economía se debilita, la vida es más capaz de encontrar un camino para sí misma” (Vaneigem 1994: 17, 18, 33, 36; mis cursivas).

[x] Contrariamente a lo que se piensa, los entramados comunitarios indígenas no son homogéneos sino plurales; tampoco suprimen las expresiones personales. “Lo comunal no limita lo individual, lo potencia. … Las tramas comunales dan un piso donde se sostiene la vida íntima, personal” (57), así la organización de la vida, del trabajo, de la política se haga colectivamente, y todas las familias y personas tenga que pasar por estas prácticas.

[xi] Hay ya un extenso archivo Nasa sobre la Liberación de la Madre Tierra; ver: ACIN, “Libertad para la Madre Tierra”, 28 Mayo 2010, http://www.nasaacin.org/libertar-para-la-madre-tierra/50-libertad-para-la-madre-tierra; “El desafío que nos convoca”, 28 May 2010, http://www.nasaacin.org/el-desafio-no-da-espera; “Lo que vamos aprendiendo con la liberación de Uma Kiwe”, 19 January 2016, http://pueblosencamino.org/?p=2176; Vilma Almendra, “La paz de la Mama Kiwe en libertad, de la mujer sin amarras ni silencios”, 2 Augusto 2012, http://pueblosencamino.org/?p=150. Ver también: “Libertad y alegría con Uma Kiwe: Palabra del proceso de liberación de la Madre Tierra”, http://liberemoslatierra.blogspot.es/1481948996/libertad-y-alegria-con-uma-kiwe-palabra-del-proceso-de-liberacion-de-la-madre-tierra/

[xii] Sobre los eventos más recientes, ver: https://liberaciondelamadretierra.org/; escuchar “Vamos al Corte”, Programa Radial del Proceso de Liberación de la Madre Tierra, https://www.radioteca.net/audio/vamos-al-corte-27-de-abril-de-2020/

[xiii] https://pueblosencamino.org/

 

[xiv] A este respecto, ver el Tejido Global de Alternativas, propiciado por varios entramados de colectivos autónomos, entre ellos Crianza Mutua (Oaxaca), https://globaltapestryofalternatives.org/es:introduction

[xv] Consideremos este elocuente enunciado de Rivera Cusicanqui: «La micropolítica es un escapar permanente a los mecanismos de la política. Es constituir espacios por fuera del estado, mantener en ellos un modo de vida alternativo, en acción, sin proyecciones teleológicas ni aspiraciones al ‘cambio de estructuras’. En este sentido es, nada más ni nada menos, que una política de subsistencia. Pero también es un ejercicio permanente y solapado de abrir brechas, de agrietar las esferas molares del capital y del estado. Una reproducción ampliada, de lo micro a lo macro, que no traicione la autonomía molecular de estas redes-de-espacios pero que pueda afectar y transformar estructuras más vastas, sin sumirse a su lógica, es aún una posibilidad no verificada, y por lo tanto un riesgo» (Rivera Cusicanqui 2018: 142).

[xvi] Expresión utilizada por el arquitecto caleño Harold Martínez en una de las reuniones del grupo de trabajo sobre diseño de transiciones para el valle geográfico del Rio Cauca, Cali (2019).

 

 

 

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