El confinamiento, el temor al otro, la impotencia, el hambre y el olor a muerte parecen características propias de la guerra; sin embargo, hoy, aunque la contienda bélica no sea nuestro contexto actual, gran parte del planeta Tierra está atravesando un cotidiano marcado por esas características. La invasión de un microorganismo denominado Covid-19 está colocando al mundo en un nuevo escenario. Está develando las propias fragilidades y sus fortalezas, está aportando luces y sombras sobre su porvenir. Desde esta tesitura y bajo estos cuestionamientos, toca reflexionar también sobre la realidad y el contexto en el que vivimos. Que el logro independentista de nuestra amada Tarija no sea solo el motivo de celebración de este 15 de abril, sino también el aliciente para pensar cómo enfrentar esta pandemia mundial. Para tales fines, focalizo mi atención en la experiencia –la resistencia– de los movimientos sociales y populares de nuestro departamento.
En Tarija, el tejido social está compuesto por movimientos sociales urbano-populares y rurales articulados a estructuras organizativas de base, a partir de una identidad común en torno a la clase, el estrato o la etnia –obrero, campesino e indígena-, al gremio o al ámbito de interés e intervención. Sumado a ello, existen movimientos ciudadanos emergentes de carácter coyuntural, que logran adherencias a partir de ciertas consignas y referentes de identificación, pero que su nivel de cohesión y permanencia es más volátil y efímero al estar ligado a situaciones concretas del momento en el que se suscitan.
Una mirada veloz a la situación actual de los movimientos sociales en Tarija lleva, ineludiblemente, a las brechas producidas por una coyuntura polarizada a raíz de los conflictos sociales y políticos de octubre y noviembre del año pasado. En tal coyuntura, hubo un tiempo en que parecía inevitable asumir una posición más rígida, cual si dos bandos enfrentados en un mismo campo de batalla. Había que cerrar trincheras posicionándose en alguna de ellas. Este posicionamiento no siempre fue dable a nivel orgánico, pues en las propias organizaciones y movimientos sociales también surgieron brechas y diferencias en la toma de posición o dificultades para asumir orgánicamente una postura única. Debido a ello y por las altas tensiones acaecidas en aquel periodo, la estructura organizativa de base y los lazos societales también se vieron fragilizaron.
Ahora, volcando los ojos al momento actual, la activación de los movimientos sociales vuelve a verse convocada tras la aparición de un nuevo agente que se convierte en el enemigo común de toda la humanidad. La pandemia del Covid-19 a tiempo de introducir la novedad de la afectación simultánea a nivel global -lo que demuestra que todos los territorios y sus gentes son igualmente vulnerables a la infección viral- desvela las grandes desigualdades existentes entre distintos sectores de la población y entre distintos territorios.
Esta doble particularidad presenta también una doble exigencia en la respuesta que le haga frente: por un lado, exige una articulación mayor que supere los límites de las propias organizaciones de base, de los sindicatos, las instituciones y de los partidos políticos, que trascienda los límites de lo público y lo privado, así como de lo urbano y lo rural; pero, por otro lado, exige que las respuestas atiendan las condiciones de desigualdad y desventaja en la que se encuentran algunos sectores sociales y algunos territorios/cuerpos racializados, subalternizados y criminalizados.
Para encarar ambas exigencias es menester romper las brechas de desigualdad y desafío titánico, toda vez que se trata de aspectos constitutivos e inherentes al sistema dominante capitalista, colonial y patriarcal; pero absolutamente factible y necesario si existe la voluntad política y la disposición social para encarar de manera equitativa las necesidades y las urgencias, así como las condiciones profilácticas y de sustento básico de la vida. En ese sentido, la experiencia organizativa y la capacidad de convocatoria de los movimientos sociales comportan un valor inigualable para poner en marcha acciones de resistencia y reexistencia de los modos de vida, de los vínculos y las prácticas de cuidados.
La cohesión social se consigue sobre la base de la confianza; del mismo modo que la reciprocidad encuentra su valor de rentabilidad suprema a partir de la confianza, desde la que parte al recibir y la que se devuelve al dar. Esta guerra contra el pequeño gran invasor llamado coronavirus solo se la vencerá en la medida en que los lazos sociales se fortalezcan. Las acciones comunitarias de solidaridad, reciprocidad y redistribución activadas por las organizaciones y los barrios deberían ir acompañadas de políticas públicas que posibiliten su sostenimiento ahora y en el futuro.
Un sistema inmunológico aislado puede contener la invasión viral de su organismo, mas no garantiza lo que pueda pasar con él tras su sobrevivencia. En cambio, un sistema inmunológico acuerpado puede contener la invasión viral de su organismo y la de sus coterráneos, con lo cual garantiza la sobrevivencia de ese cuerpo social articulado que somos.
Publicado en: https://elpais.bo/el-tejido-social-organizado-un-fortin-para-resistir-y-reexistir/