La mayoría aprendió la pedagogía de la virtualidad haciéndose camino al andar. Sin tutoriales ni acompañamientos. Usaron de pizarrón cartulinas pegadas en la pared de la cocina, modificando la letra o agrandando los números, para que las pibas y pibes pudiesen leer del otro lado de la pantalla que, al principio, parecía del otro lado del mundo. Hablaban muteados o sin video, escuchaban al estudiante del otro lado pero no lo veían, lo veían pero no lo escuchaban. Usaron su internet, su teléfono y muchas veces sus autos para que, de alguna forma y como sea, a los pibes les lleguen libros y textos, también las viandas y un abrazo a la distancia. En plena clase se cruzaban sus hijos, que podían tener 2, 3 o 4 años y, de repente, uno de ellos se llevaba puesto el cargador y se apagaba la compu y del otro lado ya no había nadie como, si en el medio del aula, se apagara la luz y se terminase la clase. Explicaron temas haciendo la comida de sus hij@s, hablando y mirando a cámara y, a su vez, gesticulando con sus manos para que en su casa no hicieran ruido y no abran y cierren las puertas. Respondieron mails continuamente, armaron grupos de whatsapp, llamaron por teléfono personalmente para ver qué necesitaban , qué les faltaba, qué no entendieron. Se adaptaron al mundo de la pantalla y les costó muchísimo más, porque los hay de 50 y de 60 todavía dando clases. Hicieron de todo y más. Adaptaron sus espacios privados y los convirtieron en escuelas. Compartieron la privacidad de sus vidas con tod@s. Sus hijos y parejas fueron presentados sin su voluntad cuando pasaban por atrás con un plato de comida, con un niño a upa o con una toalla camino al baño. Trataron de armarse espacios en sus casas donde no ser interrumpidos ni por los niñ@s, ni por los perros, ni por el vecino y su música, ni por nadie. Casi nunca pudieron lograrlo, siempre lo intentaron.
Ahora están entregando notas, evaluando procesos, empujando para que nadie se siga cayendo, ya no del salón concreto y material, sino del clasroom y de esta nueva era que parece una locura, una película de ciencia ficción, pero que existe y que hay que darle batalla.
Son los que contestaron ante la llamada de una piba víctima de violencia de género, ante el llamado de un papá pidiendo una zapatilla, ante el mensajito de otro pibe pidiendo una palabra de amor.
Pero no hicieron nada.
Según los opinólogos de cartón y de turno, las y los docentes durante esta cuarentena no hicieron nada…
Fuente: https://www.facebook.com/sudestadarevista/photos/a.879790025391544/3481208871916300/?type=3