Fuente:Nodal, Noticias de America Latina y el Caribe
Justina va a encontrarse en Lima, por primera vez, con otras mujeres que fueron esterilizadas durante el gobierno de Fujimori. En el camino de Huancavelica al II Encuentro de Mujeres Afectadas por Esterilizaciones Forzadas, recuerda cuando fue esterilizada contra su voluntad, rechazada por su comunidad y estigmatizada por su iglesia.
“Mi marido me va matar”, pensó.
La ambulancia la dejó en la puerta de su casa. Los días siguientes, no puede precisar si fue una semana o un mes, se los pasó con fiebre, escalofríos, dolor y con miedo.
¿Cómo preguntarle a Justina por ese pedacito de su historia que prefería borrar para siempre?Tenía 28 años, era 1998. El gobierno de Alberto Fujimori Fujimori había prometido reducir la pobreza en el país. Emprendió un ambicioso programa de “planificación familiar”, consolidado en el Programa Nacional de Salud Reproductiva y Planificación Familiar 1996-2000 y que incluía una campaña de esterilizaciones masivas. Las cifras de las organizaciones sociales como DEMUS arrojan datos de hasta 200 mil mujeres y hombres esterilizados en esa época. La mayoría contra su voluntad. Las cifras son todavía incompletas, pero nos dan una idea de la gran cantidad de personas que fueron operadas.
Justina no cuenta en esa cifra, no está inscrita en ningún registro porque el Ministerio de Justicia no contabilizó ni visitó varios distritos de Huancavelica. Hasta hace algún tiempo, le daba tanta vergüenza hablar del tema que se quedaba callada ante la pregunta. Para ella todo lo malo vino con esa operación y con el conflicto armado, con la incursión de Sendero Luminoso en Huancavelica, la desaparición de autoridades, de comuneros, nunca más se sintió segura. Ella se había casado a los 19 años y juntos, con su marido, construyeron la casa en la ladera de una montaña, en una tierra fértil: Manyaclla, Huancavelica, que da a luz maíces dulces y habas carnosas.
Su esposo regresaba ebrio a la casa. Se había sumado a las rondas de autodefensa campesinas creadas para combatir la subversión pero no quería hablar de lo que había visto. Se volvió parco.
-Luego me pasó, dice Justina.
Primero fue el Estado, quien a través de los médicos invadió su cuerpo sin autorización. El segundo golpe vino de parte de su comunidad y su familia.
-Me dijeron puta. Le metieron cuentos a mi marido. Que seguro me había esterilizado porque quería estar con otros hombres, que ahora iba ser una mujer fácil. Tantos problemas me han causado y yo calladita, me iba a la chacra a llorar y decía “por qué a mí”.
Entonces, se encoje de hombros, lagrimea. “¿Para qué sirve una mujer que no puede tener hijos?, me dijeron”, cuenta Justina. A los que la calumniaron los tuvo que perdonar.
Y su esposo, lleno de ira, se desquitó todo lo que pudo con ella. Y la llenó de ofensas. Dejó de trabajar en la chacra, de llevar el ganado a pastar o de cargar la leña. Era un hombre alcohólico que le tocaba la puerta en las noches, un desconocido que ya no dormía con ella, al que parecía darle asco tocarla. Cuando Justina se dio cuenta de que había perdido a su esposo, hizo lo posible por alimentar a su familia. Sus cuatro hijos aprendieron a arar la tierra desde pequeños.