SANO HIJO DEL PATRIARCADO Por: Gabriela Yañez Garvizu Psicóloga Clínica

Desde siempre nos han enseñado que los monstruos están marcados por la apariencia, son feos, violentos todo el tiempo y nadie los quiere. Nos han convencido de que existe el bien y el mal y de que las personas somos una cosa u otra.

 

También nos han dicho que los seres humanos somos capaces de unas cosas e incapaces de otras; por lo tanto, cuando las personas que hacen cosas “inhumanas” solo hay una explicación que no nos hace explotar la cabeza: “Debe estar loco”.

 

Pero si reflexionamos un poco, vemos la realidad y nos ponemos a observar a estos seres que matan a sus amadas ¿Estarán realmente locos? ¿En el momento del crimen está persona estuvo fuera de sus cabales por unos minutos?. ¿O será simplemente que son SANOS HIJOS DEL PATRIARCADO?

 

La violencia históricamente ha sido una forma legítima de resolver conflictos, además de ser una expresión del dolor y la frustración socialmente más aceptada que las lágrimas. El patriarcado dice: Los hombres no lloran, los hombres golpean paredes, los hombres se golpean, se dañan, los hombres resuelven sus conflictos a golpes, los hombres deben matar para defender su honor. Pareciera una retórica de principios del siglo 17, pero la verdad es que continuamos alimentando ese tipo de  discursos, en películas, novelas, cuentos y demás historias de amor que nos convencen de que el amor duele, daña y que no sólo es normal sino que es deseable.

Cuántas veces hemos escuchado que el que te ama te cela, que el amor duele, que si es muy fácil amar entonces no vale la pena. La idea de que el amor está impregnado de sufrimiento y que esa es su verdadera naturaleza nos hace mirar las relaciones violentas, (o, como nos gusta llamarlas para suavizar el golpe), y pensar que está bien sentirse así de mal porque el amor es lucha, es dolor, es sacrificio.

Por lo tanto un hombre que crece en ese ambiente, que es criado para reaccionar al dolor con violencia, que es entrenado para pensar en el amor como un contrato de compra venta en el cual su amada es su propiedad y no un ser libre, un hombre que cree que la vida de su pareja es suya, suya para decidir sobre ella y suya para ser arrebatada no está loco, simplemente está haciendo aquello que la sociedad le hace creer que es normal si está enojado, ofendido y su honor ha sido herido.

Los monstruos en la vida real sonríen, aman, ayudan a otros, pueden tener acciones de cariño y amor, pueden verse bien, pueden ser grandes amigos. Pero si la violencia es algo que para ellos es normal y justificada, no necesitan estar locos para actuar con violencia, simplemente lo harán respondiendo a lo que se supone deben hacer como hombres.

Para cambiar la situación no debemos engañarnos y pensar que solo gente perturbada puede cometer actos de violencia, que ese hombre que lleva flores, que tiene apariencia “normal”, que trabaja, que quiere a su familia jamás podría ser capaz de agredir, de dañar, de matar. Sino que debemos entender que tenemos un problema estructural que se tiene sus cimientos en un sistema patriarcal en el que todas, todos y todos hemos crecido, hemos aprendido a relacionarnos de esa forma, hemos aprendido a dañar como respuesta inevitable al daño percibido.

Los números nos muestran que la violencia en las relaciones de pareja no es tan extraña como pensábamos, que pasa más de lo que quisiéramos admitir y lamentablemente las víctimas fatales somos las mujeres que terminamos convirtiéndonos en una cifra sin nombre.

El caso del violador y asesino serial es una situación excepcional, y no deberíamos esperar a que las víctimas de un hombre lleguen a cifras inmensas para consternarnos, un golpe en la pared debería consternarnos, una pelea en un bar por celos y todas esas actitudes que normalizamos todos los días deberían ser suficientes para preocuparnos y no solo aquellas historias que parecen sacadas de un Thriller Hollywoodense. Debemos cambiar como sociedad, garantizando el acceso a la justicia, a la defensa de los derechos de las mujeres, y trabajar por una sociedad despatriarcalizada.