“Cuando tenemos salud, alegres estamos, podemos trabajarnos bien,
comemos de todo, no estamos renegados,
con nuestra familia también con cariño nos estamos hablando, riendo,
también con nuestros cultivos, hasta con nuestros animalitos, con todo siempre…
la salud no es del cuerpo nomás, del ánimo también es,
los que paran renegados nomas, enfermos también son en su corazón.”
Así entiende la salud, el tata León, un curandero de los valles de Quivale, allá en el Municipio de Mojocoya; sus palabras, a modo de puerta que suelta la aldabita, nos permiten asomarnos y reencontrarnos, con esa profunda sabiduría y vivencia de nuestros pueblos, en este caso en relación al campo de la salud; sabiduría que sin duda, esta emparentada a un modo singular de comprender, mirar y sentir el mundo, la vida, la pachamama.
En este sentido, un rasgo central de las cosmovisiones indígenas/campesinas particularmente andinas, es la vivencia de la unidad como par, como dualidad complementaria, de ahí que el cuerpo no sea solo el cuerpo, sino con su ánima…su pareja vital.
Al respecto, Rengifo señala, “en los andes… no se concibe a ninguna entidad viva, como un ser unitario portador de una substancia única. No tenemos una esencia y una apariencia que revela el ser, contenido en cada quién. Cada miembro del Pacha somos de algún modo una pareja, un ayllu, cuyos miembros viven enlazados, en simbiosis fructificadoras, de modo que la ausencia de uno de los miembros de la pareja, afecta la vitalidad del conjunto. La enfermedad afecta a la pareja, la desteje, desorganiza, y por ello en las sanaciones, tienden a recuperar la vivencia comunitaria de la pareja que anida en cada quién”.[1]
Así, la salud en la vivencia de nuestras culturas, no pasa solamente por el bienestar físico, sino ante todo por la armonía del cuerpo y su ánima; por tanto, la enfermedad tampoco tiene como lugar único de surgimiento y afectación la dimensión física, cuenta asimismo y de modo equivalente, el plano de los sentires y las emociones. Pero además, en una concepción donde todo cuanto existe (naturaleza, deidades y humanos) es considerado como persona, por tanto con vida, todos y todas tienen también su ánima, las plantas, los animales, el agua, los cerros… y al vivenciarse este conjunto de seres, como familia, como comunidad, el desequilibrio de algún@ de ell@s repercute en la totalidad del tejido; dejemos que don Sixto, curandero de la zona de Alcalá, nos comparta un tramito de vivencia en este sentido:
“Un tiempo en la comunidad, grave todo se estaba secando, artos cultivos… unas wawitas también se han muerto, en ese tiempo siempre todo estaba pasando, yo decía que será siempre, así pensando preocupado estaba, cuando ha llegado la asamblea del mes, hemos hablado de eso, en punto hemos puesto, y clarito nos hemos notado, que habían dos familias que en pelea estaban, yo no he dicho ese rrato nada, pero en mi corazón, eso es he dicho, esas familias a toda la comunidad, a las chacras más estaban haciendo enfermar, haciendo morir también…hemos tenido que hacer amainar a las familias, nos hemos q´uwado también, y así de a poco de a poco sanos no masía hemos estado, como familia entre todos.”
Queda evidente que las fronteras entre lo individual, lo comunal, lo humano, la naturaleza… se difuminan, la vivencia indígena en este sentido, se acerca más a un tejido de parentescos y crianza recíproca, un tejido que anida a la vida y hace posible su discurrir equilibrado; el quiebre de está armonía, genera diversos estados y se expresa de muchas maneras, la enfermedad es una de ellas.
Sin embargo, a diferencia de la lógica que entrañan las ciencias de la salud, nuestros pueblos, desde su cosmovisión animista, asumen y sienten a la enfermedad a modo de persona, como ocurre con todo lo que hace parte y brota del pacha.
Así, la enfermedad es comadre, es visita, es seña… con su llegada nos hace saber la necesidad de restituir equilibrios en alguna o algunas dimensiones de nuestra vida, en relación con un@ mism@, o con l@s otr@s (naturaleza, humanos y deidades); la enfermedad siendo persona tiene su camino, sus momentos de arribo, sus estadías, como lo manifiesta don Casto de la comunidad de Churicana…
“…las enfermedades tienen también pues su caminar, llegan en sus épocas, por ejemplo la fiebre todo el año camina, hay fiebres de frío, fiebres de calor…de cuando cambia el clima, de toda clase hay pues; después las diarreas en las wawas también…de toda clase hay, con tiempo también son…pa´ saber es pues, el doctor a veces cuando viene, de una vez le quiere hacer pasar con pastillas, no es pues así, desde mi abuela yo ya sabía, ella decía que la enfermedad como un viejito es, llega a la casa, hay que atenderle, darle sus yerbitas todo…pa´ que se vaya nomas, pa´ que no se quede tanto, pero también a veces parece que se quieren quedar también, a veces curamos también de todo corazón, no se sanan rápido…a veces se sanan ya también rapidito, de toda clase también es, no es uno nomas..”
En una compresión así, no hay la noción de aniquilar o eliminar a la enfermedad, sino más bien de saber conversar con ella, de atenderla y despacharla (para que continúe su camino); la lectura de la coca, las oraciones, las mesas rituales y las diversas y múltiples formas de curación que se practican en nuestras comunidades, hacen parte de esta con-vivencia con la enfermedad; que entraña además, una fuerte ruptura con lógicas homogéneas y estandarizadas de tratar la salud; nuestros curander@s saben que cada enfermedad, tiene su momento, su manera, sus “requerimientos”.
Ésta es la vivencia de nuestros pueblos, milenariamente cultivada, y vigente hoy, a pesar del caminar colonial de nuestro país, que históricamente se ha esforzado en “superar” y anular, esta diversidad riquísima de saberes y prácticas; portadoras de un otro sentir, de un otro horizonte a tiempo de abordar la salud, a tiempo de cuidar la vida, y desde allí con múltiples aportes… como seria por ejemplo, nuestra convivencia con el COVID-19, desde un lugar de aceptación, de amabilidad y hasta de cariño, recurriendo a esa noción de la enfermedad como algo vivo, como alguien que nos visita, quizá un lugar así nos permitiría destejer al menos un poco, esa trama de terror y muerte que parece rodearlo; y no pasa por romantizar y quitarle en muchos casos como este, la complejidad a los procesos que implican las enfermedades y sus sanaciones, sino por movernos de aquel sitio que las miradas hegemónicas de la salud nos han impuesto, como las únicas y las válidas; por recolocarnos en horizontes de crianza y cuidado de la salud más vitales, y teniendo en cuenta las totalidades que somos, que no se agotan en el cuerpo físico, ni lo individual, ni lo humano.
Y en última instancia en un contexto de estado plurinacional y de descolonización, pasa por seguir desafiándonos en poner a dialogar y complementarse, en condiciones equitativas y efectivas, a las ciencias de la salud y estas sabidurías milenarias que anidan nuestras culturas; en la perspectiva de restablecer los equilibrios que la vida requiere, para seguir floreciendo.
[1] Rengifo Grimaldo, “Salud y diversidad en la chacra campesina”, PRATEC, Lima, 2001.