DE LA ERRADICACIÓN Y/O COOPTACIÓN DE LAS CULTURAS “DOMINADAS” A LA CELEBRACIÓN ENRIQUECEDORA DE LA DIVERSIDAD Por: Mario Rodríguez Ibáñez

La victoria de la invasión europea sobre los pueblos nativos, que permitió la estructuración del modelo colonial, fue posible en parte debido a la utilización de dos mecanismos de dominación complementarios: la imposición violenta militar y la conversión religiosa-cultural. En el segundo caso, en el de la conversión religiosa cultural, también se optó por dos estrategias complementarias: por un lado, la política de “extirpación de idolatrías” que permitió la erradicación violenta de lugares sagrados y expresiones religiosas de las culturas nativas y de las llegadas en condiciones de esclavitud; por otro lado, el proceso gradual de “evangelización” como forma de erosión de las culturas locales y/o de cooptación de sus tradiciones en beneficio de una ampliación del modelo religioso-cultural colonial.

 

Así el encuentro con el otro y la otra se desarrolló como una forma de encubrimiento de las diferencias, ya que se ocultó a la diversidad de culturas locales: sus maneras de comprender el mundo y la vida, de establecer sus relaciones económicas, de vivenciar sus prácticas religiosas, de organizarse y gestionar el poder, etc. El encubrimiento de las diferencias fue también parte de una estrategia de resistencia a la dominación colonial.

 

En efecto, los pueblos y culturas nativas, así como las llegadas de África, disfrazaron sus propias expresiones culturales, entre ellas las religiosas, en ropajes y máscaras coloniales para lograr mantener elementos centrales de su singularidad cultural. Los templos católicos de Cuzco y Potosí, por ejemplo, se levantaron sobre lugares sagrados para los pueblos andinos, eso le permitió a la iglesia católica y a la dominación colonial “aprovecharse” de ese prestigio para atraer población nativa hacia la ritualidad venida de Europa al mismo tiempo de demostrar su “victoria” sobre la cultura local –simbólicamente expresada en la construcción de templos ostentosos sobre las ruinas de wakas sagradas indígenas-. Pero también eso les permitió a los pueblos indígenas mantener sus expresiones religiosas-culturales y sus prácticas de reciprocidad a través del copamiento enmascarado de las religiones cristianas; hoy casi nadie duda que detrás de los cultos a muchas vírgenes se expresa el establecimiento de reciprocidades con la pachamama o, por dar tan solo un ejemplo, como los rituales de bendición de nuevos bienes materiales adquiridos por la población están cruzados por las formas de la ch’alla andina.

 

Incluso en las formas posteriores de evangelización, aquellas instituidas a través de la labor de las llamadas “iglesias evangélicas”, se puede reconocer está doble estrategia que permite la cooptación de las culturas locales en favor del colonizador o misionero al mismo tiempo que la continuidad y resistencia de las culturas indígenas a través de la penetración y del enmascaramiento de lo propio en lo venido de afuera. Los estudios sobre la iglesia Bautista en Bolivia o la investigación de Hugo Frías sobre el rol de las iglesias evangélicas en las estrategias comunales y de los ayllus para la reconstitución de las relaciones de poder respecto a los “pueblerinos” en el contexto de los pueblos

jalcas, son aleccionadoras al respecto.

 

También ese mismo proceso, pero con mayor fuerza erradicadora, ocurrió en los pueblos de las tierras bajas. Las reducciones de estos pueblos en misiones bajo el control franciscano, jesuita o dominico, facilitó un control riguroso sobre las prácticas culturales de estos pueblos; sin embargo, a pesar de ello no se logró evitar que formas culturales propias irrumpan en el territorio del colonizador. Un ejemplo de ello es cómo el pueblo Guaraní, uno de los más afectados por las misiones evangelizadoras, logró mantener sus interpretaciones del mundo o la vida (cosmovisiones), sus prácticas festivas, sus relatos explicativos y sus formas organizativas. Otro ejemplo incluso se puede observar en la incorporación del uso del violín en la música de casi todos estos pueblos (muy diversos entre sí). El violín llegado con la invasión europea, fue incorporado en las prácticas rituales y festivas de las culturas locales, sin embargo a través del violín se logró mantener ritmos y expresiones religioso-culturales propias como la chovena en la llanura de moxos, ritmo muy vinculado a la cosmovisión de pueblos diversos como los Canichanas, Baures y Moxeños. Incluso, el violín se incorporó en un sistema temporal o estacional propio de los ciclos regenerativos de la naturaleza de manera que acompaña determinando momentos del ciclo anual y no todo el tiempo.

 

Este proceso de encubrimiento del otro o la otra, así como el de resistencia instalado a través del enmascaramiento de lo propio en ropajes del dominador para preservar la diversidad cultural local, aportó en mucho a la construcción de sociedades abigarradas donde existen territorios y escenarios de vigorización de la singularidad de cada una de las culturas que hacen parte de nuestra compleja diversidad, así como también lugares donde ocurren intercambios, préstamos interculturales, formas de hibridación y germinar de brotes novedosos en la configuración del campo cultural. Ese

abigarramiento que es hoy expresión inevitable de nuestra composición cultural y social, es sin embargo expresión también de formas de “clandestinaje” y enmascaramientos culturales fruto de las políticas de erradicación y cooptación coloniales. Es decir, el abigarramiento cultural no se vive como una suerte de celebración de nuestra diversidad en condiciones más o menos equitativas, sino como complejas estrategias de negociación de esas diferencias en condiciones profundamente

desiguales y asimétricas.

 

Los procesos educativos que se tienen que encarar, como una manera de sintonizarse con el proceso de cambios que vive el país, deberían servir para ir desmontando esta estructura perversa de asumir los procesos de intercambio cultural, de diálogo y negociación intercultural, como formas de erradicación/cooptación, encubrimiento/enmascaramiento y dominación/resistencia para facilitar, en cambio, encuentros más sinceros y abiertos de manera que se fortalezca nuestra diversidad

Abigarrada, la plurinacionalidad, lo pluricivilizatorio de nuestras sociedades a través de diálogos y negociaciones establecidos en condiciones más equilibradas. El conflicto entre culturas es inevitable, es parte del ejercicio de negociación de nuestras diferencias, pero este puede establecerse en condiciones que nos permita la celebración de la diversidad abigarrada y generando condiciones para que los mecanismos de dominación cultural sean desmontados.

 

En la medida que los procesos educativos asuman la diversidad como un bien valioso de nuestra configuración como país, podremos repensar los sistemas educativos como formas que expresan esas diversas formas educativas, así como también se podrá ir posibilitando el encuentro efectivo con los diversos saberes y conocimientos, con sus variadas formas de regeneración y producción de los mismos, con la riqueza de múltiples dispositivos educativos, etc. Las metologías, las didácticas, los contenidos o el planeamiento educativo podrían ser desbordados enriquecedoramente si somos capaces de abrir los procesos y sistemas educativos a esa diversidad abigarrada, a lo plurinacional y pluricivilizatorio en condiciones más equitativas de diálogo y negociación.