La invasión europea fue un proceso doloroso de despojo de lo propio, de los territorios, de los cuerpos, de las fiestas y ritualidades que acompañaban esos territorios y esos cuerpos. Se nos expulsó de nuestras tierras, se nos robó lo cultivado y criado, se nos cobró por seguir habitando donde vivíamos Los cuerpos fueron vejados, se les despojó de sus ropas propias, de sus maneras de portar el cabello o de adornarlo, se les restringió sus movimientos y se los disciplinó. Nuestras vidas fueron invadidas y eso nos reconfiguró de otras maneras. Y, sin embargo, seguimos en estos territorios y estos cuerpos.
Se nos impuso la pollera y las creencias religiosas, pero esas polleras y esas creencias fueron suave y tercamente rehabitadas por lo propio. Las polleras son nuestras, pero no fueron antes y se impusieron, pero ahora lo son. Las fiestas religiosas coloniales y sus bailes fueron penetrados por nuestras ritualidades y la manera de relacionarnos con lo sagrado, pero siguen siendo otras, al mismo tiempo son las mismas, las de antes de la invasión. Y, sin embargo, nunca quietas, nunca mera repetición estática de la rutina, sino costumbre cíclica regenerada.
Los estados nación modernos trataron de arrinconar lo que quedó, abundante y vigoroso, de nuestras “costumbres”, de nuestros bailes, de nuestras músicas, de las sabidurías que portan y que explican la vida y el cosmos, en una suerte de vitrinas que las aíslen de la vida. Las dejaron en una escala inferior de las artes, en el folklore dijeron. Y a veces nos creímos el cuento de que cuidar lo que quedaba era repetirlo hasta el hartazgo, sin regeneración vital en el tiempo contemporáneo y en los múltiples intercambios culturales con los que seguimos resguardando lo nuestro propio. Porque lo propio solo es en la medida que intercambia, que aprende, que continua y permite lo emergente, que sigue siendo singular pero abierto.
El cuerpo de Oscar Rea en la obra PRIMIGENIO parece decirnos algunas de éstas cosas ¿o serán otras? Quién está en el Wayna Tambo el 26 de mayo pasado, se inmiscuye en las sonoridades, movimientos y desplazamientos de Oscar y hace su propia interpretación, la propia historia de cada quien habita también este trabajo. Hay cadencias, ritmo, disonancias, quiebres, continuidades de esos territorios y cuerpos despojados por la invasión colonial, pero que siguen como la fiesta, como el viento que dice y ondula, como la vida que camina y sigue siendo semilla al mismo tiempo que fruto.
Oscar Rea estuvo en Wayna Tambo, hizo un recorrido de su memoria corporal heredada de su padre quechua y su madre aymara, fue serpiente, jaguar y cóndor o alkhamari; memoria que solo es tal si se hace presente, si se presentifica, si también es contemporánea por ello. Y eso nos hizo PRIMIGENIO de Oscar Rea. Una manera que el cuerpo se desinhiba y emerja de la tierra para desprenderse de ella, para que vuele sin dejar sus raíces, extraña paradoja de nuestra historia y nuestros pueblos. Terca resistencia que es reexitencia al mismo tiempo.