ACUERPAR LA DESOBEDIENCIA DESDE LAS CALLES Por: Elena Peña y Lillo Colectivo Ivaginarias /Tarija

Llega el 8 de marzo y podemos sentir la expectativa en el aire.


Para nosotras, feministas el 8 de marzo es una toma de las calles, una fecha que significa protesta, grito, denuncia, acuerpamiento en la calle. Las calles en plural, con todo lo que significan.


María Galindo escribe, en su libro Feminismo Bastardo, sobre ese afuera que la calle significa. Nadie te puede botar de la calle, nadie te puede expulsar de ese afuera radical porque ya no hay a dónde más botarte. También dice que la calle es el mejor lugar de aprendizaje, que desde la calle podemos percibir el sentir social, las diversas reacciones de los/as transeúntes. Hay un meme por ahí, diciendo, “a tu teoría le falta calle” y tiene razón.
¿Qué se puede decir, después de dos años de salir a las calles de Tarija, en distintos momentos y contextos? La calle siempre te interpela porque como manifestación abierta abre el escenario de la interpelación mutua. La reacción –buena, mala, de aceptación o de rechazo, de burla, de extrañeza— ante una acción callejera es un termómetro imprescindible para testear las sensibilidades y sentidos comunes y también para generar debate.

Las certezas que hemos perdido y ganado saliendo a las calles, son muchas, entre ellas, por ejemplo, que las narraciones de los medios de comunicación hegemónicos jamás, jamás nombraran feminismo con todas sus letras: dirán marcha en defensa de los derechos de las mujeres, marcha por justicia pero jamás “Mujeres feministas marchan contra el sistema patriarcal”, sólo por dar un título. O que en el ejercicio del periodismo se ha inculcado la idea de hablar “con el representante de tal o cual organización o colectivo”, como si la voz, opinión y sentir de cualquier persona que no habla más que por sí misma valiera menos. Así que los ojos del periodista –porque sí, la mayoría son hombres— se van con ansías a la persona a la que considera a “cargo”. Es decir, no entienden.


La marcha como cuerpo colectivo es fundamentalmente diversa. Las voces que se levantan traen consigo diferentes consignas, aprendizajes e interpelaciones; de ahí que además de ser ese afuera, también es un adentro. La calle es nuestra escuela política. Desde aprender los ritmos y formas de expresión de cada generación: con palo de selfie y reels de las más jóvenes, hasta los papelitos que con tanto afán las señoras que se hicieron un tiempito para estar, los leen frente al micrófono en el plantón; desde las que piden que les demos una llamada cuando pasemos frente a su puesto de trabajo para salir y acompañar dos cuadras, hasta las que se encargan que les llevemos su cartel porque ese día no puede estar, aunque se muere de ganas. Desde las que apoyadas y acuerpadas por la fuerza de todas intervienen sin miedo los espacios del poder a través de pintura, megáfono y grito, hasta las que desde atrás apoyan la acción, vigilando, cuidando. Desde las que activan las economías y la gestión de recursos vendiendo pañoletas, stickers, haciendo la vaquita colectiva que permita llegar más allá.


Así pues, se aspira a un punto de quiebre. No por simplemente olvidar esos orígenes, que además nos muestran claramente los circuitos del poder colonial, sino sobre todo por tener presente las contradicciones y no nos tomen por sorpresa. Nombrarlas es un primer paso, ninguna coherencia nace impoluta y perfecta. Y aquí estamos para cuestionarlo todo.


Llegar más allá. La calle nos permite llegar más allá. Los feminismos de Tarija queremos llegar a ese allá en el que estamos situadas en el cotidiano. Queremos llegar a ese feminismo intuido que está en los mercados, en los barrios de fuera del centro. Porque somos conscientes de que el feminismo ha sido –todavía es- una palabra que suena extraña, foránea, desconocida como término, con un rostro blanco en el imaginario colectivo. Porque las marchas saliendo del centro y para el centro –ahí pulula el poder- nos saca de los territorios cotidianos desde donde resistimos en el día a día. Interseccionalidad le llamaron a esto de ser conscientes de que las opresiones se superponen unas a otras, conjugándose en las matrices del poder: por género pero también por etnia y por clase. Y el feminismo, con ese nombre, surgió blanco y de clase media.


Este 8M la marcha parte del Mercado Campesino, en la rotonda de las carboneras. Lo planteamos así en la reunión de organización de las agendas conjuntas porque el Campesino no es cualquier lugar, es el lugar en donde nacen todas las luchas. El feminismo es de pollera, aunque no se nombre a sí mismo de esa manera. Las resistencias y las opresiones confluyen en ese lugar tan lejano del centro –lejano sólo en el imaginario colectivo-: desde nuestras madres que venden ahí, hasta nuestras casas construidas alrededor, en los suburbios migrantes que después de años de lucha finalmente tienen una vida digna. Los distritos 7 y 8 tienen más del 40% de la población en la ciudad de Tarija, y gran parte de ellos están habitados por gente migrante, desplazada que vino aquí a buscar días mejores. En el mercado campesino se mueve la economía popular, que tiene un rostro de mujer sobre todo, puesto que somos las que más nos generamos empleo con la venta de cosas, vivimos al día. Ahí, también en los momentos álgidos del 2008 y del 2019, surgió la resistencia, recordando a los poderosos de la plaza que aquí estamos, a pesar de todo, que seguimos y que somos miles.


Así se plantea la Marcha del 8M, desde los márgenes, desde lo bastardo, eso eternamente rechazado pero que es profundamente propio, porque todas somos descendientes de las polleras, y este día y los siguientes reivindicamos nuestros orígenes, porque ese es nuestro allá, desde ahí construiremos nuestros feminismos, desde la entraña y la memoria, y la capacidad de soñar, infinitamente, mientras celebramos la ruptura del silencio, porque nunca más tendrán la comodidad de tenernos calladas.


Se Va Caer. Lo Vamos a Tumbar.