EL NACIMIENTO DE WAYNA TAMBO: BREVES MEMORIAS DE MUCHAS VIDAS Por Mario Rodríguez Ibáñez

Nos pasamos casi un año casi un año gestando ese nacimiento. Quienes recorrimos ese camino veníamos de experiencias culturales y barriales de distinto tipo y por unos 4 años habíamos confluido en un hermoso proceso del cual les contaremos uno de éstos días: Los Movimientos por la Vida. El proceso se había estancado, más que por falta de voluntades, por los desconciertos de ese tiempo. No sabíamos muy bien por dónde seguir. Entonces, alguna gente que habíamos participado de ese proceso, que vivíamos en El Alto, empezamos a gestar la posibilidad de un espacio cultural sostenido y con lugar propio de referencia. Decíamos que no nos dejaríamos vencer por las desesperanzas de la época, pero que, ante las incertidumbres, los que queríamos era un lugar donde juntarnos, donde hacer las cosas que nos gustaban, donde disfrutar los encuentros, donde hacerlo a “nuestro estilacho”, pero de puertas abiertas para quienes quisiesen venir y compartir. Nos quedamos en ese proceso 5 personas: Lucina, Edith, Eddy, Willy y mi persona. Teresa nos dio una mano en ese tiempo y desde el día 30 de enero de 1.995, el de nuestra inauguración, Santos se incorporó del todo al equipo.  Santos, con quien ya teníamos algunos años de compartir sueños y trabajos, y que con quién habíamos compartido corresponsablemente los días de los Movimientos por la Vida pero que no vivía en El Alto y por ello no estuvo en el grupo gestante, con él hemos recorrido y criado estos 26 años de Wayna Tambo y todos los años anteriores de militancias compartidas desde muy jóvenes, casi niños, en los barrios de La Paz y El Alto.

Asumíamos varios elementos como fundantes de Wayna Tambo, pero recuerdo especialmente una suerte de premisas de nuestro nacimiento. Era 1.995 y pocos años antes se había desmoronado el llamado bloque socialista en Europa y otros lugares del mundo, la revolución sandinista que tanto nos había inspirado, había sido derrotada en las urnas, el periodo de auge de los “movimientos de liberación nacional” en el continente, junto con los de la educación, comunicación y cultura populares o la teología de la liberación, cedían fuerza ante la ofensiva del neoliberalismo duro y sus nuevas subjetividades y valores que se presentaban como “el fin de la historia” y el triunfo total del capitalismo. Para entonces, con los Movimientos por la Vida habíamos participado activamente en la campaña de conmemoración de los “500 años de resistencia indígena, negra y popular” que había recorrido el continente, era el tiempo en el que las wiphalas y el renombrar a América Latina como Abya Yala, marcaban la irrupción de la plurinacionalidad indígena, originaria y negra que cuestionaba los estados nacionales y monoculturales que heredamos de la colonia. La dominación de clase se teñía de las dominaciones culturales y coloniales para recomprender las esperanzas, las resistencias y, lo que se llamaría después, las reexistencias.

Este triunfo aplastante del momento, del neoliberalismo con brote profundo de la diversidad y la plurinacionalidad en nuestros horizontes marcaron mucho de lo que hicimos y de nuestro “estilacho” en Wayna Tambo. Mucha gente de las llamadas izquierdas, más clase medieras en Bolivia, se habían pasado al neoliberalismo y sus “políticas sociales”, seducidos por el “canto de sirenas” del fin de la historia y de cómo abordar la diversidad desde el multiculturalismo y el discurso de género dominantes. Era la época de las Reforma Educativa y su discurso constructivista y de competencia, de multiculturalidad y bilingüismo (resultó ser la reforma más neoliberal del continente), de la participación popular y el surgimiento del municipio local como nuevo territorio estatal y el control social, de instancias del Estado para “atender” los “asuntos” de género, generacionales e indígenas. Pero algo en todo esto no olía bien. Era una suerte de refinamiento de las dominaciones de clase y coloniales, así como las patriarcales y del adultocentrismo, era un discurso “inclusivo” para consolidar las dominaciones de un mundo único, reorganizado por la “mano invisible” del mercado y el paso de la “ciudadanía liberal” a los consumidoras y consumidores como en lugar de la pertenencia, un feroz ataque contra los lazos de comunidad y de convivencia profunda con la diversidad y la pluriculturalidad civilizatoria.

La irrupción de los pueblos indígenas en las disputas narrativas dominantes y las comprensiones del mundo y la vida, así como de la política, que ya venía de un acumulado largo de memoria y resistencias, de siglos antes la invasión colonial, así como de una renovada presencia como sujetos de las últimas décadas, fue más intensa y significativa en torno a esos 500 años de resistencia, hacia el año de 1.992. ya dijimos que sin ese proceso no comprenderíamos los Movimientos por la Vida, antecesor de Wayna Tambo.

Frente a sectores de las izquierdas clásicas que sucumbían al neoliberalismo (podríamos mencionar muchos nombres que ahora siguen en la arena política sosteniendo argumentos de toda laya que siguen siendo funcionales a las derechas, incluso recargados de discursos alternativos, pero mejor nos detengamos en los brotes lindos de vida), el mundo indígena originario como se solía decir por entonces, nos cuestionaba las miradas e interpretaciones de la vida monoculturales, únicas, del metarelato unificador, de la homogenización globalizada en medio de discursos neoliberales de respeto a las diferencias y del consumo engañoso de mucho diverso, pero todo igual al mismo tiempo. Y peor aún, todo cada vez más concentrado en la riqueza y el poder global de muy pocos.

Los Movimientos por la Vida fueron una respuesta en la defensiva ante ese avasallamiento neoliberal, colonial, de la hegemonía globalizada monocultural. Ahí nos juntamos pequeños grupos de barrio, muchos de experiencias culturales, educativas y comunicativas populares, algunas que venían de comunidades eclesiales de base con aprendizajes desde la teología de la liberación, participaban nacientes grupos autónomos que introducían el tema ecológico o el de la alimentación, pero también movimiento campesino e indígena, recuerdo especialmente la presencia del Movimiento Campesino Comunidades en Marcha de Tarija y algunas comunidades Guaranís de ese mismo departamento. De esos intercambios, de ese intento de convivir profunda y sinceramente la diversidad del país, fuimos gestando nuestras críticas al neoliberalismo, al estado monocultural y colonial, al patriarcado, a la dominación sobre la naturaleza, pero fundamentalmente a la dominación global de un solo proyecto civilizatorio: la modernidad occidental y sus nociones de desarrollo y progreso. Cuestionamos el conociento como universal (en sus contenidos, pero también en sus metodologías), las nociones de cultura o arte dominantes, sus maneras de entender la educación y la salud, la política y la economía, el amor y la convivencia, la familia y la ciudad.

Nos fuimos abriendo a la diversidad y la pluriculturalidad que luego iría madurando en la comprensión de la plurinacionalidad y lo pluricivilizatorio. Ese fue el aporte de los Movimientos por la Vida, el abrirnos a esos debates, otras comprensiones, pero fundamentalmente a otras vivencias y convivencias. Pero también fue el límite de su tiempo. Era un espacio intenso y maravilloso, pero en un tiempo de incertidumbre y de “victoria neoliberal” ante los pensamientos alternativos, los caminos eran muy difusos. Fue como un tiempo necesario de transiciones.

La gente que participamos de ese proceso y que vivíamos en El Alto, nos cuestionamos profundamente todo eso y mucho lo urbano, la ciudad y sus modos de vida, desde la matriz aymara que habita e inunda cada rinconcito y cada encuentro alteño. Cuando sentimos que los Movimientos por la Vida, que habían nacido en 1.990 y ya estábamos en 1.994, se estaban disolviendo, decidimos que queríamos un espacio físico, un lugar donde seguir encontrándonos para continuar estas búsquedas y convivencias. Hacerlo sin apuros, sin angustias, “con la paciencia que no tienen los flojos pero que siempre han tenido los pueblos” (Mario Benedetti). Hacerlo de puro gusto de seguir, a “nuestro estilacho”, pero de puertas abiertas para que llegue la gente que quiera compartir, tejer, críar vida. Así en 1.994 gestamos Wayna Tambo y un 30 de enero de 1.995 lo ch’allamos, lo abrimos al público en ese pequeño y legendario local.

Claro que había otros temas y experiencias que nos cruzaron en ese nacimiento: lo juvenil generacional, las nociones sobre las culturales y los modos de vida, las recomposiciones de clase, lo patriarcal y las conversaciones sobre lo femenino y lo masculino, los “centros culturales” y sus ruptura-continuidad con la tradición occidental y lo que nos dejaban nuestras culturales ancestrales para hacer otras cosas, de otras maneras, etc. Pero de cada uno de eso y otros temas iremos compartiendo en esta serie de “croniquitas” de la memoria de muchas vidas.

El pasado 30 de enero de este 2.021 cumplimos 26 años, con ese pretexto hicimos en nuestra radio -en 1.995 no teníamos radio, aunque ese año comenzamos un programa de radio en una emisora local, la radio solo la tendríamos en el año 2.002-, una tertulia y recibimos saludos, así como recuerdos de más de una treintena de personas y organizaciones que nos contaron como conocieron Wayna Tambo, sus recuerdos, sus convivencias con nosotrxs, sus anécdotas. Fueron tres horas y media de conversaciones y recuerdos, una jornada intensa y maravillosa. Para quienes tengan paciencia y ganas, aquí les dejamos esas más de tres horas de encuentros y abrazos. Gracias a todxs por ser parte de este abrazo comunitario de crianza corresponsable, sin ustedes tampoco seguiríamos estos 26 años de vida.

¡Jallalla Wayna Tambo!