La Anata Andina se asocia al carnaval, lo mismo le sucede al Arete Guazú Guaraní, debido a que los pueblos originarios de éstas tierras tuvieron que esconder bajo ropajes cristianos sus propias fiestas y ritualidades, sus comprensiones del mundo, la vida y sus relaciones. Es tiempo de lluvia, de matriz femenina se dice, por la fertilidad y el paso a la abundancia. Para que la abundancia se haga vida compartida, se requiere criar con cariño y cuidado la chacra que está brotada de flores y dando sus primeros frutos que anuncian las cosechas mayores. Además del cuidadoso criar de la chacra, se requiere de ritualidad para que las lluvias, la tierra, el aire, los vientos, el clima acompañen adecuadamente el crecimiento de esa chacra que anuncia cosechas. Es la expresión de una conversación sabia y ancestral entre ciclos regenerativos de la naturaleza (la pachamama en su sentido amplio) y la humanidad que habita con y en ella (no sobre ella).
Los cultivos principales brotaron en diciembre y enero –papa, maíz, haba, …-, por eso celebramos a las ILLAS (eso que ya es sin ser todavía del todo eso que ya es, es decir cosecha en camino). Las celebramos en el entorno de navidad y en la fiesta de alasitas en las ciudades (24 de enero). Ya nos anunciaron cosechas, ya están las cosechas, pero en illa que requieren ser criadas para que sean eso que ya están siendo.
Llegamos al 2 de febrero y la fiesta de la Candelaria nos marca el hito simbólico del paso de las illas al inicio de las cosechas. Un ritual de paso en el ciclo anual de la regeneración de la vida. Ahí aparece la fiesta de la Anata, entre la Candelaria y el carnaval cristiano, es su época -no es un día- de lluvia abundante, de florecimiento de la papa y otros cultivos claves de la época, por eso tan coloridas las ropas y ornamentos que acompañan esta fiesta. Es tiempo de los primeros frutos, muchos de ellos redondos como papas y por eso son tan importante los pompones de lanas de color en las ropas de danzantes y en el adornando de los animales en los rituales de marcado o alrededor de los instrumentos de música de la época. Es tiempo de instrumentos de viento con emboquillado, casi siempre de un caño principal y abiertos abajo para que el resoplido humano llegue a la tierra y continúe fertilizando la chacra. Tiempo de tarkas, pinquillos y mohoceños, de erke y quenilla.
Como en alasitas, no hay bien o don que surja de la tierra o de las relaciones entre seres humanos sin compartir, sin reciprocidad. Por ello el ritual de paso necesita de fiesta, de encuentro, de abrazos, de reciprocidad, de música y danza hechas en comunidad. La comunidad se fortalece y regenera sus lazos, sus relaciones, sus tejidos, esa es la condición de la abundancia.
Incluso en tiempos de “emergencias sanitarias” y “encierros”, sin necesidad de las grandes y fastuosas fiestas o entradas de carnaval, en los sectores populares, en las poblaciones urbanas con raíces campesinas, en las comunidades rurales se encuentra un espacio para el compartir, para el ritual, para la ch’alla, para la mesita de ofrenda y agradecimiento a la pachamama, para las reciprocidades que hacen posible el rebrotar cíclico de la abundancia. Abundancia que no genera acumulación, sino redistribución y compartir.
El tiempo femenino para esta zona del sur andino comienza en noviembre, con las fiestas de Todos Santos y de San Andrés, fiestas que celebran el paso de la semilla a la planta (muerte y vida), así como dan la bienvenida a la llegada de las lluvias que anuncian ese tiempo de fertilidad. Ese tiempo da paso a otro predominantemente masculino en mayo, con la fiesta de la cruz que celebra la distribución de lo cosechado, la igualación de la comunidad que evita la acumulación y las grandes asimetrías. Seis meses cada tiempo, predominancia de lo femenino y lo masculino, no exclusividad y, OJO, de lo masculino y femenino, atributos que portamos cada varón o cada mujer o cada diferente identidad sexual, porque los atributos femeninos y masculinos no están encerrados en identidades de género fijas y únicas. Es un mundo de la diversidad, que asume que criando diversidad es la manera de regenerar vida en abundancia.
Febrero tiempo de la Anata, de los rituales de agradecimiento a la Pachamama, mes de la Pacha como se dice por aquí. Dentro de seis meses, en agosto será otro mes de la Pachamama, en el entender de los momentos del ciclo anual, que no es el único de la vida, pero si es muy importante. En agosto otra llegada abundante de rituales a la Pachamama, pero de permiso, porque se aproximará el tiempo de siembra, tocará removerla para que reciba las nuevas semillas.
La sabiduría ancestral de los pueblos indígenas nos enseña que la abundancia no es acumulación, sino compartir, reciprocidad, redistribución. Mucho de eso está siendo erosionado por los afanas mercantiles del capitalismo que nos invade por todas partes y por las subjetividades modernas del desarrollismo que asocia progreso a tener más. Y en medio de esas arremetidas que erosionan las sabidurías y prácticas de nuestros pueblos, las nuestras mismas y de nuestras familias, la Anata nos recuerda que es una fiesta de paso hacia la abundancia del compartir. Por eso bailamos y celebramos en comunidad.
Recordando estas cosas, también encontré en un lugarcito de la memoria unas pocas imágenes que tomé hace un par de años en la Anata de Oruro. Se las comparto con nostalgia, pero también como celebración de la vida que todavía seguimos, del cariño, del abrazo, del encuentro… del encuentro recíproco con todas las otras personas, no solo humanas, que nos permiten el cuidado de la abundancia del compartir.
Febrero 2021