HISTORIAS CON DIGNIDAD Por: Raquel Romero

Nos encontramos en la Plaza Abaroa, son las 11 de la mañana y la algarabía de los niños se confunde con los bocinazos constantes de movilidades que quieren llegar a su destino lo más rápidamente posible.

En el centro de la Plaza un adolescente en silla de ruedas se mueve y baila una cueca con una rapidez y destreza inimaginadas.

Me acerco y el muchacho me mira de reojo, mientras recoge con dificultad las monedas que le han dejado algunos transeúntes. “¿Eres policía?, me pregunta sin rodeos. Lo miro y sonrío. Nuevamente se aleja para pedir unas moneditas y solo recibe la indiferencia de la gente.  “Nuestra vida no vale nada, somos menos importantes que una mascota” dice mientras me clava una mirada triste, pero enérgica. ¿quieres que te cuente mi historia? ¿Para qué? Un accidente me dejo en esta silla, como un mueble…. Con n’eke me he levantado… Sonríe y vuelve a desaparecer….

“-Señora, ayúdame pues, sin caminar estoy…” la respuesta es el silencio, la mujer pasa de largo sin mirarlo.

¿Ves? me dice…. ¿Parecemos invisibles… para qué quieres saber mi historia? dice mientras se aleja dándome la espalda.

Lo veo alejarse y me pregunto. ¿Respetamos su derecho a una vida digna?

El 10% de la población boliviana tiene problemas de discapacidad, ¿lo reconocemos? ¿Lo aceptamos? ¿Somos capaces de asumir la tutela de un niño o niña con discapacidad?

El problema, no son las limitaciones personales, el problema radica en nosotros que por temor o falta de información los ignoramos y en un Estado que les discrimina asignándoles raquíticos bonos para su subsistencia.