LAS VOCES Y MEMORIAS DE LAS PIEDRAS Mario Rodríguez Ibáñez

La ciencia occidental moderna dice que una piedra es una sustancia mineral dura y compacta, su elevada consistencia es su característica principal. Gracias a esa elevada consistencia natural, la piedra es un material que se conserva en el tiempo sin perder sus principales características. Las herramientas construidas en el llamado periodo paleolítico son un ejemplo de ello. Para la ciencia moderna occidental, las piedras son objetos inanimados o inertes, es decir NO viven, por lo que no nacen, no se nutren, no se relacionan, no se reproducen, no mueren, no pueden cumplir ninguna de las funciones vitales de los seres vivos. La ciencia occidental moderna trata de igual manera al aire o al agua, por ejemplo.

 

 

 

 

 

 

Hace ya varios años, con un amigo fuimos “adoptados” por una familia de una comunidad en la ribera del lago Titikaka. Así accedimos a un pedazo de tierra en la misma. Cuando ritualizábamos nuestra llegada a ese maravilloso lugar, pidiendo permiso para que nos acepten todos los seres que habitan la comunidad, un abuelo de la misma simplemente llegó, se acercó y nos acompañó. En algún momento el viejo dijo algo así: “Ahora el Tata ya no estará solo, le tienen que acompañar, le tienen que cuidar, le tienen que dar de comer”. Se refería a una roca inmensa en la orilla del lago, lugar sagrado y ritual de la comunidad, la roca que es wak’a. Nos estaba diciendo que nos tocaba encargarnos, por la cercanía física del terreno que nos habían asignado, de las relaciones cotidianas con esa piedra vinculante de los lazos de la comunidad. Nos estaba diciendo que esa roca estaba viva y nos tocaba vincularnos con ella.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Las piedras y rocas configuran la corteza de la tierra, sin ellas no tendríamos donde sostenernos, ni habitar, ni estar. Para las culturas andinas, las piedras son la columna vertebral y los huesos de la madre tierra, ellas la sostienen y le dan su corporalidad. Y aquí, no nos detendremos a conversar de lo que llaman piedras preciosas o piedras raras, sino de aquellas que hacen parte de nuestros cotidianos, cotidianos cargados de memorias y de voces, de lo sagrado y lo mundano, de nuestras relaciones y convivires.

 

Saber conversar con las piedras, tal vez es una de las primeras sabidurías que comparten diversas culturas del mundo. Tal vez de eso nos hablan, desde lugares tan distantes, las pirámides de Egipto o Mesoamérica, los menhires de Stonehenge en Inglaterra o de Tafé del Valle en Tucumán – Argentina, las construcciones de Capadocia en Turquía, los acueductos de Nazca en Perú, San Biritute en Sacachún – Ecuador o el Buda de Longmen en China.

En lo que hoy llamamos Bolivia, K’alamarka, Rumillajta, las estelas de Tiwanaku, los sitios arqueológicos de un pasado presente, contienen voces de la memoria lejana que nos configuran la vida en Los Andes.

 

Los caminos incaicos, los acueductos, los terraplenes y andenes son sonoridades de piedra vinculantes entre zonas andinas y amazónicas, relacionan nuestras dos mayores riquezas: biodiversidad y pluriculturalidad.

 

Las piedras contienen tecnologías para el vínculo entre nuestra vida y el cosmos, para comprender los ciclos de regeneración de la naturaleza y las temporalidades de esa regeneración; para ello, nos sirven los espejos de agua, las sukankas que señalan nuestras observaciones o los observatorios astronómicos de Tiwanaku, la mal llamada “horca” del Inka o Samaipata.

Las piedras nos acompañan en el cuidado de nuestra alimentación y sazonan nuestras comidas en un batán para hacer una llajua, en forma de una plancha al fuego para hacer chirriadas en el camino a Chaguaya en Tarija, en la k’ala purca con piedras hirvientes en Potosí o el calor contenido para una watia sobre la tierra. Las piedras son herramientas y equipamientos para la vida cotidiana.

 

Las piedras tienen, como toda persona, tareas y responsabilidades, muchas de ellas en el cuidado de la salud por su tremenda variedad y cualidades para regular el flujo de energías protegiéndonos de los malos aires y facilitando la circulación de los buenos para la crianza y amparo de la vida, como en las fajas o chunpis rituales o en los sistemas de construcción de viviendas. Sirven para la crianza de los animales en los corrales y los resguardos de las viviendas en las pircas y en las puertas o punqus.

 

Cuidan las chacras y cultivos llevando el agua a través de canales de regadío, las terrazas de sembradíos, las collcas o resguardos de semillas y cosechas, los tampus o tambos para intercambiar nuestras cosechas y establecer relaciones entre variados pisos ecológicos y culturas, además de espacios para relaciones de amores y familias, lugares fabulosos de intercambios de biodiversidad y pluriculturalidad.

Las piedras también cuidan a nuestros ancestros en nuestras chullpas. Nos vinculan los espacios rituales para el encuentro intersubjetivo de toda nuestra comunidad, de la humana, de lo que llamamos naturaleza, de la ancestralidad y de lo sagrado. Por eso son apachetas en las cumbres y cruces de nuestros caminos, son mojones de nuestros territorios, wak’as y centros ceremoniales. Lugares de resistencia ritual, pero también de otros modos de vida que disputan a los estandarizados como universales y dominantes. Garcilazo de la Vega decía sobre las wak’as a inicios del siglo XVII: “Quiere decir cosa sagrada, como eran todas aquellas en que el demonio les hablaba; esto es, los ídolos, las peñas, piedras grandes o árboles en que el enemigo entraba para hacerles creer que era Dios. Así mismo llaman huaca a las cosas que habían ofrecido al Sol, como figuras de hombres, aves y animales, hechas de oro o de plata o de palo, y cualesquiera otras ofrendas, las cuales tenían por sagradas (…). También llaman huaca a cualquier templo grande o chico y a los sepulcros que tenían en los campos y a los rincones de las casas, de donde el demonio hablaba a los sacerdotes (…). También dan el mismo nombre a todas aquellas cosas que en hermosura o excelencia se aventajan de las otras de su especie (…). Por el contrario, llaman huaca a las cosas muy feas o monstruosas, que causan horror y asombro (…). También llaman huaca a todas las cosas que salen de su curso natural (Garcilaso de la Vega, 1609). Miradas tan coloniales y racistas como las actuales, reanimadas por el auge de las nuevas derechas neoliberales al mismo tiempo que neoconservadoras.

 

Para las culturas andinas. Estar en wak’a es un atributo o cualidad, no un sustantivo. Por ello una montaña es solo montaña por el mero hecho de estar y existir, pero es achachila o wak’a cuando cumple su tarea sagrada ritual y de cuidado. Por ello wak’a se emplea como adjetivo y nunca como sustantivo, diciendo, en consecuencia: “es waka” y jamás “es una waka”.

 

Las piedras son en nuestras memorias culturales que nos hablan de diferentes maneras, ancestrales al mismo tiempo contemporáneas. Son piedras vivas que están porque tienen tareas y responsabilidades de cuidado, protección, amparo, salud, fertilidad, control de energías, limpias a golpes de piedra, ritualidad, memoria, vínculo cosmológico, observación y, fundamentalmente, enseñanza y comunicación de lo comunitario, lo vincular y el arraigo territorial, sentidos y modos de vida tan a contrasentido de la expansión del capitalismo depredador y de una civilización dominante, con aires de universalista, tan aniquiladora de vida y provocadora de las múltiples crisis en las que hoy vivimos como humanidad.

Pero las piedras también son memoria de paredes de calabozos en la “extirpación de idolatrías”, de cárceles y depósitos de cadáveres durante las dictaduras y los innumerables hechos de represión en nuestra historia. Las piedras han servido como herramientas de ataque contra miles de mujeres víctimas de la violencia patriarcal. Las piedras también pueden ser murallas que encierran y separan, reproducen la desigualdad y la estratificación, consolidan las dominaciones coloniales, patriarcales, de clase y antropocéntricas.

 

Y, sin embargo, las piedras son adoquines de barricadas que, cerrando calles y carreteras, abrieron caminos en las resistencias de los pueblos. Son herramientas de lucha y de disputa, pukaras de defensa.

Las piedras contienen nuestra memoria cultural y de nuestras luchas. Nos enseñan y comunican, como lo que nos dice este magnífico monolito de Santiago de Huata. Nos dice que la sabiduría de la abundancia está en nuestra capacidad de reciprocar, presente en esa expresión de las manos cruzadas. Que la reciprocidad exige un mínimo de igualación (no homogenización) y equidad entre quienes reciprocan. Por ello, nos dice que no hay reciprocidad sin redistribución en la presencia de esas cruces chakanas. Que, si reciprocamos y redistribuimos en comunidad a través de la presencia de rostros y seres, entonces criamos abundancia de riquezas presentes en serpientes y sapos de la época femenina de la fertilidad.

Las culturas andinas y nuestra memoria como país no pueden ser comprendidas sin las piedras. Las piedras son uno de los materiales más compactos que habitan el mundo. Suelen ser lentamente penetradas por el mundo que las rodea y por las informaciones de cada momento de la historia; justamente por eso, también resguardan por mucho más tiempo esa información. Dicen que las piedras tienen tres propiedades principales: dureza, tenacidad y trabajabilidad.  Esas propiedades le dan unas características que hace que sean consideradas sabias, y recordemos que la sabiduría solo es posible con la experiencia, con la vida transcurrida, con el tiempo de estar. Por ello, su compactación, su dureza y su tenacidad las hacen portadoras de una memoria larga, muy larga. Informaciones y comunicaciones de cada tiempo que las penetran por sus porosidades, poco a poco; por ello también informaciones y comunicaciones que permanecen en ellas mucho tiempo y que, si sabemos escucharlas, nos pueden decir mucho, realmente mucho. Esa es su trabajabilidad, es decir su capacidad de generar transformación y crianza de lo inédito a través de la relación entre diversos seres, no solo humanos, y medios o herramientas de vínculo. No hay trabajabilidad sin relación, sin vínculo, sin contacto. Tal vez, una de nuestras primeras sensibilidades que debemos recuperar es la de escuchar la memoria de las piedras.

 

Las piedras son como los fantasmas que vienen del pasado y generan desasosiego en el presente, por el posible encuentro en el futuro. Un devenir necesitado de horizontes, de piedras como mojones orientadores, para otros modos vida ante la crisis múltiple de la civilización dominante.

Eso y mucho más nos dicen las piedras con sus sonoridades, sonoridades solo posibles en el vínculo, en la interrelación, el actuar compartido con nuestros pasos, con los vientos, con las aguas circulando entre ellas, con los toques/encuentros. Por ello, que rebrote en nosotras, nosotros, nosotres la sensibilidad para volver a escuchar a las piedras, sus memorias, sus enseñanzas, sus conversaciones, sus comunicaciones, sus voces…

 

Les dejo, para terminar unos sonidos, todos de piedras, pero piedras en relación, piedras vinculantes, porque como dijimos, las piedras solo suenan en contacto con nuestros pasos, con los vientos, con las aguas, con los toques entre ellas, con la vida en comunidad.

 

 

18 de julio, 2020