LA CIENCIA MODERNA OCCIDENTAL: EL CONOCIMIENTO COMO PODER Por: Mario Rodríguez Ibáñez

«[…] históricamente, por detrás de la ciencia, de la técnica y de la industria hay hombres con sus representaciones, con sus estructuras mentales, con sus actitudes, con sus convicciones y con sus mitos socio-culturales. En una palabra, hay el fenómeno de las ‘mentalidades’ que, aunque sea tributario del contexto socio-económico, no deriva de él como puro y simple reflejo»[1].

 

La modernidad en el mundo, y en especial en América Latina, es heterogénea social y culturalmente, pero una visión de ciencia moderna ha logrado posicionarse como la ciencia verdadera. La ciencia moderna es un hecho histórico, social y cultural; no se trata de un producto meramente objetivo y neutral. A pesar de los intentos de universalizar la ciencia, nos parece importante distinguir las bases de la ciencia moderna occidental, hoy dominante y hegemónica en el mundo, y de sus relaciones con los conocimientos y saberes. Para ello nos apoyaremos en textos de cientistas modernos, así que este punto se trabajará recurriendo permanentemente a citas de importantes estudiosos de la ciencia moderna.

 

La ciencia moderna occidental es producto de la hegemonía del «logos» griego que se libera de la normatividad religiosa a través de la autonomía de las esferas cognitivas, éticas y estéticas. Se produce el desencantamiento del mundo, lo que permite una ampliación de las posibilidades del conocimiento humano sin las restricciones de la religión. «Otrora, era la iglesia a la que nos dirigíamos para explicarnos lo que deberíamos pensar del Hombre, de la Naturaleza y de Dios. Su poder explicativo era incontestable e inapelable: Roma locuta, causa finita (Roma habló, caso cerrado). Después, los filósofos tuvieron su momento de gloria. En el siglo de las Luces, pudieron haber dicho: Ratio locuta, causa finita. Ahora, todo acontece como si los conocimientos científicos tendiesen a ocupar los espacios culturales dejados más o menos vacíos por la ‘declinación’ de las religiones y de las ideologías. Donde el nuevo slogan es: Scientia locuta, causa finita. […] la ciencia parece como el único camino seguro capaz de conducirnos a la Verdad. Como si ella fuese ‘neutra’ relativamente a sus consecuencias. Como si el contenido del conocimiento científico fuese extraño a toda consideración de orden moral o social, pudiendo los descubrimientos ser utilizados tanto para fines buenos como fines malos. […]Como si la ciencia fuese apenas un factor de progreso social y humano»[2]

 

Con el desencantamiento del mundo ya no se requiere de ninguna causa final, divina, para explicar al mundo y su comportamiento. Ahora se busca conocer de qué están constituidas las cosas y los hechos, además de conocer las fuerzas que actúan sobre ellas para descubrir y anticipar sus comportamientos. El conocimiento permite controlar las cosas y hechos, anticiparse a ellos, poseerlos y dominarlos en beneficio del hombre, pero además permite crear la novedad infinitamente. La semejanza con Dios, propia del mito judeo-cristiano, se realiza en la modernidad: el hombre es poseedor de la naturaleza y un creador insaciable.

 

Al romperse la unidad aristotélica, y quedar las esferas cognitivas, éticas y estéticas separadas, ya no hay límites para el conocimiento y la creación humana. Los limites divinos son superados por la creencia de que «todo es posible», el hombre como administrador de la creación divina no tiene más limites que su propia capacidad creadora para asemejarse lo más posible a Dios.

 

El desencantamiento del mundo para liberar al conocimiento no significa una racionalidad objetiva pura, porque se cree -desde el renacimiento- que el mundo y el universo tienen un orden perfecto por ser creación divina, y lo que el hombre debe hacer es conocer ese orden para poder poseer la naturaleza. El conocimiento se libera de Dios y sus límites, pero lo hace en nombre de ese Dios. A fines del siglo XVII, la imagen del Dios Creador es la dominante en el surgimiento de la modernidad y su ciencia, un Dios arquitecto, ingeniero, relojero,… capaz de hacer una creación perfectamente ordenada, medible, regular… una máquina de precisión. Esa creación divina perfecta, para ser dominada -por mandato divino- por el hombre debe ser conocida a través de la razón. «Ellos querían apropiarse del mundo. Y se convencieron de que podían conseguirlo.  En primer lugar porque Dios lo permitía. En segundo lugar, porque Dios creó un mundo mecánico absolutamente regular y uniforme en su comportamiento, tornando posible la apropiación mecánica del mundo por la Razón…..Estaba creado, así, el clima favorable para la revolución industrial”[3].

 

Recogiendo la tradición aristotélica, la razón se sitúa en el varón. «[Para Santo Tomás de Aquino] la mujer debe ser, por naturaleza, sometida a la autoridad del hombre. Porque en el hombre predomina la facultad de la razón. Dios creó a la mujer para ser colaboradora del hombre, más solamente en materia de procreación. En todos los otros dominios, el hombre es mejor asistido por sus semejantes masculinos. Al encargar a la mujer la tarea de gestación, Dios, en su sabiduría, quiso dejar al hombre libre para perseguir sus objetivos intelectuales, inaccesibles a su compañera.”[4]. Así, las prácticas regenerativas propias de naturaleza, y de las mujeres, quedaron fuera de la razón, del conocimiento y de la ciencia; la ciencia y el conocimiento racional no son naturales, son una acción sobre ella.

 

La separación entre hombre y naturaleza, entre res cogitans (sujeto cognoscente) y res extensa (objeto medible) según Descartes, permite que el hombre manipule la naturaleza como objeto, ya que esta se torna medible y comparable, puesta en cantidad y recursos. «René Descartes (1596-1650) fue uno de los fundadores del mecanicismo. Para él, la materia es perfectamente inerte y desprovista de toda propiedad misteriosa. Los fenómenos naturales sólo pueden ser explicados en términos de tamaño, de forma y de velocidad de las partículas, cuya característica es la extensión, todos los fenómenos son explicables por razones mecánicas. […] el cuerpo humano es una máquina, más el espíritu humano es inmaterial. Dios no interviene en el mundo mecánico [así se es mecanicista, pero no ateo]»[5]. Este pensamiento es compartido por todos los mecanicistas de la época: Gassendi, Merserna, Harvey, etc. La materia se torna homogénea ya que es única, y por ello toda la naturaleza en conmesurable, tiene las mismas propiedades, pueden reducirse a cálculos matemáticos.  «‘El libro de la naturaleza -dice Galileo- está escrito en lenguaje matemático, en consecuencia sólo es legible en signos matemáticos’, lo que equivale a decir que el mundo es como yo me lo represento, pues lo matemático es algo mental»[6].

 

La naturaleza, para el conocimiento científico, tiene que transformarse en un objeto inerte, se le quita toda vida como a las piedras, o se le da una vida meramente biológica y mecánica como a las plantas, porque «[…] no es admisible pensar en la naturaleza como en un ser animado. La razón es que los seres animados imponen, necesariamente, condiciones éticas, no así aquellos que carecen completamente de alma. Lo que se busca no es esclavizar a la materia sino dominarla»[7].

 

Se da muerte a la naturaleza, pero al mismo tiempo el pensamiento de Descartes y Galileo crea las bases para la muerte epistemológica de Dios, a pesar de sus intentos de mantenerlo en la cumbre de la creación, porque instauran una verdadera cruzada contra las tradiciones y la superstición identificadas en las creencias religiosas a nombre de la razón y el conocimiento crítico. El mundo aún poseído por los dioses y demonios -por ello los siglos XVI y XVII en plena revolución copernicana se desata la más cruenta caza de brujas en toda Europa- de pronto se olvida de los espíritus y celebra el triunfo del hombre sobre el mundo entero. En el advenimiento de la modernidad, en el siglo XVIII, el hombre ya no es el administrador divino, es el reemplazante de Dios como creador y poseedor de la naturaleza.

 

El conocimiento se constituye en la capacidad humana por distanciarse de la naturaleza, al mismo tiempo de poseerla. El conocimiento se instituye en medio de la relación entre sujeto y objeto. «En el conocimiento se hallan frente a frente la conciencia y el objeto, el sujeto y el objeto. El conocimiento se presenta como una relación entre estos dos miembros, que permanecen en ella eternamente separados el uno del otro. El dualismo de sujeto y objeto pertenece a la esencia del conocimiento»[8]. Sólo el hombre piensa, para la tradición aristotélica el hombre es un «animal racional», pero para la ciencia moderna el hombre no es un animal es un «otro» no naturaleza, eso lo que le hace racional. La razón ya no es un atributo superior de la naturaleza, es lo «no natural», es la libertad de pensar sin determinación de ningún tipo.

 

«Toda la Naturaleza se reduce a materia. Siendo así, la conducta inteligente que debemos tomar, en relación a la Naturaleza, es de tornarnos sus ‘amos y poseedores’, pues el objetivo de la filosofía es el de trabajar a fin de dotar a los hombres de los medios para que se tornen en sus ‘dominadores’. Nace, así, la idea del hombre ‘señor de la naturaleza’ retomada, más tarde, como ‘señor de la historia'»[9].

 

Este antropocentrismo moderno posibilitó el triunfo de la razón, del «logos» griego. «[En el logocentrismo occidental] hay dos supuestos, que naturalmente en su momento no fueron tomados como tales, sino como principios: 1. que la medida de todo conocimiento verdadero es la que establece la razón y 2. que la estructura de la realidad ha de ser la misma que la de la razón»[10]. En otras palabras, el conocimiento de la realidad está limitado por las manifestaciones que podemos aprehender de manera segura, es decir, aquellas que pueden ser conocidas por la razón a través del método científico. Se trata del método científico que, desde los mecanicistas, se construye con la pretensión de que pueda llevar inevitablemente a la verdad.

 

Siguiendo a Peña Cabrera, entendemos por racionalidad lo siguiente: todo lo inteligible, opuesto a lo confuso, por tanto una intersubjetividad semántica; una realidad que debe tener una referencia empírica, por tanto una intersubjetividad empírica; unos hechos comprobados, por tanto una intersubjetividad lógica; unas acciones que se organizan de acuerdo a una finalidad, por tanto se trata de intersubjetividad operativa; y unas acciones humanas que se organizan en torno a normas (del derecho o la tradición) regidas por la moral que regulan la convivencia, quién las transgrede es un irracional, es una intersubjetividad normativa. La racionalidad, por tanto, es esencialmente una intersubjetividad que hace al acuerdo colectivo sobre lo que es racional; la racionalidad necesita un consenso para su aceptación. Por tanto, la racionalidad científica en un consenso intersubjetivo histórico y propio de una cultura determinada: la modernidad occidental.

 

«Desde su inicio, el conocimiento científico se funda sobre un sistema de racionalidad a través del cual se toma en cuenta las cosas reales. Este sistema se da por medio fundamentalmente de la objetividad, la experimentalidad y la cuantificación»[11]. En esta racionalidad científica, para que se produzca conocimiento, se toma en cuenta varios elementos centrales:

 

* La unidad que, como causa última, Dios daba al cosmos, se rompe, el mundo está hecho de objetos, hechos y acontecimientos ofrecidos a la investigación científica. Por la vía del recorte de la totalidad, de lo específico parcial, se puede acceder ilimitadamente al conocimiento.

 

* Es el mundo del hombre que duda, y por eso busca conocer, nunca conoce del todo, porque siempre hay algo que se le oculta, por eso duda. No confía en sus sentidos ni en su saber común, requiere ir más allá de la cosa para develar lo que se escamotea de la realidad. El conocimiento va hacia la esencia.

 

* Esto lleva a una separación entre sujeto cognoscente y objeto conocido, sólo posible cuando hay una actitud de dominio que obliga a tomar distancia de lo extraño puesto como objeto (objectum  viene de obiacere que significa estar echado, ser arrojado). Objetivar la naturaleza es el presupuesto de su conocimiento y dominio.

 

* Al ser objetivada la realidad (carente de vida), cada problema puede ser dividido en cuantas partes se pueda, para ir gradualmente de lo simple a lo complejo. Se pretende diseccionar tanto el cosmos como el microcosmos de nuestro cuerpo, el cuerpo se biologiza. Tanto la naturaleza, el cosmos, como el cuerpo funcionan con los mismos principios; incluso alrededor de fines del siglo XVIII, estos principios serán trasladados a las ciencias sociales.

 

* Para conocer hay que distanciarse del objeto, hay que hacer abstracción de él, lo que permite su generalización. El objeto con el que trata la ciencia no es directamente la cosa o el hecho, sino la representación que de ellos hacemos.

 

* Al trabajar con la abstracción y las imágenes que me hago del mundo, el conocimiento es un acto que se realiza sobre representaciones, es decir que opera sobre la realidad a través de su representación y no de la realidad misma. Según Heidegger, lo característico de la modernidad «no es que se tenga una imagen del mundo (todas las culturas y todas las sociedades tienen una imagen del mundo) sino que al mundo se lo conciba como imagen»[12]. Este tipo de conocimiento no indica un significado, sino que impone una interpretación.

 

* Para generalizar el conocimiento, objetivo de la ciencia, se requiere que las cosas y los hechos estudiados tengan un orden y una regularidad. El orden es un valor central de la ciencia moderna.

 

* Por la necesidad de orden y regularidad, como decía el propio Descartes «la principal causa del temor es la sorpresa», por lo que estar seguros significa estar preparados para las sorpresas, o mejor todavía, la seguridad demanda la exclusión de lo imprevisible.

 

* Para evitar sorpresas lo mejor es homogeneizar, sacar todo lo foráneo. La abstracción y la generalización, a través del proceso analítico, permiten «ocultar» las diferencias para quedarse con aquellos elementos que permiten estructurar una identidad común.

 

* La homogeneidad y mensurabilidad de las cosas y los hechos conocidos es posible a través de la cuantificación y la medición. La modernidad es la época en que todo se calcula, recordemos por ejemplo que antes el tiempo no se medía simétricamente como ahora. La estadística se torna en una disciplina fundamental para el conocimiento.

 

* Para evitar sorpresas, también es importante controlar todo el proceso. «Como aplicación del conocimiento científico y técnico al dominio público, la planificación dio legitimidad a -y alimentó las esperanzas sobre- la empresa del desarrollo. Hablando en términos generales, el concepto de planificación encarna la creencia que el cambio social puede ser manipulado y dirigido, producido a voluntad»[13].

 

* La ciencia se realiza a través de la tecnología, que no es mera aplicación sino realización concreta. El conocimiento científico, para poder operar en el objeto del que se distancia, está condicionado por la técnica. Los saberes que no se materializan en tecnología tienden a ser considerados inútiles y no científicos.

 

* «Este conocimiento no tiene ubicación, contexto ni cuerpo. El conocimiento se desprende de las amarras de la localidad y la comunidad, de las amarras a contextos históricos y tradiciones particulares. El cuerpo se convierte en inconsciente en sí mismo, meramente un instrumento o la extensión de una herramienta o máquina, controlada por la voluntad del ser, pero alineado a los procedimientos de un sistema de producción»[14].

 

* El texto escrito se convierte en la forma central de organizar los conocimientos (hoy el texto escrito está en crisis como veremos luego). «[…] La escritura libera a cada texto de su contexto de emergencia. La escritura independiza a lo dicho del espíritu del autor y del aliento del destinatario, así como de la presencia del objeto de que se habla. El medio que es la escritura otorga al texto una pétrea autonomía frente a los contextos vivos, extingue las referencias concretas a sujetos particulares y a situaciones determinadas, manteniendo empero la legibilidad del texto. La escritura garantiza que un texto pueda leerse una y otra vez en los más variados contextos […]»[15]. El lenguaje escrito permite un control sobre los textos, un ejercicio del poder ya que se guardan datos, cifras, se forman textos «oficiales», se mantiene una interpretación. Recordemos que la escritura se inventó esencialmente para la contabilidad.

 

* El lenguaje se torna en un instrumento del conocimiento, es explicativo, demostrativo y argumentativo para lograr convencer al otro de nuestra verdad. Se busca normalizar el lenguaje, de manera que se torne en un instrumento más eficaz; para normalizar se requiere un mínimo de homogeneidad.

Pero, el conocimiento moderno no es un conocimiento por la mera búsqueda de la verdad, sino que la verdad, en palabras de Bacon, «se mide por el poder que ella es capaz de realizar». No se pretende simplemente conocer la naturaleza y sus leyes, develar sus misterios, se quiere conocer para apropiarse de ella y dominarla. La ciencia moderna posibilitó institucionalizar el dominio del hombre sobre el mundo natural. «El proyecto de dominación de la naturaleza -propio del hombre occidental, como ya hemos visto- está expresado en la máxima baconiana: saber es poder. El saber se transforma en un instrumento de poder. No se hace ciencia por la ciencia […] sino para apoderarse de la naturaleza en beneficio exclusivo del hombre. El ideal de la ciencia antigua era la verdad, el del hombre occidental moderno el de dominar y controlar la naturaleza. De esa manera el homo faber predomina valorativamente sobre el homo sapiens»[16].

 

La separación entre sujeto (hombre) y objeto (naturaleza), se consolida también en las relaciones entre los propios hombres y mujeres. De ahí deviene la idea de que algunos hombres sean más sujetos que otros, capaces de transformar en objetos a los otros, para conocerlos y dominarlos. El juego del poder sobre la naturaleza, se hace parte de la «naturaleza» moderna en todas sus relaciones.

 

A pesar de la pretendida objetividad de los discursos y el método de la ciencia moderna, ésta nunca pudo disociarse de sus relaciones socio-económicas y culturales. La ciencia moderna es el conocimiento al servicio de las pasiones de los hombres por el poder, por tanto es tan subjetiva como cualquier otra actuación humana. La ciencia moderna no se puede disociar de las creencias, por muy objetiva que se presente y, a pesar de que en los discursos, la modernidad se distanció de toda «pasión», como decía Carl Schmitt: «La sociedad moderna ha ido siendo indiferente primero a la metafísica, luego a la religión y finalmente a la moral»[17]. Pero, este distanciamiento no llevó al triunfo de una racionalidad que lleve a la equidad humana y al desarrollo, sino que liberó otro tipo de creencias y pasiones por el poder, que resultaron más irracionales que los demonios a los que se combatía. Como muy bien resume Antônio Joaquim Severino las ideas desarrolladas por Hilton Japiassu:

 

«Vemos así la ciencia surgiendo en el Renacimiento como una nueva filosofía natural, como visión mecanicista del mundo, envolviéndose en una extraña cruzada contra brujas y hechiceras, en el ámbito de una no menos extraña alianza con los representantes del poder político-temporal de la Iglesia y haciendo de la mujer, la víctima de una persecución cínica y cruel. Con el trabajo realmente instaurador de Galileo, es la ciencia que se torna la víctima del brazo inquisitorial de la Iglesia, momento de ruptura entre las dos cosmovisiones que no se va recomponer más. En la realidad, es el dominio de las clases sociales que está cambiando y prevalecen los intereses de la emergente burguesía que asume la filosofía mecanicista como instrumento de su poder político. Su sueño era dominar el mundo natural por el conocimiento de sus causas naturales y así dominar al propio hombre. No había más la necesidad de destruir la religión, la magia, la alquimia y otros saberes: bastaba delimitar los terrenos asegurando a la ciencia el dominio de la naturaleza garantía del dominio de los hombres. Es así que la mecánica clásica de Newton se constituye en un contexto eminentemente mágico y religioso, bien distante de su esquematización matemática que posteriormente le fue atribuida. La ciencia continúa avanzando en la conquista del mundo material, ampliando cada vez más sus poderes gracias a su eficacia técnica que viabiliza la revolución industrial, momento de consolidación de los albores del capitalismo y de la hegemonía burguesa. Más lo irracional continua presente en el ‘cerne’ mismo de la ciencia ocurriendo una permanente alianza entre lo racional y lo irracional, vinculada al presupuesto de una armonía cósmica, como se puede ver hasta en la obra de Einsten, para quién el carácter axiomático de la física deja espacio para un significado cósmico-religioso, en una perspectiva aproximada al panteísmo spinoziano. La discusión de Japiassu aborda en seguida la utilización ideológica de la ciencia, especialmente de la biología, como fundamento del racismo bien como la psicología por el behaviorismo skinneriano, en su afán de controlar mecánicamente hasta el comportamiento del hombre. En todos esos momentos es que se constata la permanente vinculación del saber con el poder, relación que surge desde la instauración de la ciencia, al final colocada al servicio del estado burgués: ‘al apoderarse de la racionalidad técnica y científica, la burguesía se torna cómplice del poder’”[18]

 

En el siglo XIX se establece, recién, una articulación profunda entre ciencia e industria; hasta entonces se buscaba más un saber técnico, no tan científico, que ayudara a operar inmediatamente. La física da ese gran paso, con la termodinámica y la electricidad, porque la ciencia ya no sólo sirve para interpretar el mundo, sino para transformarlo. El saber científico se torna en poder técnico.

 

«Surge una nueva actitud tecnológica. Dominando la construcción de máquinas, los hombres aprenden a estructurar el espacio siguiendo nuevas normas. La máquina afirma su omnipresencia y su omnipotencia. Se habla de la máquina del mundo, de los animales-máquina y del hombre-máquina. Y este mito epistemológico de la máquina nació en la práctica, quiere decir, en el mundo de la producción. Las máquinas son vistas como especies de artificios capaces de realizar milagros. Son vistas como operaciones maravillosas. Las palabras ‘mecánico’ e ‘ingeniero’ implican la idea de astucia y de estratagema, la posibilidad que el hombre tiene de descubrir los ‘secretos’ más o menos mágicos de la Naturaleza y de escapar de sus leyes. La máquina es conocida porque es construida. Así la gran idea del pensamiento mecanicista consiste en decir que los objetos a ser conocidos son una especie de máquinas»[19]. Ya no sólo se trata de conocer la naturaleza para dominarla, sino de crear el mundo, un mundo cada vez más artificial. Culturas como la China e incluso en la Europa medieval, desarrollaron máquinas avanzadas, pero eran consideradas «juegos» o adaptaciones al medio natural, sólo en los siglos XVIII y XIX se produce un salto técnico que independiza al hombre de su medio natural, es más, que le posibilita transformar y crear ese medio.

 

La tecnología logra, en la historia de la modernidad, cierta autonomía que acondiciona el saber a las exigencias del poder. Se produce el triunfo de la racionalidad instrumental, de los medios sobre los fines; los requerimientos del mercado tecnológico hoy organizan las demandas de conocimiento. Toma prevalencia el conocimiento operativo: el que hace no se preocupa por si su conocimiento es verdadero, sino por la eficacia de su conocimiento.

 

El triunfo de una ciencia, cada vez más instrumental, universaliza un tipo de racionalidad hegemónica y dominante en el mundo. La ciencia, por lo general, no puede ser elegida entre otros posibles sistemas de conocimiento, se convirtió en el conocimiento en sí mismo. «Nos encontramos en un estadio de la evolución histórica en que son descalificados los saberes no-científicos y no-técnicos; el poder y la autonomía de la ciencia ya se encuentran tan bien aseguradas que ella misma procura erigirse en juez de la moral. A tal punto, que una proposición  moral solo es aceptada, teniendo validez, en la medida en que puede ingresar en el sistema científico, de armonizarse con él”[20].

 

La educación juega un rol central en este proyecto de la modernidad. «La educación del individuo debe ser una disciplina que lo libere de la visión estrecha, irracional, que le imponen sus propias pasiones y su familia, y lo abra al conocimiento racional y a la participación en una sociedad que organiza la razón. La escuela debe ser un lugar de ruptura respecto del medio de origen y un lugar de apertura al progreso por medio del conocimiento y de la participación en una sociedad fundada en principios racionales. El docente no es un educador que deba intervenir en la vida privada de los niños, los cuáles sólo deben ser alumnos; el docente es un mediador entre los niños y los valores universales de la verdad, del bien y de lo bello»[21].

 

La educación, además de difundir la ciencia racional, debe posibilitar la generación de nuevos tipos de valores, más adecuados al mundo moderno. «El nuevo catálogo de virtudes está dictado por las leyes operativas de la máquina, ejemplificada por la más perfecta de las máquinas, el reloj: disciplina, precisión, orden, diligencia, limpieza, resistencia y puntualidad»[22]. Esta imposición de las nuevas virtudes no fue hecha sin resistencia, se cuenta que en ciudades como Lancaster, al inicio de la era industrial, se contrataba capataces que se dedicaban a despertar a los trabajadores y obligarlos a ir puntualmente al trabajo.

 

En el caso latinoamericano y boliviano, la escuela apenas cumple un rol de cobertura y de disciplinamiento, propio de la escuela moderna, pero no es capaz de desarrollar un espacio científico propiamente dicho. La escuela distribuye el conocimiento acumulado, sin ningún contexto ni profundización, y hasta ahora se muestra incapaz de producir conocimientos.

 

Como ya mencioné antes, el «logocentrismo» moderno, y en especial la razón instrumental, generaron varias corrientes internas de cuestionamiento. Las críticas a este modelo de ciencia, desde el propio pensamiento moderno, tienen varias tendencias, veamos algunas de ellas:

 

* El retorno a un orden natural, en nombre la racionalidad. Jean Jacques Rousseau es posiblemente el iniciador de esta tendencia. Él criticó a la ilustración en nombre de la razón. Pregonó la vuelta del hombre al orden natural, por ser este racional y armónico. Se trata de hacer coincidir la voluntad humana con los imperativos naturales.

 

* La crítica a un sistema de conocimiento centrado en el cerebro, lo que originó tendencias que plantean recuperar el cuerpo y la subjetividad como integrantes de todo saber y todo conocimiento. Las interpretaciones son subjetivas y tienen componentes irracionales que brotan del cuerpo, hay que explicitar las interpretaciones como vivencias singulares, más que imponer éstas a nombre de la verdad.

 

* La teoría del caos recientemente demuestra, que en los fenómenos cíclicos del macrocosmos se dan comportamientos erráticos e impredecibles. La normalización y el orden serían excepcionales en la vida, lo que limitaría las posibilidades del conocimiento científico moderno.

 

* La propia educación popular se constituyó a través de una profunda crítica al racionalismo cientificista. Retomo los saberes cotidianos y las relaciones intersubjetivas como pilares de todo conocimiento. Este punto lo abordamos con mayor precisión en el subsiguiente acápite de este capítulo.

 

* El pensamiento postmoderno.  «La noción misma de verdad se disuelve, o, lo que es lo mismo, Dios ‘muere’. […] hay que radicalizar la modernidad. Y para ello hay que situarse más allá del punto de vista de la fundación y su pretensión de valer como cimiento y norma del pensamiento verdadero. Ya no hay verdad ni ‘Grund’ que pueda desmentir o falsear nada. Nos hallamos en el ‘crepúsculo de los ídolos’, en un ‘vagabundeo’ o ‘errar incierto’ que, sin embargo, abre la puerta a un pensamiento inaugural, fruitivo, como ‘el manantial mismo de la riqueza que nos construye y que da interés, color, ser, al mundo. […] No hay tal posibilidad de representación exacta y objetiva de la realidad»[23]. Frente a la crisis del pensamiento omniexplicativo y los metarrelatos, se plantea que el conocimiento sólo puede ser individual, los acuerdos colectivos de verdad hoy serían imposibles. La realidad sólo sería alegorías y virtualidad cada vez más individualizada.

 

* Influenciados por el talante postmoderno, hoy hay tendencias que buscan recuperar el misticismo como forma iluminadora de la razón científica. Se plantea que esta es la única garantía para que el conocimiento no sea dominado por las pasiones por el poder. No es difícil encontrar hoy en día personas con racionalidad científica ligadas a movimientos esotéricos o de religiones orientales, o incluso en una suerte de misticismo andino.

 

Pero, más allá de las críticas al interior de la propia modernidad, nos encontramos con otras que desafían la propia estructura del pensamiento moderno y la validez universal de la ciencia. «Seshadri encontró que, en un examen profundo, la Segunda Ley de la Termodinámica era etnocéntrica. El sostenía que, debido a sus orígenes industriales, la segunda Ley había sesgado consistentemente la definición de la energía en una forma calculada para favorecer la asignación de recursos solamente para los propósitos de la gran industria (como opuesta a la artesanía). […] Un monzón tropical, por ejemplo, que transporta millones de toneladas de agua a través de los trópicos se convirtió por definición en ineficiente porque hacía trabajo a temperatura ambiente (y no a altas temperaturas)»[xxiv]. La naturaleza no trabaja con grandes cambios de temperatura y suele ser por lo general lenta, pacífica y no destructiva en sus cambios, de manera que los desechos que produce, pueden ser reabsorvidos por ella misma, lo que no provoca desequilibrios ecológicos. Desde la perspectiva de la ciencia moderna, una tecnología es más eficaz y pierde menos energía, en la medida que para la transformación se utiliza temperaturas más elevadas que las de la temperatura ambiente.

 

Lo anterior demuestra que la ciencia no es solo intencionada en su uso, sino que tiene una opción clara en la misma producción del conocimiento.  «La ciencia, considerada como un proyecto que se realiza progresivamente, es tan subjetiva y psicológicamente condicionada como cualquier otro emprendimiento humano»[xxv].


[1] Japiassu, Hilton, «Al paixões da ciência», Letras & Letras, São Paulo, 1991, p. 160. La traducción es mía.

[2] Ibíd., pp. 8-9.

[3] Ibíd, p. 41.

[4] Ibíd., pp. 33-34.

[5] Ibíd., pp. 88-89.

[6] Peña Cabrera, Antonio, «El lenguaje y la constitución del hombre occidental», en «Lenguaje y concepciones del mundo», Asoc. Cultural Peruano Alemana, Lima, 1987, p. 20.

[7] Abugattas, Juan, citado en Grillo, Eduardo, «El lenguaje en las culturas andina y occidental moderna», en «Cultura andina agrocéntrica», PRATEC, Lima, 1991, p. 90.

[8] Hessen, Johan, «Teoría del conocimiento», Orbe, Santiago, s/f, p. 26.

[9] Japiassu, Hilton, op. cit., p. 100.

[10] Peña Cabrera, Antonio, «Racionalidad y racionalidades», inédito, Lima, 1996. p. 1.

[11] Japiassu, Hilton, op. cit., p. 302.

[12] Peña Cabrera, Antonio, «El lenguaje y la constitución del hombre occidental», en «Lenguaje y concepciones del mundo», Asoc. Cultural Peruano Alemana, Lima, 1987, p. 19.

[13] Escobar, Arturo, «Planificación», en Wolfrang Sachs (ed.), «Diccionario del desarrollo. Una guía del conocimiento como poder», PRATEC, Lima, 1996, p. 216.

[14] Apffel Marglin, Federica, «Bosque sagrado. Una mirada a género y desarrollo», CAM-PRATEC, Lima, 1995, p. 32.

[15] Habermas, citado en Grillo, Eduardo, «El lenguaje en las culturas andina y occidental moderna», en «Cultura andina agrocéntrica», PRATEC, Lima, 1991, p. 94.

[16] Peña Cabrera, Antonio, «La ciencia, la técnica y la ecología: los límites de la racionalidad occidental», PRATEC, Lima, 1994, p. 9.

[17] Citado en, Peña Cabrera, Antonio, «Racionalidad y racionalidades», original inédito, Lima, 1996. p. 3.

[18] Severino, Antônio Joaquim, «prefácio» del libro de Japiassu, Hilton, op. cit., pp. III-IV.

[19] Japiassu, Hilton, op. cit., pp. 159-160.

[20] Ibíd., p. 13.

[21] Touraine, Alain, «Crítica de la modernidad», FCE, Buenos Aires, 2ª ed., 1994, p. 20.

[22] Gronemeyer, Marianne, «Ayuda», en Wolfrang Sachs (ed.), «Diccionario del desarrollo. Una guía del conocimiento como poder», PRATEC, Lima, 1996, p. 14.

[23] Mardones, José Ma., «Postmodernidad y cristianismo. El desafío del fragmento», Sal Terrae, España, 1988, p. 51. Aquí el autor retoma ideas y citas de G. Vattimo.

[xxiv] Alvares, Claude, «Ciencia», en Wolfrang Sachs (ed.), «Diccionario del desarrollo. Una guía del conocimiento como poder», PRATEC, Lima, 1996, p. 36.

[xxv] Einsten, citado en Japiassu, Hilton, op. cit., p. 11.