LA MÚSICA PARA LOS VÍNCULOS Por: Mario Rodríguez Ibáñez

La música de los pueblos indígenas de Bolivia, aquella que mantiene su relación con su ancestralidad de antes de la invasión europea a nuestro continente, se vincula y se relaciona con los ciclos vitales o de regeneración de la naturaleza, laten con ella y buscan sintonizarse con ella.

 

Existen instrumentos, ritmos, cantos que son para cada época del año, para cada momento del ciclo de convivencia con la naturaleza ya sea a través de la agricultura, la crianza de animales, la recolección, la pesca, la caza o cualquier otro modo de vida para el sustento de la vida. Hay ritmos e instrumentos que claramente demarcan las grandes épocas del año, las épocas de lluvia y las secas. En la zona andina, por ejemplo, por lo general se tocan instrumentos de viento, de tubos de cañas, que sean cortados rectos y de muchos tubos para la época seca, en cambio los de boquilla de pico y un solo tubo para la época de lluvias. Hay instrumentos que acompañan al ciclo agrícola, desde la siembra hasta las cosechas, como los llamados pinquillos.

 

Incluso en zonas donde se han incorporado instrumentos impuestos por el sistema de servidumbre del proceso colonial, como varios de cuerdas, éstos han sido incorporados a esta sabiduría ancestral. Así los charangos –instrumento de 5 pares de cuerdas muy extendido en la zona andina- en el Norte de Potosí tienes diferentes temples para cada época del año y su variedad es tan amplia que se asemeja a variedades ancestrales de instrumentos de viento. O el violín del valle central de Tarija, sólo es tocado en la música comunitaria después de los brotes de las chacras y hasta poco después de las cosechas, ya que el baile que les acompaña dialoga con el acto de escarbar la tierra para la cosecha.

 

Más allá de cada ciclo anual, hay músicas que acompañan los ciclos largos de la vida. Músicas para recibir a los nacimientos en la comunidad, música para celebrar la conformación de una nueva familia o músicas para despedir a los difuntos y acompañarles en su tránsito a otras formas de vida, o para recibir a los mismos difuntos cuando nos visitan anualmente en noviembre.

 

La música no solo sintoniza con el ciclo de regeneración de la vida y la naturaleza y los ciclos largos de vida de cada persona. La música conversa con la vida, por ello es relacional. La música de solistas no existe o sólo existe para determinados actos y momentos vitales. La música es comunitaria, igual que la danza. Está sirve como enlace para los vínculos, para el encuentro, para el diálogo complementarios con otros seres humanos, pero también con el entorno y las otras formas de vida. Incluso para el encuentro con nuestros ancestros y con la dimensión de lo que se podría llamar sagrado, es decir para el ritual. Si bien la música es comunitaria, eso no significa que elimina las singularidades. Por ejemplo, los instrumentos de viento tienen diferentes cortes y tonalidad que dialogan al interpretarse en comunidad, se sabe que cada persona toca un distinto corte de instrumento, se sabe el aporte singularizado de cada quien, pero es el todo dialogando lo que le da sentido a la misma. Incluso hay instrumentos que solo pueden ser interpretados por dos personas, como los sikus (panflautas andinas), que requieren de dos personas para completar su sonido de manera complementaria.

 

En unas formas musicales en las que todo está vivo y en relación, los instrumentos también son personas y seres vivos. Los instrumentos no responden a moldes homogéneos, cada comunidad tiene su toque y su afinación, que dialoga con su contexto. Los instrumentos son elaborados para ser extensión del cuerpo de quien lo porta. No son los cuerpos quienes se acomodan a los instrumentos, estos son un amoldamiento de los cuerpos. Por eso los instrumentos son artesanales, porque cada instrumento requiere ser adecuado a cada circunstancia y persona. Incluso, para que los instrumentos suenen bien, deben pasar por un ritual en el que el mundo de lo sagrado lo atraviesa, lo hace suyo, para sonar adecuadamente y hacerse parte del cuerpo que lo portará. En el mundo andino le dicen a ese acto ritual “sirinar” (de hacer pasar el sereno de la noche y el amanecer).

 

Así es muy difícil que las formas industriales de la música, la estandarización y su mercantilización, el desarraigo de lo que suena y se baila, aniden en estas culturas. Se convive con los mercados musicales, sin duda, no se puede estar ajeno a un mundo globalizado. Pero en medio de estas expansiones mercantiles de la música, persisten tercamente estos otros modos de vida y de entender y relacionarse con la música y la danza, con el ritual y el encuentro. Si me preguntaran sobre ¿para qué sirve la música en estas culturas? Respondería sin dudar, para encontrarse, para el vínculo, para el arraigo comunitario. La convivencia es más importante que la “profesionalidad” musical.