Fotos: Román Choque
Texto: Mario Rodríguez Ibáñez
Un pie tras otro, los turnos de cuál lleva al otro, el paso a paso, la aceleración sin acelerarte. Acelerarte no significa apremio, sino contacto con el aire que se hace viento. Si e viento no viene a mí, yo voy por él. Correr es apenas otra forma de andar. Andar con el viento en la cara. La ciudad te pone muros, casas, edificios, rompe vientos. Y en el altiplano no se camina sin viento en el rostro, por eso corro.
Se corre por memoria, por gusto o por esa linda terquedad de correr como modo de vivir. Roberto corre más “organizadamente” desde hace 5 años. Corre en medio de los edificios y de las murallas urbanas que ponen barreras al mero gusto de desplazarse. Corre como una forma de rehabitar la ciudad siendo él. Corre con memoria.
Para correr hay que calentar, sino los músculos se nos resienten. Entonces el cuerpo conversa con el paisaje, convive con él, irrumpe en él, lo rehabita, se hace parte del paisaje. Fusión, encuentro, complementariedad, disonancia, cuerpo territorio, cuerpo lugar.
¿Y antes de correr? La memoria que vuelve, en un ciclo de volver a comenzar, comenzar con memoria, con años de historia, con ancestraldad… “Y en el altiplano no se camina sin viento en el rostro, por eso corro”.