LAS VOCES DE LAS QUE ESTAMOS HECHXS. Por: Elena Peña y Lillo Llano

Picasso decía que lo importante es hacer y nada más ser lo que sea. Es decir, la cosa es hacer.

Este tipo de convencimiento necesita una cierta dosis de terquedad y mucha de persistencia. La Editorial Independiente Tospiu, impulsada por Sadid Arancibia, es una muestra del gesto de hacer. En este caso, parir una editorial y sostenerla con una producción continua que se alimenta de creaciones inéditas y que, además, siguen una línea muy abrazada a la oralidad, dándole una identidad diferenciadora.

Tospiu, adjetivo derivado del quechua, que significa un poco loco, un poco tocado, sea de manera circunstancial o sea como simple forma de ser, es el nombre elegido para esta propuesta editorial nacida el 2020. Su planteamiento es similar a otra propuesta: La Expo de Bolsillo organizada por Nereta Movimiento Artístico, con obras de arte en miniatura, pensadas precisamente en ese formato para ser accesible a todos los bolsillos.

Funciona. Con un costo de 20 Bs., con portadas ilustradas y con una extensión no mayor a 75 páginas, los ejemplares de “00H. 23M. 23S.” y “El Salamanquero”, “Ernestina La Polilla” y “Mi historia son las otras voces”, circulan por la ciudad de Tarija en las diferentes ferias que se organizan en los pocos espacios públicos donde aún son permitidas, por ejemplo, la Plaza Lizardi, frente a la Catedral, pero también en otros espacios como los centros culturales y, por supuesto, la posibilidad de envío a otros puntos del país. Además, desde el 2022 incursiona en el formato de fanzines, también con cuatro ediciones.

La última novedad editorial del Tospiu viene apoyada por el Fondo para las Culturas y Artes Latidos Urbanos 2023, y con cuya propuesta Jësaete Teatro desarrolló un taller de relato oral que combinó también técnicas actorales de narración, generando un quiebre de lo generacional y lo individual a través de una creación colectiva de las historias y las voces.

El prefacio describe bellamente este proceso: “(…) jugamos mucho, ejercitamos la voz, escribimos, escuchamos muchas historias y nos animamos a contar (…) sobre todo intentamos ser honestos, desde el placer de tener presencia en la escena, hasta en poder ser algún otro en el mismo cuerpo. Gritamos, hablamos fuerte y en algún momento nuestros pies dejaron de bailar, se mostraron seguros, la voz salía fuerte sin necesidad de esfuerzos. En ese punto la vida se hizo cuento y el cuento escena, después… letras”. O sea, vivir el cuento y hacerlo vivir con y en otrxs.

¿Cuál es la relación entre las historias individuales y las historias colectivas? ¿Cuál es la relevancia de la historia propia, esa que no tiene ninguna mayúscula al inicio? Quizás la respuesta subyacente que nos impusieron es que no tiene ninguna, que mejor olvidarla o, peor aún, enterrarla como si no existiera, para que no surja. Dentro de estos relatos orales nacidos desde la pregunta a las abuelas y abuelos, desde el ejercicio de memoria a aquello que contaron o escuchamos, podemos seguir el rastro innegable del vínculo latente con la tierra. Y va más allá de lo costumbrista. Los relatos narran desde el lugar en que se vivieron y sólo hace dos, tres generaciones atrás, vivíamos en el campo o en la mina. El apartado “Esto nos han contado” y sus siete relatos refleja esa época.

En cambio, los once primeros cuentos vienen desde el presente, pero también desde un ejercicio de rescate de lo onírico, de los anhelos, de las certezas, las memorias propias no tan lejanas en el tiempo que constituyen buena parte de nuestra cotidianidad y que la interpelan. La polifonía de voces nos lleva por distintos registros porque cada persona tiene una voz; refresca que éstas sean tan honestas, haciendo de la clave ficcional un recurso creativo que, sin embargo, no esconde nada, sino que lo revela, como una radiografía de lo que vamos pensando y sintiendo en la Tarija profunda.