¿Qué es una voz? ¿Cómo escuchamos la voz y la vida? ¿Qué es escuchar? Esas son algunas de las preguntas que lanza el Volumen Testimonial del Informe Final de la Comisión de la Verdad, en Colombia, de reciente publicación (Disponible en: https://www.comisiondelaverdad.co/cuando-los-pajaros-no-cantaban).
Leí uno de sus fragmentos en una tejeduría germinal, pensada justo para reflexionar sobre nuestras prácticas creativas e investigativas y, por qué no, sobre nuestro día a día. ¿Cuáles son nuestros dispositivos del ser y el estar, el ser con y estar con?
Y ahí estaba el debate sobre la palabra como testimonio en una sociedad que no ha aprendido a escuchar. Pero más allá de eso, decían algunas, en una sociedad que privilegia la palabra. Y aquí matizo otro lugar también en este desencuentro sobre el ser a partir de la palabra: una sociedad que construye los silencios en un ejercicio de poder constante. Es decir, no es casual ni inocente el silencio. Y va más allá de simplemente quedarse calladxs.
La escucha es un proceso social y, a la vez, un acto que va desde lo personal: un individuo escucha a otro
El proceso social implica entonces una voluntad de escucha. Y la escucha está mediada por relaciones de poder. Pensábamos en ese momento en el silencio de las reuniones de Zoom, ese que a veces nos hace pensar en que estamos solas: “¿Están ahí?” “¿Alguien quiere opinar?”. “Quiero que, por favor, escuchen mi silencio”, dijo una compañera y ahí me puse a pensar en si tenemos capacidad de escucha para el silencio y todo lo que (no) dice. En este caso, era prestar atención a eso, lo que decía. Claro, el silencio tiene una capacidad polisémica increíble y, por supuesto, nos hace repensar en la hegemonía de la palabra, casi siempre limitada/limitante a definiciones. Ahí en ese contexto -reflexión artística, investigativa, creativa, con intención de horizontalidad- el silencio nos interpelaba con sus posibilidades infinitas.
Pero ¿qué pasa en los otros contextos? Pienso en esa lucha histórica, la de siempre, por ser escuchadas. La disputa por tener voz (pero si tenemos voz! Siempre tuvimos! El problema es el peso que tienen otras voces sobre la nuestra!); ser sujeta/o de derechos deviene en poder decir. Y sí, hay muchos lenguajes. Por eso retomo esta idea de la subalternidad de la que tanto hablamos y que en el cotidiano se traduce en que la persona subalterna habla/dice/nombra sin ser escuchada/reconocida/comprendida. Y ahí, el inconmensurable silencio. No ese que pedía Iby cuando solicitaba que la escuchemos en su “callar diciendo”, sino en el otro, en el que no identificamos o, peor aún, frente al que nada logramos hacer. Ese que del desespero por escuchar decir, decimos en su lugar. Ese que obviamos por cuestión de tiempo o logística.
La escucha es un proceso social. Se inicia con una intención -la de escuchar- y termina cuando la palabra circula para que otros la reciban
¿Y cómo circula entonces el silencio?
Mi preocupación por el silencio se basa en que la soberanía de las narrativas se establece a partir de lo dicho. Y lo que no se dice queda invisible. SUBALTERNO.
Y pienso en los talleres, en los encuentros, en las marchas, en las cenas familiares… en todos esos silencios. Y lo que se nombra no existe. ¿Lo que se nombra no existe? Existe, sólo que no tiene escucha. ¿Cómo generamos esa escucha? ¿Es necesario generarla y seguir colocando hegemonía en la palabra ya inserta en relaciones de poder?
La palabra es un manifiesto, un vehículo, un gesto de presencia ante una no escucha, sí. Pero el silencio está ahí, inconmensura