LAS COMUNIDADES SE VAN CRIANDO EN NUESTRAS ESTRATEGIAS CULTURALES Por: Mario Rodríguez Ibáñez

En enero de 1995 nació Wayna Tambo en la ciudad de El Alto. Esa maravillosa experiencia urbana que mezcla procesos de modernización acelerados, ocupación aymara de un espacio que siempre fue suyo, continuidades de lo rural en lo urbano, abigarramiento complejo, brotares incesantes de novedades, permanencias ancestrales, diversos modos de vida que conviven complementaria, festiva y tensamente.

En ese contexto fuimos profundizando nuestras búsquedas e intuiciones sobre la importancia de lo comunitario que venía de las raíces indígenas ancestrales, rurales principalmente, para rehabitar, con sus estilos propios, la nueva urbe alteña. En las formas comunitaria de vida encontramos elementos y rasgos de otras subjetividades, de otras economías y nociones de riqueza, de otras maneras de generar redes de cuidado y amparo, de otras maneras de corresponsabilizar por lo común, incluso por los cuerpos concretos, otras maneras de gestionar lo público y la participación. Estos modos comunitarios traen consigo la experiencia ancestral de la comunidad rural, pero se regeneran a su propio estilo en las ciudades y, es más, dialogan y aprenden de otras vivencias comunitarias. Nuestros aprendizajes se ampliaron en la medida que pasamos de ser Wayna Tambo a ser la Red de la Diversidad en el año 2006. Los equipos locales de la Red de la Diversidad nos trajeron los propios aportes, conversaciones y experiencias comunitarias en sus ciudades. La pluralidad de vivencias nos enriqueció profundamente en nuestras comprensiones de las comunidades urbanas.

Las comunidades nos colocan en el desafío de la complementariedad recíproca -tensa a la vez- entre procesos de singularización y de lo común compartido. Entre lo local, su ámbito propio de regeneración, y los tejidos complejos multiescalares. Entre lo territorial concreto y las intersubjetividades que entrelazan afectividades y pertenencias. Entre lo ritual convivencial y la funcionalidad pragmática de la vida. Entre la sabiduría ancestral y los brotes contemporáneos.

No hay territorialidad sin comunidades fuertes. Y esas comunidades fuertes requieren darse condiciones para su autonomía, una autonomía que no significa soledad, sino el reconocimiento de nuestras riquezas y potencialidades, de nuestras capacidades, de nuestra totalidad de la vida o integralidad, pero al mismo tiempo de nuestras incompletitudes que hacen que nuestras vidas necesiten de las otros y de las otras para poder existir, ahí la importante de las redes y los tejidos. Redes y tejidos muy cotidianos, muy presenciales, muy convivenciales, pero que se pueden complementar maravillosamente con redes comunicacionales amplias, incluidas las digitales.

Las comunidades nos permiten convivir y recomprender, desde lo micro, desde lo existente contradictorio, su potencia transformadora de la TOTALIDAD. Las comunidades son al mismo tiempo territorio de resistencias y de re-existencias, de rehabitar el hoy, desde lo que fuimos, desde lo existente, para permitirnos un devenir de otra manera, es decir desde otros MODOS DE VIDA.

Desde ahí vienen nuestras experiencias y conversaciones. Y en esas conversaciones encontramos que en las ciudades existen comunidades urbanas, aunque casi nunca como totalidad de la vida, ya que deben convivir con los otros modos de vida hegemónicos y dominantes. En lo URBANO no hay experiencia de COMUNIDAD como TOTALIDAD de la VIDA, pero si formas y experiencias comunitarias específicas o de parte de la totalidad. Las comunidades están presentes en las ciudades como formas comunitarias de vida que se mueven, resignifican, rehabitan, se erosionan, retroceden, vuelven, disputan, reciprocan en complejos procesos de negociación (inter)culturales y que, por tanto, nos demandan a posicionamientos culturales, políticos y éticos de lo que queremos hacer con nuestras convivencias y relaciones, con los MODOS de VIDA que queremos vigorizar y fortalecer desde nuestras acciones. La COMUNIDAD en este sentido, también es una opción política.

La comunidad sólo puede existir desde lo existente, valga la reiteración. No desde el ideal de futuro. Sino desde esas vivencias comunitarias que están presentes en nuestras ciudades, en nuestras vidas con sus contradicciones, sus limitaciones, sus conflictos, sus erosiones, sus miserias. Pero están, y desde lo micro generan gran incidencia con posibilidades de horizontes comunes y compartidos de civilizaciones plurales. Las comunidades nos traen el poder de lo transformador y lo emancipador desde lo que se vive, desde lo existente.

(Fragmentos del libro “Comunidades Urbanas. Cuadernos de Conversaciones 4”, publicado por Wayna Tambo y la Red de la Diversidad el año 2018)