“Y el desmonte del mandato de masculinidad amenaza el mundo de los dueños, coloca el dedo en la llaga en el lugar de reproducción del mundo de la dueñidad, del señorío” (Rita Segato, 2021)
Eran muchas; una multitud de verde y morado se autonconvocó 8 de marzo, para acuerpar la marcha por las calles de Tarija y el plantón en el parque Bolívar.
Desde el año pasado, las movilizaciones contra la violencia, por la despenalización del aborto, los reclamos por la retardación de la justicia, no han hecho sino multiplicarse.
El contexto pandémico no ha hecho sino develar que la violencia contra el cuerpo de las mujeres no tiene nada que ver con el largo de la falda. El virus del machismo habita los hogares, las escuelas, convive y se gesta en las instituciones y las iglesias.
La pandemia no sólo ha hecho más visibles que nunca las estructuras patriarcales y capitalistas que precariamente van de contradicción en contradicción, buscando mantener el espejismo, sino que escuchamos crujir los andamios que sostienen al patriarcado.
Quizás la protesta en la calle se vuelve sentido común cuando te das cuentas que en los últimos años 601 hermanas fueron asesinadas y sólo un 20% de los casos fueron resueltos. Que la situación laboral de las mujeres pende de un hilo, y que amarradas por la necesidad, asumen los trabajos más riesgosos del cuidado (limpiando, curando, produciendo, alimentando) en las situaciones de precariedad más lamentables. Así lo dijeron las representantes de las trabajadoras del hogar, las trabajadoras de la limpieza, las mujeres fabriles: que la pandemia no sólo les ha quitado el poco trabajo que tenían, sino que ahora están en la línea de riesgos y sin ninguna garantía: ¿Quién cuida a las que cuidan?
En la acera de al lado: las situaciones de acoso, la inseguridad en las calles, el miedo a no llegar a casa. Las voces de las jóvenes que nombran lo que parecía normal. Y nombrándolo por lo que es: cosificar el cuerpo, volvernos objeto para apropiarse de él. Las voces jóvenes, muy jóvenes, se apropian de ese espacio de denuncia que es también un espacio de sanación: superar la culpa, el miedo a denunciar, el silencio, el temor. Hacerse eco en el “YoTeCreo” para quebrar ese silencio interiorizado que también es una especie de complicidad cómoda, honda y concienzudamente enseñada.
La cantidad de pañuelos verdes, ondeando a la par que los morados nos permite ver que el avance hacia la despenalización del aborto no es una utopía, que ese tema tabú va saliendo del closet de lo prohibido –por polémico, por controversial– para establecerse en el imaginario colectivo sin ningún susurro. Decirlo con todas sus letras: por el derecho a decidir, aborto legal, seguro y gratuito para no morir. Los ecos vertidos de las consignas no dejan de alertar, incomodar a ciertos sectores, en especial en un contexto postelectoral que nos muestra un panorama de autoridades ultraconservadoras, misóginas y homofóbicas. Los movimientos de mujeres jugarán un rol clave a la hora de resistir la ola antiderechos que de la mano de las plataformas provida, intentan instalar un discurso antifeminista, apelando a los roles de las mujeres, la familia natural, la feminidad rosa.
¿Qué camino seguirán los días por venir? Esa es una pregunta constante, en especial de las hermanas que hablan emocionadas de su primera marcha, con el subidón de la adrenalina de sentirse muchas y acompañadas, latiendo con las mismas consignas gritadas desde el corazón y la rabia: ¡La policía no me cuida, me cuidan mis amigas! El camino sigue siendo la militancia. El 8 de marzo es, además de ese día de lucha abierta, franca y sonante, un espacio de encuentro. Un encuentro que genere las semillas de otros espacios en donde militar y generar respuestas, generar preguntas, cuestionar los sentidos comunes, formarnos y forjarnos para no quedar sólo en el espacio discursivo. Organizar la rabia.