La Humanidad y el planeta viven momentos dramáticos. Las guerras y los
genocidios avanzan de la mano de los ecocidios. La vida misma está en peligro.
Si seguimos por la misma senda, en el mejor de los casos, apenas una parte de
sus miembros podría sobrevivir el colapso ecológico y social en el que estamos inmersos. Aceptar ese destino nos resulta intolerable. Requerimos un golpe de timón. Necesitamos cambios que permitan, simultáneamente, paliar los impactos de dicho colapso mientras construimos otras formas de vida que
respeten los ciclos ecológicos en clave de justicia social y de democracia
radical.
Quienes conformamos el Pacto Ecosocial e Intercultural del Sur, constituido hace exactamente cinco años en medio de la pande mía, conscientes de esa dura realidad, nos reunimos en nuestra tercera Asamblea Anual presencial, en esta ocasión en Buenos Aires, a fines de abril de 2025. Allí pudimos constatar, con angustia e indignación, como a nivel global avanzan las políticas de refosilización conjuntamente con una supuesta transición energética, inspirada en corporativismo y la colonialidad, para que pueda mantenerse el actual sistema responsable de tanta destrucción. En paralelo, la polarización asimétrica en marcha acelera la policrisis civilizatoria en un contexto de desmantelamiento de derechos y de aniquilación de la democracia pluralista. Analizamos también el nuevo momento de luchas en medio de labexacerbación de diferentes formas de extractivismos, que generan nuevosconflictos y conllevan la criminalización de quienes defienden sus territorios.
Asimismo, vemos cómo la expansión de economías criminales van amplificandos us impactos y control territorial, violencia e influencia política en la región, lo cual resulta central en las estrategias de expansión de las fronteras del extractivismo.
Todo en medio de procesos de empobrecimiento dramáticos y de cambiantes dimensiones culturales y subjetivas que golpean con dureza las relaciones humanas y apuntan a instalar una nueva economía afectiva sustentada en un capitalismo que potencia el individualismo y normaliza la falta de empatía social y ambiental. Y en este entorno incierto y complejo, se levantan las banderas de la seguridad e incluso de la Paz para ahondar las salidas que buscan militarizar las sociedades, forzando los marcos del populismo penal.
Nos preocupa no sólo el avance de las extremas derechas a nivel global, si no también la desmarginalización y la normalización de los autoritarismo, mientras se derechizan más y más los discursos y los imaginarios, y van instalándose como un nuevo sentido común. Esto tiene impactos brutales en las configuraciones subjetivas y sociopolíticas emergentes, que se reflejan también en posiciones cada vez más sumisas de muchos gobiernos de América Latina y el Caribe a intereses imperiales. Una cuestión de mucho cuidado es el avance de una tensión interimperial en un mundo multipolar. Estados Unidos, China, Rusia y la Unión Europea despliegan sus estrategias para acceder a minerales críticos para la transición energética corporativa y escalan los conflictos bélicos. La tensión creciente entre Estados Unidos y China nos recuerda que históricamente, las transiciones geopolíticas no se han dado sin guerras. Mientras tanto, el genocidio contra el pueblo palestino en Gaza deja sin efecto todos los avances obtenidos en materia de Derecho Internacional Humanitario con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial y expande cruelmente los límites de lo que es tolerado en este mundo.
El marco de discusión sobre el extractivismo verde ya no es el mismo de hace apenas unos años. Ha sido relativizado por muchos sectores frente al avance de las derechas radicales y de sus narrativas negacionistas del cambio climático, junto a una política agresiva para el avance de los combustibles fósiles y la eliminación de políticas de energía renovable. Las políticas de Trump en Estados Unidos y las de Javier Milei en Argentina son una ilustración clara de este tipo de refosilización. Las propuestas del Green New Deal en Estados Unidos y el Pacto Verde Europeo están ofuscadas hoy por la remilitarización y los despliegues de estrategias y gastos en defensa de las principales potencias occidentales. Paulatinamente, se consolida una suerte de tecnofeudalismo capitalista, en el que los valores liberales de derechos y democracia se difuminan aceleradamente, mientras los riesgos del desarrollo incontrolado de la inteligencia artificial disparan las peores distopías. De modo vertiginoso, desaparece la idea de ciudadanía, de derechos y de justicia social, y se utiliza el sistema electoral para convalidar régimenes antipluralistas o iliberales, cuya vocación autocrática es la absorción de los otros poderes. Y en medio de todo eso, el pensamiento crítico y los pueblos en lucha son vistos como auténticos enemigos por las instancias de poder: pueblos indígenas, sindicatos, colectivos feministas, ecologistas y racializados, comunidades en resistencia y sectores populares, particularmente aquellos segmentos portadores de elementos de vida transformadores.
En este complejo entorno, los Estados Unidos buscan reposición arsenal con virulencia en la escena geopolítica global. Recurren al intervencionismo belicista y a nuevos mecanismos proteccionistas y de colonización para controlar los bienes naturales del Sur global, en franca disputa con las otras potencias imperiales. Resulta lamentable la desarticulación regional de América Latina, con muchos de nuestros gobiernos buscando simplemente una renovada y sumisa inserción en los mercados del Norte global o tratando de sobrevivir a la conflictividad interna que dificulta la gobernabilidad. Como se constata, día a día, los Estados Unidos, un imperio en decadencia, con una economía que pierde fuelle aceleradamente, está dispuesto a conservar su predominio global recurriendo a una de sus últimas ventajas corporativas: su poder militar, sus fuerzas armadas, que actúan casi como mercenarios de los intereses de acumulación de remozadas oligarquías transnacionales, que cada vez más subordinan los Estados a sus intereses económicos.
En síntesis, se acentúan y agravan algunas de las tendencias geopolíticas que ya habíamos advertido en nuestras declaraciones previas: caos sistémico, inestabilidad, fortalecimiento de economías criminales, normalización de las extremas derechas, multipolaridad conflictiva con crecientes y complejas rivalidades interimperiales, cultura de la guerra y militarización global profundizada. El tiempo para afrontar la crisis ecológica y la emergencia climática se va agotando y contrasta con una triple aceleración (del metabolismo social, del tiempo político y de la vida social), en buena medida facilitada por dinámicas de individualización, digitalización, reduccionismo y polarización y de fragmentación de lo social. A esto se suma la incapacidad de imaginación política y de mediación entre la política y la sociedad. Nuevos y crecientes problemas, como la salud mental, no reciben la atención necesaria. La sumatoria de todos estos factores, intensifica la crisis ecológica con respuestas corporativas que exacerban los extractivismos, ante el gran vacío en la gobernanza mundial socioambiental.
Como Pacto Ecosocial e Intercultural del Sur hemos tomado nota de esta dura realidad. A la vez, enfrentando la cultura de la resignación reinante, decimos ¡basta! Denunciamos el avance del colonialismo y el extractivismo verde tanto como las políticas de expansión de las energías fósiles. Exigimos cambios en nuestros gobiernos para que asuman con responsabilidad la gravedad del momento que atravesamos. Reclamamos acciones que permitan hacer realidad un regionalismo latinoamericano autónomo, solidario, sustentable y democrático. Sin embargo, conscientes de las enormes dificultades en esos niveles de acción estratégica, creemos que hay que impulsar más y más, así como dejarnos interpelar, por las respuestas comunitarias desde los campos y las ciudades, pues el futuro inmediato será cada vez más local/territorial. Eso sí, sin perder, en ningún momento, la mirada hacia horizontes multiescalares de transformaciones nacionales, regionales y globales.
En este escenario desalentador debemos abordar con seriedad la crisis de las izquierdas. Las lecciones del ciclo progresista en América Latina –en especial la cooptación y/o desarticulación de los movimientos sociales por los gobiernos de izquierda, los procesos de concentración de poder, así como el vuelco hacia el extractivismo, megaproyectos y la militarización bajo los mismos impulsos desarrollistas– nos ofrecen una plataforma desde donde analizar críticamente los ciclos de lucha y estallidos recientes para tratar de comprender los procesos de reconfiguración de lo político. Recordemos que a finales del siglo pasado, cuando parecía que el capitalismo había alcanzado una victoria absoluta y se pregonaba el fin de las alternativas, germinaron múltiples luchas impulsadas por los pueblos indígenas, los movimientos urbanos y rurales, los movimientos feministas y ecologistas, que no solo pusieron sobre la mesa propuestas y recolocaron el debate civilizatorio sino que también incidieron en la vida cotidiana. Estos ‘otros mundos posibles’ cuestionaron la mirada monocultural sobre el mundo y plantearon otros modos de vida, otras formas de establecer relaciones y nociones de lo político y de disputar el poder.
Aunque es innegable el momento de retroceso civilizatorio y de derrota, el contexto latinoamericano y mundial nos invitan también a pensar las grietas, las fisuras y las alternativas. Está en marcha un regreso de la resistencia y de la política de la confrontación, que coexiste con estrategias de repliegue de luchas sociales, que tienen temporalidades y ritmos distintos. En términos de aprendizajes políticos de los procesos previos, no podemos apostar por una sola estrategia, menos aún por propuestas dogmáticas; requerimos trabajar múltiples estrategias sincrónicas en escalas y ritmos diversos para ampliar nuestra capacidad de actuar. Debemos mirar con honestidad y responsabilidad que las extremas derechas avanzan cada vez más en sectores populares en el campo de las subjetividades y de las respuestas a las necesidades vitales y que, por eso, es preciso recuperar la capacidad de acción, dando respuestas concretas aquí y ahora, reconstruyendo comunidad y sentido de pertenencia desde abajo; sin caudillismos, desde horizontes esperanzadores y transformadores que apuesten a una imaginación radical a la vez que a la resolución de problemas concretos de la gente. No podemos aceptar la imposición de la cultura del esfuerzo individual como explicación de los logros y los fracasos; mucho menos la lógica de sociedades plagadas de poblaciones descartables y zonas de sacrificio. La estratificación por el consumo y la desobjetización del mismo a través del uso de plataformas, que deslocaliza y erosiona las redes de cercanía, amparo y cuidado, debe ser superada. El individualismo a ultranza -en tanto nueva enfermedad social- demanda más y mejores comunidades que no nieguen la creciente fuerza de las personas, pero que apunten a la relacionalidad, los cuidados y la interdependencia como principios motores. Sólo así desarmaremos la fórmula de dominación de las derechas extremas:
En el campo de construcción de alternativas, seguiremos apostando como Pacto Ecosocial Intercultural del Sur por acompañar, visibilizar y vigorizar los procesos alentadores que también son parte de nuestra realidad: las resistencias al poder, a las mafias, a los extractivismos; los espacios que posibilitan la re-existencia a través del desacople y resguardo de autonomías; la discusión y la defensa de los derechos existenciales de todos los seres humanos y no humanos; las múltiples alternativas en la reproducción de la vida cotidiana, en el campo de lo organizativo y lo relacional; la disputa de la política comunitaria, pública, municipal y estatal, abriendo espacios para, en algunos casos, impulsar agendas y demandas al Estado, frente al cual también cabe, cuando sea necesario, adoptar mecanismos de resguardo; los procesos territoriales que desatan utopías concretas y respuestas desde abajo a la crisis ecológica; las articulaciones y redes críticas y emancipadoras que, frente a la Internacional del Odio, insisten en multiplicar alternativas, en tejer luchas y en construir horizontes internacionalistas de justicia, postextractivistas y ecoterritoriales; las múltiples tecnologías sociales, populares y organizativas que nos llevan a respetar la Naturaleza y mantener vínculos de comunidad, ritualizando la vida con una noción de disfrute y belleza. No nos olvidemos que las narrativas que construimos sobre nuestro futuro desde la imaginación política contribuyen a moldear lo que viene.
Viendo la barbarie que se expande por el mundo, renovamos nuestro compromiso por defender la vida y construir la Paz. Si no hacemos las paces con la Madre Tierra, entendiéndonos como parte de la naturaleza y en un conflicto permanente con el sistema capitalista; si no se respeta el derecho a la libre determinación de todos los pueblos, liberados de cualquier forma de tutelaje imperial; si no se pone fin al genocidio en Palestina, no habrá posibilidad alguna de Paz sobre la Tierra. Nada de eso se logra simplemente silenciando las armas, sino sembrando y cultivando las bases de una genuina justicia social y ecológica y a través de procesos de permanente radicalización y reinvención de la democracia radical.