ERNESTINA LA POLILLA (UN CUENTO PA` QUE LAS WAWAS TE LO CUENTEN) Por: Sadid Arancibia

Compartimos con ustedes este cuento escrito e ilustrado por un hermano muy querido de la Red de la Diversidad: Sadid Arancibia quien es integrante de Nereta Movimiento Artístico, Jesaete Teatro, Ñandereko Territorio Cultural, Red de la Diversidad y parte del Tejido de Cultura Viva Comunitaria en Tarija y Bolivia, este cuento escrito desde la experiencia de trabajo y crianza que tiene con las wawas incluye también las reflexiones, sentimientos, desafíos que surgen en ese camino que vienen recorriendo y nos permiten ver través de los colores que tienen los juegos, textiles y una relación hermosa con nuestra herencia ancestral del conocimiento expresado en saberes y tradiciones populares tan presentes en los territorios que venimos habitando.

El autor nos recomienda: Antes de empezar nuestra aventura, te invito a sentirte libre de imaginar como tú quieras este mundo, más allá del margen, más allá del borde de las hojas de papel.

Con los colores que más te gusten, los tonos que más disfrutes, date el gusto de mirar con los ojos que tú quieras esta gran historia.

Anímate a rayar por ti mismo o misma, a borrajear por donde gustes, a darle las formas que más te encanten.

 

Te dejamos un poco de Las Palabras Andantes que narran esta bella historia en voz del autor:

 

Ernestina La Polilla

En el valle del Cerro Hundido, donde se confunden los sueños y las estrellas se pueden tocar, vivía Ernestina, una mujer de noventa y nueve años, sus huesos se habían encogido un poco por la edad, pero aún seguía siendo una mujer muy alta, sus trenzas aún eran muy gruesas y negras, se cubría del sol con un sombrerito medio lap’a, la pollerita que ella misma se había costurado era larga, larga, larga, sus ojotas ocupadas por sus patitas y en el rostro siempre dibujada la alegría.

Un día mientras miraba el palpito de sus vecinas, las estrellas, decidió que era hora de acompañarlas y unirse a ese baile en lo alto del cielo, para esto mando a llamar a toda su familia, a sus 5 hijos y 7 hijas, sus 2 nietos y su nietita la más pequeña. Los perritos, las ovejas, chivitas, vacas y hasta los horneros se habían reunido ante el llamado de la mamá Ernestina.

La anciana mujer saludó a todos con un beso en la frente, un abrazo para acercar sus corazones y la sonrisa eterna entre sus lindas arrugas. Puso una olla de mote en el medio del patio de tierra, acompañó a éste con un poquito de charqui; también había hecho hervir papitas de su huerta y quesito que acompañó con algo de chichita.

-Hijitus- les dijo- Les hey dicho que vengan para despedirme de ustedes, no quiero que se sientan mal, me voy a volar, para ser una estrella, para acompañarlos.

Quienes asistieron se sintieron confundidos y no despegaron la mirada de la mamá Ernestina, quien no tardó en tomar pullus que ella misma había hecho con mucho esfuerzo, los repartió entre quienes asistieron, pero cuando se acabaron los pullus comenzó a repartir los ponchos, las fajas, alforjas y las p’intunas.

Nuevamente les habló. -Ustedis saben bien, la riqueza de nuestra gente no está en la plata, no hijitos, por eso les estoy repartiendo estos tejidos que mis manitos han hecho, pudiendo o sin poder. (Calló un momento) Espero que ustedes los sepan cuidar, porque me ha costau harto hacerlos.

A las dos semanas, mamá Ernestina había hecho su capullo en la tierra para después ponerse alas y tomar la forma de una pequeña polilla, subió hasta lo alto de la noche para perderse entre su brillo y el de sus vecinas. Desde ahí, cuidó a su familia, mirando sus haceres, disfrutando de sus logros, alegrándoles la noche, compartiendo su sonrisa.

Esperó a que sus preciados tejidos fueran tan cuidados como ella lo solía hacer, usándolos mucho.

En el tiempo, vio como uno de sus hijos cubrió su cama con el pullo que se le dio, pero a las semanas lo quitó, se quejaba, -este pullu pica mucho, además es muy pesau-, el pullo quedó escondido entre las ultimas frazadas para el invierno.

Alguna hija que poseía una alforja, muy feliz comenzó a llevarla al mercado para hacer sus compras, pero después prefirió seguir recibiendo las bolsas plásticas que le daban cada vez que compraba cosas; así, dejó guardado el tejido en un rinconcito del cuarto.

Uno de sus nietos mayores, recibió una faja, decidió usarla para salir a la calle, pero cuando sus amigos lo vieron se burlaron de él, por no estar a la moda, por eso enrolló bien su faja y la guardó junto al cajón de su ropa interior, para después volver a usar su cinturón de marca.

Uno a uno y una a una de quienes heredaron los tejidos fueron encontrando pretextos para ocultar los recuerdos de la mamá Ernestina, a excepción de la nietita mas pequeña, a quien sus padres la criaron con su p’intuna dada por mamá Ernestina. Cuando creció, jugaba con su tejido, no lo abandonaba para nada, incluso la usó como una faja alguna vez que le dolió el estómago.

Mamá Ernestina miró como cada uno de sus tejidos poco a poco fueron guardados, escondidos, algunos muy adentro entre el ropero o en medio de cajones. Sintió un malestar en su ahora pequeña garganta, no dudó en abrir las alas para después sacudirlas un poco. Sin pensarlo dos veces, saltó al vacío decidida a dar una enseñanza de vida a sus herederos y herederas.

En la casa de uno de sus hijos, muy por la noche, buscó su tejido. Se encontraba algo oculto, se abrigó en él, sintió su cálido cobijo, por ello decidió hacer de él su ahora nuevo hogar. Le gustó tanto volver a encontrarse con su tejido… y pensó: -Quizás a mis hijos, a mis hijas y a tuitus a quienes hey dau los pullus quey hecho con tanto esfuerzo, no les ha gustau mucho mi recuerdo, hay ser por eso que lo ocultan entre toda su ropa, si nos les ha gustau, no les hay importar que me los welva a llevar.

Ernestina La Polilla, se había pasado toda la noche buscando una solución para poder llevarse otra vez sus pullus y ponchos, pero no encontraba una forma, quería abrigar a las estrellas, atar a las más enfermas con las fajas, estuvo así toda la noche hasta que llegó el amanecer.

Después de tanto pensar dijo: -¡Ya sé, me las wa llevar en mi panza! Abrió lo más grande que pudo su pequeña boca y comenzó a morder, fue un gusto tan increíble, tanto, tanto, que no paró hasta casi desaparecerlo. Después del primero se trasladó a otra de las casas que guardaban sus recuerdos, buscó y buscó hasta encontrar el tejido, – ¡mi poncho! – sin pensarlo dos veces abrió otra vez su boca y mordió. Siguió así por un largo tiempo hasta que acabó con todos sus telares.

Con un impulso decidió retirarse, comenzó a dar aleteos hasta nuevamente encontrarse entre sus vecinas estrellas, les entregó todo lo que había reunido. Ahora sus amigas brillaban diferente, eran muy felices porque se podían abrigar con los recuerdos tejidos por la Polilla.

Desde ese hecho pasaron tres años para que uno de los herederos de mamá Ernestina, al buscar una camisa que no encontraba, escarbó entre la ropa, hasta que se topó con el pullu del que ahora quedaba casi polvo, recordó rápidamente a su mamita, se lamentó muy profundamente por no haber cuidado mejor aquel recuerdo tan lindo. Avisó a cada uno de sus hermanos y hermanas, quienes comenzaron a rebuscar aquellos tejidos para encontrar lo mismo que el primer hermano, polvo.

La nietita más pequeña, ahora tenía 7 años, al buscar su recuerdito, una pequeña p’intuna que usaba con recelo, vio salir de entre el polvo de la faja que alguna vez le había tocado a su papá, una polilla que voló torpemente con la panza llena hasta posarse en la punta de su nariz, la niña entrecerró los ojos para mirarla mejor. Así, entendió que era la Mamá Ernestina en forma de polilla que había venido a llevarse lo poco que quedaba de lo que sus hijos no supieron cuidar.