Por: Mario Santucho
Jair Messias Bolsonaro ganó el balotaje con casi 58 millones de votos (55%) y es el nuevo presidente electo de Brasil. El cambio resulta tan lacerante que cuesta captar su significado y alcance. Para encontrar un antecedente de la misma magnitud aunque opuesto en su orientación ideológica, hay que remontarse al primer gobierno de Lula quien en 2002 alcanzó el 61% de los votos con un partido de origen antisistema.
El domingo por la noche escuchamos el resultado, precisamente, en el búnker del Partido de los Trabajadores (PT) en el hotel Pestana de San Pablo. Allí no solo se palpaba, entre el estupor y los sollozos, la clausura de un ciclo político; también podía olerse el comienzo de una etapa oscura cuyos efectos se sentirán en Argentina. “No tengan miedo, nosotros estaremos aquí, estaremos juntos”, intentó tranquilizar el candidato perdedor Fernando Haddad (47 millones de votos, 45%), sin restarle dramatismo al desenlace.
Lo que sigue es un intento por comprender de dónde extrae Bolsonaro su fortaleza, cuál es el nuevo mapa del poder político en Brasil y qué puede acontecer cuando el ultraderechista que ganó gracias al apoyo popular asuma la presidencia el 5 de enero de 2019. Para esbozar este análisis en tiempo real conversamos con dos diplomáticos de Itamaraty, un experimentado periodista del jornal O Globo, un dirigente de la conducción nacional del Movimiento Sin Tierra (MST), un fino analista argentino de la política internacional y decenas de brasileños de a pie.
Luz larga
Si se quiere interpretar a Bolsonaro es preciso tener en cuenta dos procesos políticos contemporáneos que crearon las condiciones para su emergencia, indica el periodista que trabaja en O Globo y pide mantener su identidad en reserva. De un lado, la “lenta, gradual y segura” (al decir del último presidente de facto Ernesto Geisel) transición a la democracia, digitada por los militares a partir de 1982 y consagrada en 1985 con la elección del emedebista José Sarney (candidato a vicepresidente de Tancredo Neves, político experimentado que enfermó gravemente muy poco antes de asumir).
Luego de dos períodos de inestabilidad, que incluyeron la irrupción y caída de otro “salvador de la patria”, el inefable Fernando Collor de Melo, emergió una gobernabilidad consistente durante los dos mandatos de Fernando Henrique Cardoso (PSDB) y su Plan Real, análogo a la Convertibilidad menemista. La gran diferencia con lo sucedido en Argentina a comienzos de siglo es que entre Cardoso y su sucesor Lula existió más una continuidad que un cisma, como el experimentado en diciembre de 2001 entre nosotros. Según una periodización recurrente entre algunos analistas brasileños, se ubica a la etapa 1995-2008 como una década virtuosa por el crecimiento económico y la redistribución de los ingresos en el marco del primado de las reglas democráticas. En esa manera de leer el pasado reciente, la crisis financiera internacional funciona como bisagra para un devenir descendente que se acelera durante los gobiernos de Dilma Rousseff.
El segundo elemento clave que explica el surgimiento de la ola bolsonarista es la consolidación del PT como principal partido moderno de Brasil, el único con bases sólidas en todo el país, capaz de aglutinar varias corrientes de la izquierda, con densidad intelectual y un activismo surgido de muy distintos estratos sociales. Cuando Lula finalmente accede a la presidencia en 2003, el Partido de los Trabajadores “salta” (y no “asalta”) al Estado ubicando a buena parte de su militancia en las más diversas casamatas institucionales.