El día que cambio el destino de México

Nadie en estos 25 años ha querido destapar desde el Gobierno esta historia en la que se calcula que murieron y desaparecieron más de 300 personas como consecuencia de la represión contra un movimiento estudiantil, justo en sus reivindicaciones sectoriales al que intentaba asfixiar el Gobierno.

Una sola dimisión

Fue la matanza de Tlatelolco la que motivó la dimisión de Octavio Paz como embajador de México en la India. Octavio Paz fue el único funcionario mexicano que expresó su protesta renunciando a un cargo. Nadie le secundó. Máxime cuando Tlatelolco ocurría justo antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos en México. Un acontecimiento que contribuyó a borrar cualquier tipo de protesta y despejar la posibilidad de represalias internacionales contra un sistema que se las daba de revolucionario e izquierdista y que en realidad era una tiranía de partido.Oficialmente, el 68 mexicano y, en particular, Tlatelolco seguirán dormidos tal vez muchos años más. Hay quienes no han destapado antes estos graves sucesos porque les salpica directamente. Tampoco lo han hecho otros porque se llenarían de vergüenza al saber que esas mismas sillas y despachos que hoy ocupan quedaron manchados hace 25 años con sangre inocente. Al Ejército, que fue el encargado de materializar la represión, nadie lo quiere tocar.

Si otra enseñanza ha traído estos 25 años ha sido la de reconocer, como comentaba recientemente la revista Época, que México era entonces otro país donde nadie se podía imaginar que una manifestación preparada sobre la marcha por un grupo de apenas 10 personas, pudiera paralizar en cuestión de segundos la capital.

«Hace 25 años», indicaba el editorial de Época, «decir en público el pensamiento personal era la clave para hallar la macana, el sable o el caballo de montada. México tiene una larga tradición de autoridades verticales: desde las dominaciones prehispánicas hasta la esclavitud forjada a hierro o el gran parámetro de que uno nace en la vida para callar y obedecer». Y añadía: «Bajo esta premisa surgieron los grandes elementos del dominio político nacional: sujeción, obediencia y silencio. Un cuarto de siglo no es oportunidad para el juicio, pero 25 años son ocasión para la experiencia. Lo que no debe olvidarse es el enorme costo en vidas humanas que permitió transformar un Estado autoritario en un Estado negociador y parlante. Hace un cuarto de siglo el Gobierno mexicano hablaba hacia adentro y hoy la nación habla hacia afuera y con todos».

La escritora Elena Poniatowska es la única cronista del movimiento estudiantil del 68 mexicano. Fue un milagro, después de que aquel Gobierno represor arrasara con archivos fotográficos, amordazara a los periódicos y cerrara la boca de cientos de testigos, el libro que publicó apenas tres años después con el título La noche de Tlatelolco, en el que se intenta reconstruir con testimonios personales lo que sucedió aquel 2 de octubre. Poniatowska recuerda hoy, cuando se le pregunta por el 68 mexicano, la alegría de aquella gente al sentirse dueña de la calle.

El periodista Joel Ortega escribía recientemente en el periódico La Jornada que las aspiraciones antiautoritarias que emanaban de esta rebeldía estudiantil daban cabida indistintamente a demandas revolucionarias y democráticas.

«El 68 mexicano no llegó a proponerse, como el mayo francés, derribar el régimen establecido», indica Ortega, y sus reivindicaciones, perfectamente asimilables por cualquier democracia representativa, se transformó en veneno letal para el sistema político mexicano, basado en el presidencialismo y el corporativismo económico y social. Sin embargo, lo que ocurrió entre julio y octubre de 1968 en México sembró una semilla de apetencias democráticas que estimularon en años posteriores el despertar de una sociedad interesada en un cambio profundo».