EL TIEMPO DEL ARTE Y LA CULTURA VIVA COMUNITARIA Por: Eduardo Balan

Históricamente, las luchas sociales y políticas en nuestro continente han sido siempre acompaña- das de una intensa producción artística y cultural popular. Desde el inmortal cancionero latinoamericano hasta las creaciones teatrales independientes y comprometidas en los territorios, pasando por la literatura, el muralismo, el cine de la resistencia y la revolución, no hay episodios de avances organizados en la discusión sobre la igualdad y la distribución de la riqueza en estas tierras que no haya tenido su dimensión artística inteligible y singular. En los últimos treinta años, con las transformaciones tecnológicas en curso, se verifica también que esas estéticas y tradiciones han“contaminado” a la misma industria cultural empresaria, imponiendo una agenda y unas texturas también originales, como en el caso de lo audiovisual, del rap, del rock y la música popular, etc, con altísimos niveles de masividad y pregnancia en los gustos de un amplio sector de la sociedad en su conjunto y de sus juventudes en particular. No pudo ser de otra manera, ya que las innumerables expresiones de la conflictividad social en nuestros territorios también han ido acompañadas, en sus manifestaciones callejeras, de elementos estéticos, performances, instalaciones, acciones artísticas variadas y vanguardistas, que de un modo u otro ya forman parte de la estética rural y urbana de nuestros espacios comunes. Aquí, en Argentina, es imposible rememorar la crisis del 2001 sin vincularla también con las miles de acciones culturales transgresoras (graffitis, marchas, recitales en piquetes y cortes de ruta, etc.) que se multiplicaron en aquellos días.

La Alegría Puede Más – Colonia artística para niños y adolescentes en barrios de Cuartel V, Moreno, Bs. As.

El Arte y el Pueblo

No es casual esa relación íntima entre las ideas de la transformación social y su correlato en lo poético, lo estético y lo comunicacional. El Arte es, antes que nada, una acción de irreductible libertad personal, de esencial matriz comunitaria, de creación radical y de evidente impacto en el mundo de “lo real”, al posicionar en el mundo una nueva unidad de sentido, que va en búsqueda de la emoción como forma de conocimiento. El Arte es, antes que nada, una acción indisciplinada y transformadora, independientemente incluso de sus contenidos y formas. Esas canciones, poesías, danzas e imágenes nos permiten a todos, incluyendo a quienes ofician de “creadores” de tal o cual obra, abrir un portal hacia una nueva realidad posible. Este hecho es ya, de por sí, la prueba de que la revolución late al interior mismo del sentido de la vida.

Pero quisiera en estas reflexiones enfocarme en un aspecto particular de esa influencia de lo artístico en Latinoamérica, o en Abya Yala, como le dicen nuestros Pueblos Originarios. Es interesante abordar una realidad no tan visibilizada, como es la existencia de iniciativas comunitarias en el territorio, cuya esencia está vinculada con la actividad artística y cultural. En nuestro continente existen más de 300 mil proyectos culturales de carácter comunitario, sin fines de lucro y comprometidos con sus barrios o pueblos. Centros culturales, Bibliotecas Populares, colectivos de muralismo, Circo Social, Murgas y comparsas, Danza comunitaria, cine y medios audiovisuales, etc., se despliegan en todo nuestro territorio de un modo muy llamativo, integrando niños, adolescentes y jóvenes, pero también adultos y adultos mayores. Esta amplísima realidad recién en los últimos años ha logrado autoafirmarse en torno al concepto de la “Cultura Viva Comunitaria”, protagonizando encuentros, caravanas y congresos latinoamericanos. Uno de sus logros fue la popularización de la política pública brasileña llamada “Puntos de Cultura” -de asistencia y protección a esas experiencias- que hoy se lleva adelante en varios países, como resultado de las luchas de estos colectivos y de su capacidad de influencia en los gobiernos locales. No fue fácil. Las legislaciones y políticas públicas de nuestros países invisibilizaban a ese enorme potencial político popular que hoy emerge con una notable dinámica de movilización.

Un nuevo paradigma

¿Por qué poner el foco en esta novedosa forma de acción política popular que ha crecido en convocatoria y presencia pública? Es porque entiendo que se trata del emergente de una larga serie de nuevas verdades que pueden ser de gran riqueza a quienes trabajamos por una sociabilidad más justa.

Estamos transitando, sobre todo en este mundo de pandemias, guerras globales y financiarización del capitalismo más voraz, un cambio de paradigmas realmente portentoso. Un cambio que trasciende, incluso, al potente concepto de la “lucha de clases”. Una enorme torsión se está dando al interior de la conciencia global de la humanidad, al verificar que el progreso real al que debemos aspirar no se realiza al compás de “la competencia”, sino de “la colaboración”. Esta sutil diferencia, que convierte a la tradicional “Ley del más Fuerte” casi en un objeto de museo, hoy va irrumpiendo con tranquila firmeza en el campo de la ciencia, de la política, de la tecnología y de la cultura, mostrando que la única salida sustentable nos desafía a organizar nuestra sociedad de un modo colaborativo, en una lógica que interpela mortalmente al “Mercado” y a la Democracia Representativa. Se trata de un descubrimiento que pone en crisis a las clásicas organizaciones de la militancia de izquierda, en las que habitualmente sufrimos un “corporativismo” competitivo con discurso progresista que termina produciendo más heridas en el propio activismo que avances en las luchas populares.

Si esta comprobación es cierta, implica la necesidad de construir en esta era una novísima teoría política revolucionaria en la que, sin abandonar lo aprendido del marxismo, del cooperativismo, del anarquismo y del socialismo, se torna prioritaria la dimensión vincular, la inteligencia emocional, la diversidad cultural y de géneros y hasta una relación nueva con lo que llamamos naturaleza, en donde ya no caben miradas utilitarias e instrumentalistas.

Sanación y revolución

Y cuando tratamos de traducir esta nueva “teoría política revolucionaria” al terreno de los procedimientos y las prácticas es que aparece, ahora sí, con un brillo único y especial, la tarea artística, simbólica, los rituales, la magia y lo espiritual.

En efecto, si estamos transitando hacia una experiencia integral que va a lograr trascender a este capitalismo asesino que nos gobierna desde un nuevo tipo de vínculos, tejidos desde el cuidado, las emociones, la organización colaborativa y el deseo colectivo, entonces eso que llamamos “Arte” se presenta como una clave de sanación global y, por qué no, de salvación.

El Arte no está entre nosotros para que se realicen obras más o menos trascendentes en la historia de las jerarquizaciones estéticas, la crítica o el Mercado. El Arte es una acción humana visceral que nace sin necesidad de competir contra un adversario y que interpela la realidad existente para abrir una brecha hacia otras innúmeras posibilidades de emoción y creación. De la naturaleza misma del hecho artístico se desprende, así, una visión distinta de la política. Liberándonos de los condicionantes del escenario y de las pujas de poder, el Arte muestra que el combustible de las revoluciones sigue anidando en ese sentimiento que llamamos “esperanza”, que no precisa para existir más que mística y amor por la aventura colectiva. Y es por eso que el imparable crecimiento de los procesos de Cultura Viva Comunitaria en nuestro continente constituye una señal inequívoca de nuevos, turbulentos y desafiantes cambios de época en Nuestra América, dolores de parto hacia una institucionalidad gubernamental más democrática y participativa y una economía que deberá ser colaborativa y solidaria. Enorme desafío para quienes hemos elegido a la acción cultural como una forma original y propia del Poder Popular.

 

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