Morfologías sexuales LGBT: del orgullo a la lucha

 

De alguna manera -insospechada, por supuesto-, los enfrentamientos, las represiones y los encarcelamientos de personas gays, lesbianas y trans; retratan lo duro de ser diferente en esos años, lo difícil que fue empezar a articular un movimiento de lucha para los activistas de esa época y lo complicado que sigue siendo la lucha para los activistas de hoy.

En el año 2000, se da la primera marcha de las diversidades sexuales en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Los activistas de ese tiempo se enfrentaron a huevos, piedras e insultos que agitaron al pueblo entero. Hoy es la manifestación más grande del país, y la única que se realiza en dos fechas: una de día para protestar y otra de noche para celebrar.

Marcha por las diversidades sexuales Santa Cruz, Bolivia 28 de junio del 2000. Fotografía de Albanella Chávez Turello tomada de La Pública

Pero todos los procesos van mutando, expandiéndose, como el espacio-tiempo en el universo: los horizontes se han redefinido y las dinámicas de resistencia han sido reconsideradas.

En nuestros días, la necesidad de reclamar una serie de derechos al Estado, hizo que la única aspiración de los grupos de activistas sea organizarse en formatos de ONG. Institucionalizaron la lucha LGBT, sin tomar en cuenta otras formas de organización. Entregaron una serie de sueños y utopías a los Organismos Internacionales; los mismos que ponen las reglas del juego y establecen porqué, cómo hay que luchar y qué dinámicas se deben seguir para reclamar derechos al Estado.

El horizonte de la lucha LGBT ya no tiene nada qué ver con cuestiones anti disciplinarias, sino, con la búsqueda incansable de integrarse a la sociedad heterosexual. Se pelea por el matrimonio igualitario, por el reconocimiento de las “familias homoparentales” y por la inclusión laboral. No es que luchar por esos motivos sea malo -es absolutamente legítimo- pero ha reducido nuestro movimiento a una serie de aspiraciones de corte neoliberal, con leyes retóricas. Convirtiendo el cuerpo LGBT en un objeto de consumo, una transacción mercantil, un bien material que se vende y se compra a nivel mediático, televisual, médico, y político.

Es así que podemos ver que, hasta hoteles de cinco estrellas, realizan campañas por estas fechas, utilizando cuerpos con estéticas gay-higienizadas, las cuales no implican ninguna amenaza para el orden establecido, en términos de clase y racismo.

En Bolivia, la condición del cuerpo LGBT neoliberal, aspirante a derechos y hambriento de inclusión en la sociedad heterosexual; nos ha dejado anécdotas de las que seguramente los propios activistas LGBT hoy se lamentan.

En 2014, recibimos, de buena manera, la intención del Estado por dotar de una cantidad de cupos a organizaciones LGBT para ser incluidos al servicio militar obligatorio. Un absurdo que no hace falta explicar a profundidad. No hay nada que justifique integrarnos a una institución de opresión y sometimiento histórico.

En 2016, en un momento político bastante frágil, se promulgó la Ley 807 de Identidad de Género. El movimiento de personas con discapacidad reclamaba un bono estatal de 500 bolivianos mensuales. Pero estaban impedidos de ingresar a protestar en la Plaza Murillo de La Paz y estaban siendo reprimidos por la policía boliviana; mientras que las organizaciones LGBT celebraban, con baile y regocijo, junto al vicepresidente del Estado.

Más tarde, la Ley 807 fue revisada por el Tribunal Constitucional Plurinacional, quienes establecieron la inconstitucionalidad del principal artículo de la Ley que reconocía todos los derechos de la identidad asumida. Hoy, la mencionada Ley, simplemente, sirve para el cambio del nombre y dato del sexo, en los documentos de identidad de una persona trans; pero no garantiza los derechos requeridos. El mismo Estado que elaboró la ley, hoy nos toma como “cuerpos inconstitucionales”.

Pienso que solidarizarse con el movimiento de personas con discapacidad, pudo haber sido una forma de volver a un horizonte de lucha amplio y coherente, que se reflejara no solamente a través de la búsqueda de beneficios individuales, sino, del beneficio colectivo. A fin de cuentas, las formas en que se ha oprimido al cuerpo discapacitado, no están lejos de las formas en que se ha oprimido al cuerpo gay y trans. Todos venimos de procesos de patologización, así como el cuerpo prostituido, sidoso, sifilítico, racializado, indígena, y otras tantas identidades subalternas.

Marcha de personas con discapacidad 6 de junio de 2016. Fotografía tomada de La Razón.

No cabe duda, hoy es necesario pensar la lucha LGBT en un escenario de multiplicidad corporal. Para construir un sujeto político colectivo, integrado por morfologías sexuales y afectivas diversas y disidentes. Necesitamos instalar alianzas entre las subjetividades históricamente patologizadas por el aparato de sometimiento machista. Debemos construir un conjunto de resistencias promiscuas estratégicas: pasar del “orgullo” neoliberal a la lucha marica disidente.

Christian Daniel Egüez es Marica y Marginal, activista de la disidencia sexual.