ACTIVACIÓN SOCIAL, POLÍTICA Y CULTURAL DE CONTEXTOS URBANOS

A veces es necesario como asumir riesgo y probar que sí vale la pena realizar ese tipo de intervenciones en el espa-cio… porque uno tiene muchas hipótesis, pero si uno se pone a esperar a que haya la plata, a que haya voluntad política, a que… toda la burocracia se alinee para que las cosas sucedan, pues es muy complicado. Entonces a veces sí hay que darle ese empujón y como demostrar cosas. Yo por ese lado sí veo la necesidad del hacer. (Amigos Garden, 2020)

 

La activación urbana mediante el activismo y las prácticas espaciales constituyen el núcleo fundamental del quehacer de las organizaciones y los colectivos sociales con anclaje territorial. Y esta activación se da en esencia en el espacio público y los espacios colectivos de encuentro, intercambio y diálogo:

 

Nuestro objetivo cuando empezamos era activar los espacios públicos y urbanos por medio de diversas excusas. Finalmente son excusas, así como dice Carolina. Que nosotros hubiésemos llegado en un primer momento a un parque y hubiésemos podido pensar, a través de participación ciudadana, que lo mejor era hacer un parque con mesa de ajedrez… y el ajedrez termina siendo una excusa para que otras cosas surjan. Así buscamos y tocamos puertas en un principio. (Colectivo Pentagrama – TA, 2020)

 

El espacio urbano, localizado y territorializado es el eje que permite acoger, reunir y tejer relaciones con las comunidades y los vecinos; además, la posibilidad de vivir el espacio de manera concreta y directa es lo que facilita la consolidación de escenarios de encuentro social y popular. En este sentido, como se plantea en el caso de los colectivos culturales y artísticos, pero se puede aplicar al conjunto de organizaciones de base territorial, el objeto de estas prácticas socioespaciales no se reduce a producir una obra o proyecto, sino «a la experimentación de modos de organización social» (Maccioni y Loyber, 2015, p. 145).

Adicionalmente, no por su carácter territorial y localizado se puede reducir el alcance e impacto de estas prácticas socioespaciales, porque ellas se desarrollan en un marco global mucho más complejo y contradictorio en términos del rol que juegan en los procesos de cambio social que se vienen presentando en diversos contextos. De cierta forma nos encontramos con organizaciones que de manera implícita o explícita asumen un rol mediador frente al caos global:

 

[…] un papel cosmopolita, tratando de articular lo local y lo global, manteniendo el reto de articular los desafíos del cambio climático y una nueva concepción del desarrollo, la necesidad de democratizar y politizar el cambio tecnológico en relación con las grandes corporaciones y, al mismo tiempo, presentando una agenda muy consistente de justicia social y de solidaridad inclusiva a escala transnacional. Sin renunciar por ello a enraizar esos debates y retos a escala local. (Subirats, 2017, p. 3)

 

Aunque este proceso de localizar los debates y conflictos globales no es nuevo, se ha venido profundizando desde el inicio del siglo XXI. Si una parte importante de la movilización social en el espacio público en la década de 1990 e inicios del 2000 se dio en función de alianzas y movimientos internacionales contra la globalización, en los cuales predominaba la acción directa como bloqueos, ocupaciones y caravanas intercontinentales, con la emergencia de protestas simbólicas y de fuerte contenido lúdico, se presenta en los años más recientes un proceso de relocalización de las disputas sociales, culturales y ambientales con el predominio de la discusión territorial y el cara a cara, y con estructuras organizativas mucho más distribuidas o difusas apoyadas por la emergencia de las redes sociales online que han facilitado su proceso de descentralización (Lago Martínez, 2015).

En nuestro caso, identificamos 3 ideas clave sobre las cuales se organizan estos procesos urbanos: 1) el espacio colectivo como nuevo centro de gravitación de los procesos sociales alternativos en la ciudad, 2) la consolidación de la disputa simbólica por el espacio urbano y 3) la utilización del espacio y de la acción colectiva como dispositivos de activación social, política y cultural en la ciudad.

 

1.1.  El espacio colectivo como nuevo centro de gravitación de los procesos sociales alternativos en la ciudad

 Que el espacio colectivo sea el nuevo centro de gravitación de los procesos sociales alternativos en la ciudad ha sido el resultado de un proceso de redefinición de las prioridades y necesidades de los habitantes urbanos en el contexto local. Al inicio del estallido urbano de las ciudades latinoamericanas en la década de 1950 el problema central de la organización social urbana se situaba en la vivienda y el acceso a servicios e infraestructuras, pero con el paso de los años esta centralidad se ha desplazado al espacio público y a los espacios colectivos de encuentro.

En parte esto ha sido producto de la consolidación de la ciudad y también ha sido resultado de la emergencia de nuevos valores sociales surgidos en contraposición a los procesos de globalización, desterritorialización y crisis ambiental propios del modelo de desarrollo capitalista.

 

Yo los conocí porque somos vecinos. Vivo en la cuadra de al lado. Y verlos me interesó, los busqué y pues ahí fue ya solo como tratar de meterme al grupo. Actualmente, además de la huerta, hacemos recolección de basura y ayudamos a participar en esos eventos en unos humedales que todavía no están reconocidos acá en Kennedy. Eso es en la Tingua Azul, al lado de Timiza. Básicamente eso es cada 8 días que hacen el proceso de recolección de basura. Nosotros vamos con Camilo, con Leidy… pues vamos los que podemos ir. A veces sacamos hasta 2 o 3 toneladas con el grupo de trabajo, recuperando el espacio ambiental que se ha dejado allá en el espejo de agua y todo eso. (Roma Es- cuela, 2020)

 

En cierta medida, estas formas de relacionarse de manera directa y sensible con el espacio urbano pasan por una redefinición del vínculo entre el cuerpo (individual/personal) y la ciudad en el seno del activismo (Diz, 2018). De entender la ciudad como un organismo o un cuerpo externo, sujeto a operaciones de recuperación urbana, estamos transitando a sentir la ciudad desde nuestros cuerpos y nuestras experiencias, a la politización de lo cotidiano desde lo corporal, como un territorio seguro y conocido frente a la externalización, desterritorialización y globalización, a «la posibilidad de cambiar la ciudad cambiando los objetos que la habitan y las tecnologías con las que la recorremos y experimentamos» (Diz, 2018, p. 29).

 

La consolidación de la ciudad

 

Bogotá ha vivido un proceso de explosión y consolidación urbana desde mediados del siglo XX, en el cual las formas de organización urbanas, sociales, culturales y barriales se han ido acoplando y han ido dando forma a los tejidos territoriales en la ciudad. Las luchas y reivindicaciones por el acceso a los servicios, la vivienda y la tierra determinaron las primeras décadas de este proceso de expansión urbana, marcadas fundamentalmente por las lógicas de la necesidad y del acceso al desarrollo de la ciudad: necesidad de acceso a servicios básicos, necesidad de legalización de barrios, necesidad de acceso o reconocimiento de la vivienda autoconstruida, necesidad del espacio público.

Y si bien ya desde finales del siglo XX y principios del siglo XXI se observa una desaceleración de este proceso de explosión urbana, una parte importante de los problemas acumulados se ha mantenido vigente, aunque entremezclándose ahora con nuevas realidades, sensibilidades y aspiraciones sociales. Ha surgido otra gama de activismos urbanos, cuyo accionar ya no gira primordialmente en torno a la búsqueda del acceso a ese desarrollo urbano, reflejado en la reivindicación del acceso al suelo, la vivienda o los servicios, sino en torno a los problemas y conflictos generados por este mismo proceso de desarrollo: conflictos y crisis socioambientales, violencias y reivindicación de la memoria, recuperación de identidades diluidas y homogeneizadas, autonomía y soberanía popular o territorial, entre muchos otros.

En la actualidad estos dos grandes procesos urbanos se superponen en medio de una ciudad y unos territorios menor o mayormente consolidados, y las instituciones o formas organizativas surgidas en función de ese primer proceso de explosión urbana, como la acción comunal o las organizaciones populares de vivienda, se han quedado cortas en su capacidad de incorporar y adaptarse a las nuevas realidades y sensibilidades sociales en formación.

La consolidación de una gran parte de la ciudad y de sus tejidos urbanos y sociales, la satisfacción total o parcial de las necesidades más apremiantes y los conflictos propios del modelo de desarrollo en que se encauzó nuestra sociedad han redefinido la agenda y el activismo político y social urbano. Adicionalmente, a estas realidades locales complejas y contradictorias se suma la presencia cada vez más apabullante y generalizada de la globalización en lo económico, lo cultural y lo ambiental, contrastando aún más las realidades y el campo de acción local.

 

Transitando de la vivienda al espacio colectivo

 

La vivienda y su inserción en la ciudad constituyeron en gran medida la unidad básica y el centro de gravitación de los procesos sociales urbanos de la segunda mitad del siglo XX en Bogotá. Se trataba de la búsqueda de una vivienda conectada a los servicios de agua, alcantarillado y energía, una vivienda titulada, una vivienda accesible y comunicada con la ciudad. Sin embargo, y a pesar de tratarse de una unidad privada, en muchos territorios la vivienda fue autoconstruida de manera colectiva, así como lo fueron los primeros sistemas de acueducto y alcantarillado o las vías de acceso a los barrios de origen informal. Los equipamientos sociales y el espacio público vendrían en un segundo momento o aún se espera por ellos.

 

De esta forma, la suma de las viviendas y del esfuerzo colectivo por su construcción e inserción en la ciudad dio origen a nuestros barrios, a identidades locales, a relaciones de vecindad, a tejidos sociales y económicos y comunidades más o menos organizadas. Pero a medida que el problema de la vivienda avanza y se resuelve, y a la par que la explosión de ese esfuerzo colectivo por su consolidación se diluye, se comienza a generar un vacío social, una crisis en el arraigo y sentido de comunidad.

La búsqueda por reconstruir este tejido social, barrial, comunitario o vecinal tiene que desplazarse a un nuevo centro que ya no es la vivienda o la dotación de los servicios básicos asociados a esta. Se comienza a posicionar así el espacio colectivo como centro de gravitación, de arraigo y de pertenencia al territorio. El espacio colectivo se refleja tanto en el espacio público como en el comunal o residual, muchas veces sin forma o aún no definido; en los humedales y otros relictos de los ecosistemas preexistentes de la ciudad; en la misma calle en torno a la cual se organiza la vida de barrio.

De esta forma, el espacio colectivo, que no es necesariamente el espacio público, pero sí el espacio de encuentro social local o barrial, se convierte en el nuevo centro de gravitación de los procesos sociales alternativos en la ciudad ofreciendo nuevas formas de relacionarse y nuevos diálogos entre quienes se encuentran en el territorio para apropiar una ciudad más cercana, más incluyente, más viva.

 

Transformación del espacio urbano en espacio de encuentro

 

La idea del espacio urbano como un espacio funcional, dedicado a la vivienda, al trabajo y a la movilidad cotidiana entre estos, empieza a transformarse en la idea del espacio urbano como área de encuentro, de memorias, saberes, experiencias, sensibilidades, visiones y realizaciones. De algo que va más allá de la simple cotidianidad de su uso y tránsito.

Y es tal vez este el primer aspecto en común de las experiencias y expresiones en torno a las cuales giran los actuales procesos de transformación socioespacial en Bogotá. La búsqueda por consolidar el espacio urbano como un espacio de encuentro implica su intervención directa, conlleva la transformación del territorio urbano mediante el trabajo colectivo que trasciende de  la  necesidad  individual  por tener un lugar en el mundo a la aspiración colectiva por transformar la realidad que se habita.

 

El hilo conductor del colectivo ha sido la agroecología urbana. Y desde el proceso de la huerta y de concebir la huerta desde cero gracias a esto que pasó con la huerta de los abuelos, pues el cuidado de la tierra fue la gran excusa para citarse cada 15, cada 8 días para comenzar a hacer la huerta. Y pues la agroecología venía de poder hacer de los saberes locales herramientas de diseño colectivo para la huerta. Entonces, más allá de llegar nosotros con el ABC de cómo se hace una huerta exitosa, era cómo desde los saberes de cada una de las personas se podía efectivamente hacer una huerta en donde las manos sean de todos. (Colectivo Pentagrama – TA, 2020)

 

Este cambio de visión frente al territorio urbano es fundamental para entender las dinámicas emergentes de transformación a las que nos enfrentamos actualmente en la ciudad, así como las aspiraciones y formas organizativas de quienes han asumido su transformación, ya que abarcan horizontes que cuestionan los paradigmas sobre los que se ha construido y se administra la ciudad hoy. En este sentido, el espacio de encuentro no se puede reducir solo al espacio público construido o a los eventos y actividades que allí se inscriben, sino que es fundamentalmente la posibilidad de la creación y transformación colectiva del espacio urbano.

 

1.1.   La disputa simbólica por el espacio urbano

 

Lo que encontramos fue una comunidad que luchaba por demostrar que eso era un humedal, etc., pero a la par encontramos el ejemplo de Dorita, de Dora Villalobos, quien, a su vez, desde hacía más o menos 10-12 años había arrancado también un proceso comunitario para el rescate y la renovación del humedal La Vaca. Entonces de ahí arranca un trabajo no solo con las comunidades, sino con los territorios. Nosotros fuimos muy bien adaptados por el humedal. Por Dorita, por don Tito, quien es su compañero y quien también trabaja allí y ha trabajado en el proceso de restitución del humedal. (Amigos Garden, 2020)

 

El espacio urbano se encuentra en disputa y no solo en términos de su ocupación, sino esencialmente en términos de su resignificación y uso. En esto la dimensión simbólica adquiere un valor fundamental en el desarrollo de los activismos territoriales, en los cuales las dimensiones artísticas y culturales se convierten en determinantes para llevar a cabo las acciones de reapropiación, desinstitucionalización o resignificación de la ciudad.

 

Nosotros llegamos con esta idea del arte, del arte urbano. Y llegamos allá, a la calle a encontrarnos que a veces esas ideas funcionan bien en el papel, pero en la práctica pues tienen unas singularidades que casi que no… eso del papel es un tratado general, pero en la práctica las cosas son muy singulares por cada barrio casi, por cada borde, por cada lugar, por cada gente, por cada comunidad. (Amigos Garden, 2020)

 

El espacio urbano como posibilidad

 

El espacio urbano, incluso el ya consolidado, no es un espacio cerrado o terminado; en las periferias urbanas es más clara esta situación, ya que suele ser un espacio inacabado y fragmentado, en espera de ser definido. Esta concepción del espacio urbano como un espacio de posibilidad es clara en las iniciativas, los colectivos y las organizaciones que están transformando la ciudad desde la acción e intervención directa del territorio.

El rechazo a la interpretación cerrada y normativa de la ciudad define, en gran medida, el primer paso de aproximación a la disputa simbólica por el espacio urbano. Y este rechazo genera eventualmente conflictos, no solo con la institucionalidad que ha normado los espacios urbanos, así como los comportamientos sociales y las actividades a los que deben estar asociados, sino con los mismos habitantes del territorio.

De esta forma, la idea de posibilidad redefine el rol eventualmente pasivo de quienes habitamos la ciudad y nos asigna un rol activo, en el sentido limitado de la participación ciudadana en los márgenes de lo ya normado, proyectado o establecido de manera institucional, y también en la capacidad de cuestionar o crear nuevas realidades aún no institucionalizadas. Estos espacios colectivos, inacabados o en proceso de consolidación se constituyen en espacios de exploración o laboratorios de creación material y simbólica, donde las diversas organizaciones, procesos y colectivos abordan de manera empírica y desde su experiencia sensible la búsqueda de nuevas relaciones sociales en la ciudad construida o por construir. Y este mismo carácter experimental, creativo e incluso ambiguo es el que ofrece la oportunidad de disputar realidades y futuros no preestablecidos.

 

Reapropiaciones simbólicas

 

La lectura de las diversas experiencias de activismo urbano que se presentan en la ciudad debe partir de la lectura de su carácter simbólico antes que centrarse en su expresión material, si se quiere entender la magnitud de su alcance, así como su capacidad transformadora. Las limitaciones en términos de los recursos con que se desarrolla una gran parte de estos procesos, al estar muchas veces por fuera o contar con un bajo reconocimiento institucional, lleva a que se les asigne un valor reducido en su capacidad real de transformación del territorio.

Las reapropiaciones simbólicas realizadas se caracterizan por intervenir la ciudad mediante acciones

«blandas», inacabadas, temporales o efímeras. Este carácter exige mantener un activismo social que garantice, de manera periódica, el mantenimiento o la reactivación de las acciones o intervenciones realizadas. A su vez ese reencuentro periódico y necesario lleva a que se dinamice la vida barrial, social y cultural en los territorios.

Entran aquí a jugar un rol fundamental las expresiones y exploraciones artísticas y culturales, muchas veces articuladas a la búsqueda de espacios de memoria, dada su potencia en la generación de símbolos y significados. O el reencuentro con las visiones ancestrales de la vida y del territorio, que se fundamentan igualmente en desarrollos simbólicos potentes, coherentes con una visión viva del entorno socionatural y contrapuestas a los valores urbanos económicos dominantes en nuestro contexto.

Desinstitucionalización del espacio

 

Para lograr esa disputa simbólica del espacio urbano se recurre a su necesaria desinstitucionalización, al desconocimiento de las normas, asignaciones y formas que no permiten su transformación activa y directa. La institucionalidad, incapaz en reimaginar sus propias elaboraciones normativas, entra en crisis ante nuevas realidades y nuevos escenarios de activismo y creación social, dejando un vacío que comienza a ser ocupado por colectivos, procesos y organizaciones sociales, culturales y populares.

Sin embargo, esta desinstitucionalización no se puede entender como una postura permanente de las organizaciones o colectivos, ya que si bien se produce una primera ruptura con las normas y formas urbanas, existe la necesidad de su posterior reconocimiento institucional, que es el reconocimiento de la posibilidad de la transformación y activación del espacio urbano desde el espacio de encuentro y la acción colectiva, el reconocimiento del carácter dinámico y autónomo de las experiencias locales.

No se trata de un reconocimiento del espacio urbano resignificado como un lugar estático o inmutable ni de su simple incorporación a la normatividad urbana, sino del reconocimiento de la posibilidad de transformación y autodeterminación de quienes habitan el territorio.

 

1.1.  Dispositivos de activación social, política y cultural en la ciudad

 

Hay cada vez más definidas como 2 burbujas muy fuertes: una burbuja que está completamente cerrada, hermética a cualquier posibilidad de cambio, que tiene su fe puesta en el noticiero, en la novela, en lo que le dicen los políticos, en lo que le dice la iglesia, en lo que ha construido digamos a través de la familia, y que es absolutamente hermética a cualquier otra posibilidad o a cualquier otra visión de transformación, sea de su entorno o sea del país. Y otra burbuja gigante donde está toda esta constelación de organizaciones con toda la paleta de posturas políticas y sociales que están no muy articuladas necesariamente, pero que están haciendo y están transformando de a poquitos. A veces entrando en conflictos, a veces no, pero esa comunicación entre esas 2 esferas realmente no… a veces uno no ve realmente por dónde puede haber comunicación. No encuentra uno muchas veces esa posibilidad. (La Creactiva, 2020)

 

Si bien en el testimonio de uno de los integrantes de La Creactiva se refuerza la idea de la hermeticidad entre sectores dispuestos o no a abrirse a nuevos pa- radigmas y realidades, a la existencia de burbujas que imposibilitan el establecimiento de canales de comu- nicación entre quienes están decididos al cambio y quienes no, la búsqueda por abrir y estallar dichas burbujas pasa en gran medida por el establecimiento de dispositivos de activación urbana, a partir de los ejercicios de trabajo colectivo y resignificación del espacio. Al activarse estos dispositivos permiten generar espacios de encuentro y memoria, que bien o mal rompen con los consensos ya establecidos y abren la posibilidad de crear unos nuevos. Son, finalmente, dispositivos que buscan sacudir y romper cotidianidades otorgando nuevos significados al espacio y a las relaciones sociales que lo componen.

 

El trabajo colectivo como dispositivo urbano

 

La activación social, política y cultural de la ciudad necesita del trabajo colectivo. Este trabajo se fundamenta en el encuentro y en el diálogo de saberes y sensibilidades, en el reconocimiento de las capacidades y vocaciones locales, en el quehacer del día a día de los habitantes del territorio, en las profesiones y los oficios arraigados en el tejido social local.

La acción de encontrarse para construir y transformar el espacio urbano de manera colectiva es vital, ya que se convierte en un proceso de aprendizaje y apropiación del territorio en sí mismo. Sin embargo, la experiencia y el acontecimiento que se generan en torno al trabajo colectivo crean nuevos hitos urbanos y espacios de memoria que no giran necesariamente en torno al resultado material de las intervenciones o al espacio construido, sino al refuerzo de las ideas de proceso social.

De esta forma, la reivindicación por el acceso a espacios o infraestructuras físicas en la ciudad da paso a la reivindicación del reconocimiento y fortalecimiento del trabajo colectivo, de su posibilidad y potencial para transformar el territorio.

 

El espacio colectivo como dispositivo urbano

 

El espacio colectivo se constituye en un dispositivo de activación urbana en la medida en que se interviene y resignifica desde el trabajo colectivo. La sola dotación de infraestructuras o equipamientos resulta insuficiente para cumplir este rol de activación de los contextos en que se interviene o incluso llega a ser contraria a las dinámicas y los procesos sociales locales.

En este sentido, el espacio colectivo no se impone, sino que se construye a través del diálogo y de los conflictos locales que se generan en torno a los procesos de resignificación simbólica del territorio. No es necesariamente un espacio de consenso social, sino de exploraciones e incluso de tensiones políticas, culturales y simbólicas. Allí radica el potencial del espacio colectivo entendido como un dispositivo de activación urbana, en la medida en que se constituya en el lugar de encuentro de la acción y del trabajo colectivo.

Finalmente, la creación de nuevas espacialidades urbanas a través del espacio colectivo es fundamental en la transformación de los territorios y en la redefinición de las relaciones sociales que allí se inscriben. Su dinamismo y flexibilidad permiten superar las restricciones normativas institucionalizadas, así como ofrecer alternativas de vida y encuentro social y urbano más coherentes con las realidades y sensibilidades sociales en proceso de formación.

 

Primer capítulo extraído de: Territorios Posibles. Adaptaciones locales a conflictos globales escrito por: Adrián Cárdenas Roa    Asistentes de investigación: Diana Rodríguez Romero y Angélica Paola Luna  publicado en la Revista: Ideas Verdes, Análisis Político de Bogotá/Colombia.