«YO LA VERDAD QUE NO SAQUÉ NI UN CLAVO PORQUE TODAVÍA NO LO VEO PERDIDO»

Mery vive con sus cinco hijas, todas menores, su compañero y su madre en Hipólito Yrigoyen 74 y 84, partido de Avellaneda, donde comparten territorio con otras 10 familias.
La primera en llegar fue su madre, hace 30 años. Ella le alquilaba al padre del heredero de la casa. Ese señor les había dado permiso de construir en la parte de atrás del local (ubicado sobre Av. Yrigoyen) y allí se asentaron, pegado a la bajada del Puente Pueyrredón, donde era un baldío, un terreno sin dueño, depósito de toda la basura de construcción del Bingo de Avellaneda y de las obras municipales sobre el puente.
«Empezamos a limpiar y a vivir acá en piezas muy chiquitas. Éramos familias numerosas, en espacios muy muy reducidos. La primera pieza que levantaron de material fue esta de acá. Después empezaron a animarse los demás a comprar sus materiales. Me acuerdo que en este pasillo había una canilla y una pileta y era un empozadero, porque era el agua estancada de lo que lavábamos los platos, del baño, de lavar la ropa. Las familias que nos quedamos acá fuimos levantando el piso, ves que acá hay una capa de concreto y acá otra», señalando las capas de suelo que ahora sirven como escalones.
Ella creció junto a su hermano en el Hogar Escuela Eva Perón, en Ezeiza. «Allá entre los bosques está metido, son tres pabellones que estaban llenos de chicos». Llegaban los lunes temprano y los viernes por la tarde los iba a buscar una vecina, se quedaban esperando a que llegue su mamá, quien trabajaba cama adentro.
Actualmente su madre no trabaja. Volanteaba promocionando su taller de costura, arreglo de camisas, ojales, botón, todo lo que sea textil. «Empezó la pandemia y le iban bajando los trabajos. Ya no pudo seguir con eso, tuvo que vender sus máquinas para recuperar algo. El que trabaja es mi papá en el mercado central de Avellaneda. Siempre estuvo ahí».
Le preguntamos qué haría si le ofrecen otro espacio para vivir: «Y si es un lugar definitivo y fijo donde yo sé que voy a estar bien con mi familia, yo iría. Debería comparar las posibilidades que tengo ahora con las de ese otro lugar. Pero si me dicen que no me van a dejar en la calle, por mis hijas, lo haría.
Mi marido está en una obra de construcción, pero no está en blanco. Esa es otra dificultad que tenemos para acceder a un alquiler, es difícil que te acepten sin un recibo de sueldo, garantía. Varias veces me pasó que con cinco nenas no me quieren aceptar y si lo hacen me piden una suma de $80.000 para entrar que me pregunto, ¿De dónde saco yo esa cantidad?».
Las mujeres al frente de la lucha: «Te juro, hay días que me interesa más estar afuera, para ver qué solución puedo encontrar que acá. A veces entro en discusión con mi pareja que me pregunta por qué me voy, por qué esto, por qué lo otro. Yo le estoy pidiendo ayuda a mi mamá para que me cuide a las nenas, o las dejo en el colegio y vengo. Él ve que estoy dejando a las nenas olvidadas, pero no es así.
Me dice que ya está, que vayamos a buscar otro lado. Está bien le digo, pero nosotros no cumplimos los requisitos para un alquiler. Yo no estoy dejando abandonadas a mis hijas, estoy buscando una solución para ellas.
En la Municipalidad nos dicen que vayamos de a uno o que vayamos de a dos nomás, que no hagamos multitud, que nos portemos bien y eso no funcionó. Entonces, yo estoy tratando de ver otra manera de hacernos escuchar, buscando gente, metiéndome en grupos que nunca esperaba meterme, que me están dando la mano y hasta ahora a cambio de nada.
Me faltaba esa chispa, esa mano en el hombro que me diga ´sí, te vamos a acompañar´».
A veces adoptamos, sin quererlo, el imaginario de la prensa hegemónica y pensamos en «un conflicto». Hasta que te acercás a una historia, quizás no muy distante de la tuya, ahí comenzás a entender que aquel conflicto es, en realidad, la complicidad político-patronal interrumpiendo nuestras vidas.
No al desalojo en pandemia, por una solución habitacional definitiva.

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