MANUEL MONROY CHAZARRETA, EL PAPIRRI, EN VIVO EN WAYNA TAMBO EN SEPTIEMBRE DE 1.996 Por: Mario Rodríguez Ibáñez

Una de las voces que mejor relata la ciudad de La Paz y su “área metropolitana” es Manuel Monroy Chazarreta, más conocido como “el Papirri”. Nieto de un gran compositor argentino, del norte de allá próximo nuestro sur de acá, don Andrés Chazarreta, compositor de maravillosas chacareras y zambas. Su mamá, guitarrista argentina, doña Ana, fue quien le inundó de música y lo incorporó al arte de las cuerdas y el canto. Por el lado paterno le vino la vena política que atraviesa su música y su historia política.

 

Para 1.996 algunas de sus canciones ya se habían impregnado en las callejuelas, los muros, las vendedoras de silpanchos, las caseras de los mercados, las fiestas populares y las entradas folklóricas que serpenteantes disputan la manera de ocupar el espacio público urbano. Lo popular, amalgama cultural diversa e irreverente ante lo dominante, ocupa su canción.

 

Recuerdo que su tema “hoy es domingo” era uno de los preferidos de mi juventud, compartíamos con amigos el mismo como una manera de expresar ese bello paisaje urbano rehabitado por las “cholitas empleadas domésticas” enamorando y comiendo pasankalla en los pocos espacios verdes de una ciudad consumida por el cemente. Esa irreverencia de quienes transgreden el “prohibido pisar el césped” para disputar la manera de vivir la ciudad era lo que nos conmovía de ésta canción.

 

“Señora gorda” me ponía en mi propia historia de estudiante, la dureza de llegar al fin de mes y pagar el alquiler de la habitación que ocupábamos muchas veces de a dos o tres personas, para abaratar los costos. Recuerdo especialmente mi tiempo de bachillerato en Tarija, cuando compartía habitación con un amigo universitario alteño. Vivíamos en una casa de 3 patios, con varias habitaciones de alquiler como ratoneras. Por casualidad de la vida, era la misma casa donde había vivido tantos años mi abuela, vendiendo aloja en la puerta para alimentar a sus wawas, entre ellas mi mamá, en la populosa zona de Villa Avaroa –Villa Cuchillazo para la centralidad colonial y clasista de las élites tarijeñas-. En esa casa organizamos creativamente todo un sistema, entre varias de las personas que habitábamos allí, casi todas estudiantes, para abastecernos de comida, redistribuir cuidados. El fin de mes era el momento de las “tragedias” para pagar los alquileres, el señor y la señora gorda eran implacables, pero había de las otras, una señora gordita, que vivía con su mamá ya muy viejita en una habitación del tercer patio, al lado de la mía, doña Leonor, que era la “gordita” mamá de todxs.

 

De esas canciones que relataban nuestras propias vidas, a otras que por entonces se tornaron referentes para repensar, resignificar y disputar los sentidos de la ciudad. “La cabeza de Zepita” o la “La historia der Maribel” hurgaban en el mundo de la población e calle y la ciudad oficial que mira para otro lado cuando les encuentra o los relatos de un mundo plagado de machismos y patriarcados. “El k’encha Terán”, “El eco”, “La mamada”, “Ch’enko total” o “Alasita” expresan esa mezcla de lo cotidiano urbano y su construcción estratificada clasista y de racialización de la diferenciación social. Una lectura muy política de La Paz hecha humor, ironía, cotidianidad.

 

Recuerdo que el concierto tuve un arranca con el homenaje a la guitarra de su mamá, un tema del notable Alfredo Dominguez, un trío de bossas del Brasil o una chacarera de su abuelo fueron para sentir su virtuosismo en la interpretación de la guitarra.

 

Una mención especial para “Canción bélica”, una cumbia al estilacho del Papirri, una “envidia propia” ante el éxito comercial y popular de la cumbia que ya se consolidaba en nuestras ciudades.

 

Dos temas ya emergían por entonces como claves del repertorio de humor e irreverencia del Papirri, temas que sería “pecado” no escucharlas, “Metafísica popular” y “Ke tal, metal” (nombre del disco que estrenaba por entonces. Bailamos, porque también bailamos con su tremendo tema que mostraba desencarnadamente a la “clase política neoliberal” en “Bien le cascaremos” o con unos caporales a su estilo.

 

Cuando cerró el concierto, la gente no quería que se vaya sin interpretar dos de sus clásicos, volviendo a este relato de nuestras vidas, el hermoso “Hasta ahorita” (“hasta ahorita no comprendo, hasta ahorita no engrano, por qué agujero de tu alma se fue chorreando mi amor”) y el “Imilla burguesa”, nuestros amores de ciudad popular retratados con su dosis política para cerrar llenos de aplausos.

 

Disfruta ese concierto de septiembre de 1.996 en Wayna Tambo, en estas 4 partes, no te arrepentirás. ¡Vale la pena!!!

 

Avance…

 

Parte 1:

 

Parte 2:

 

Parte 3:

Parte 4:

 

P.D.- Años más tarde y luego de muchos encuentros en Wayna Tambo y otros lugares con el Papirri, me enojé con él, algo que no da para contar ahora, hace rato también me reconcilié. Pero, confieso que, volviendo a escuchar, después de tantos años este concierto de 1.996, volví a sentir el éxtasis que me provocaba su música, sus letras, sus caminares por las ciudades que también habito. Lindo ché, lo disfruté mucho reescuchando.