En el año 2.000 arrancamos los Festivales del Eterno Invierno Alteño “L@s jóvenes somos cosa SERIA!!!”. Años antes ensayamos con las Jornadas Culturales Juveniles. En su primera versión, el Festival se realizó en las instalaciones del colegio Juan Capriles de la zona de Villa Dolores, poco antes Wayna Tambo tuvo su local justo frente a dicha unidad educativa.
Nos montamos dos escenarios, uno en el patio del establecimiento, otro en el hall de ingreso a una de las edificaciones de aulas. Luego de tres intensas jornadas y decenas de espectáculos en diversos campos del arte, cerramos el Festival del Eterno Invierno Alteño con un homenaje a tres personas fundamentales de la cultura boliviana. Recuerdo que preparando el festival nos nació la idea de homenajear en cada versión del mismo a personas, agrupaciones o comunidades que estén dejando un legado importantísimo para las nuevas generaciones en el campo cultural. Decidimos que los homenajes no serían póstumos, sino en vida. Y que lo que les daríamos en retribución a esa su herencia, sería una pequeña vasija de barro portando tierra, piedras y semillas de nuestro territorio, la ciudad de El Alto, para que nuestras energías les acompañen siempre, esa vasija sería envuelta en un textil andino, en un tari. Para ese primer festival enumeramos una lista larga de posibles homenajeados, acordamos que serían tres. Luego de varias jornadas de conversar nos decidimos por Norma Merlo en el teatro, Jorge Sanjinés en el cine y Matilde Casazola en la poesía y la música. Norma y Jorge vivían en La Paz, Matilde en Sucre. Nos pusimos en contacto con dichas personas y aunque todavía éramos un espacio cultural con pocos años de vida, cinco en ese momento, y en un lugar que descentraba las ciudades y sin recursos económicos para dar condiciones adecuadas a la gente invitada, estas tres personas aceptaron con agrado y rápidamente nuestra invitación.
Logramos juntar unos pesos y pudimos hacer que Matilde viaje a La Paz, ella tenía donde alojarse, así que de eso no había que preocuparse. La noche del homenaje hacía frío, como casi siempre en el “eterno invierno alteño”. Recuerdo a Norma y Matilde con sus abrigos y la poetisa también traía unos guantes en sus manos. Recuerdo su sorpresa al encontrarse un numeroso público alteño, mucha gente joven, aunque no únicamente, y al recibir sus vasijas con tierra, piedras y semillas. Ese día Norma presentó un monólogo, Jorge una de sus películas y Matilde leyó poemas y cantó. Recuerdo fragmentos de sus discursos, había en ellos muchas enseñanzas al mismo tiempo que reconocimiento a lo que estaba brotando y gestándose desde El Alto. Había mucha emoción, muchos afectos y una suerte de energía digna, un irrumpir desde El Alto en el mundo de lo cultural con transgresiones al mismo tiempo que con la crianza cuidadosa de las esperanzas. Se vislumbraban horizontes transformadores y de emancipación.
Matilde está entre las mayores poetisas y compositoras del país, su propia vida es una muestra de lo que puede brotar con la disposición de ir más allá de lo establecido, de arriesgar, de dar el paso sin dejar de sentir y respetar a las otras personas y nuestro lugar, el terruño que nos da arraigo y ancestralidad.
Matilde se quedó de amiga, cómplice y cariñosa. Así que no fue raro que, al año siguiente, ya en el 2.001, me llamase un día para contarme que venía a La Paz para otra actividad y que quería aprovechar para subir a El Alto y estar en el local de Wayna Tambo. Nos propuso que le acompañe Carlos Cáceres, pero esta vez también con sus propias composiciones y canciones. Carlos había acompañado a Matilde en ese homenaje del Festival del Eterno Invierno Alteño del pasado año, ya que ella se había lastimado días antes la muñeca de la mano y no podía tocar la guitarra, así que Carlos tocó por ella. Aceptamos con mucho agrado.
Cuando vuelvo a escuchar ese concierto de Matilde Casazola y Carlos Cáceres y me llegan al oído las palabras cariñosas de Matilde para Wayna Tambo, me inade una suerte de orgullo. Tanto criamos y tejimos en estos ya más de 26 años de vida, aunque por entonces teníamos apenas seis.
Fue otra noche mágica, llena de público en el ya local actual de Wayna Tambo. Empezó cantando Carlos Cáceres, sus propias composiciones. Luego Matilde y finalmente ambos juntos interpretando las más conocidas canciones de Matilde: “Cuento del mundo”, “Como un fueguito”, “Tanto te amé” o “De regreso”,
Hurgando en el baúl de la memoria de Wayna Tambo nos reencontramos con este concierto. Se los ofrecemos en 4 fragmentos, más de hora y media de poesía y música.