Ciudad de México. Desinformémonos. El día internacional de la mujer, el día de las mujeres “de muchas formas”, de las juventudes, de las diversidades. Desde la Glorieta de las Mujeres que Luchan–territorio urbano en disputa, como es el territorio rural de las mujeres indígenas, y el cuerpo-territorio de las mujeres de todas las edades y descendencias—la marcha pasó con alegría y dolor, paz y coraje… Las mujeres llenaron la calle, las banquetas y las avenidas aledañas. Se organizaron para abrir paso a algunas en los momentos claustrofóbicos, como frente al Caballito, cuando ni se podía avanzar por la congestión de cuerpas ocupando el espacio público que les pertenece por hecho y derecho.
Tantas mujeres, tantísimas mujeres, que hasta las ausentes se hicieron presentes.
Las miles de mujeres desaparecidas y asesinadas, en un país que genera más cada día. Paula Camargo, su cara adolescente sonriendo desde la palma donde colgaron su foto: “2,752 días desaparecida”, días contados con angustia por la madre que no para de buscarla. Marlen Cruz, carga las fotos, ampliadas tres veces su tamaño real—de su hija, Janette Tafoya Cruz, víctima de feminicidio, y Angélica Ambriz Tafoya, su nieta secuestrada por el asesino.
“El Estado no ha hecho absolutamente nada más que burlarse de nuestro dolor”, dice Marlen: “Vine a la marcha porque todas juntas hacemos una sola voz pidiendo lo que tal vez será imposible en esta vida”. Entre lágrimas, agrega un mensaje para su pequeña nieta: “Angélica, donde estés, te amo con todo mi alma y mereces una vida de amor.”
También marcharon en representación de los miles de mujeres que tenían miedo de venir, que aún no pueden frente el trauma, el dolor o la rabia. Muchos letreros dicen: “Por mi abuela, por mi mamá, por mi hermana, por mi hija, por mí, POR TODAS”. Daniela López lo dijo: “vengo porque estoy hasta la madre, literal, de que no podamos salir a las calles… Vengo porque muchas de mis familiares les dio miedo venir a la marcha, vengo en nombre de mis familiares, de mis amigas, de mis clientas, porque soy peluquera, de mis sobrinas, de mis ahijadas, de todas las que no quisieron venir porque también da miedo de que no lleguemos”.
Así que por cada mujer gritando y marchando, venía un contingente entero de mujeres detrás, de las que siguen invisibles. Con esta fuerza física y esta fuerza moral, como rezaba un letrero levantado en alto: “A esta manada ya nada la para”.
La diversidad en plena primavera
Una de las tácticas del patriarcado “progresista” para dividir y debilitar el movimiento feminista ha sido la de calificarlo como neoliberal, blanco, de clase media-alta. Sin duda, existen grupos con estas características que se autodenominan feministas. Pero lo que se vio en la Ciudad de México este 8 de marzo 2023 desmintió por completo el mito de un movimiento fifi.
Si hubo un rasgo predominante en la marcha fue la juventud, lo cual quiere decir que tenemos una lucha que se está regenerando, reinventando, con una energía incomparable con otras épocas. Llámese la cuarta o la quinta ola, en realidad es un tsunami. Más allá de esto, el tónico fue la diversidad. Marcharon juntas mujeres de muchos sectores—estudiantes, obreras, cis y lesbianas, madres con bebés, mujeres adultas mayores, entre otras.
Micaela contó: “Soy una mujer trans, negra, dominicana que vive a México desde hace diez años y soy parte de la colectiva Frontera, una colectiva terapista. Dice que antes venía mucho a las marchas de 8 de marzo en la ciudad. “Mi última marcha fue 2019, pero dejé de ir a las marchas porque eran marchas muy violentas para las mujeres trans. Siempre había un feminismo hegemónico, transfóbico, institucional, racista que constantemente nos humilla, nos estigmatiza, nos criminaliza, y en esta marcha en específico mi integridad física se vio vulnerada y a partir de esto dejé de asistir a las marchas. Pero hoy regreso justamente porque me doy cuenta que frente este feminismo que nos niega y que niega la pluralidad de las mujeres trans—o sea las mujeres somos de muchas formas, somos negras, cis, trans, comunitarias, racializadas, fronterizas—y que nos niegan a nosotras particularmente, tengo que hacer presencia, porque el silencio no es una opción”. Cuando le pregunto si este año es diferente, dice que el feminismo transfóbico de derecha persiste pero “hay otros grupos de mujeres que son incluyentes, que tienen una visión ampliada, decolonial”.
Esta “visión ampliada” parece ser un proceso evolutivo tras los años. Mujeres de la marcha se acercaron a regalar dulces a las mujeres policías, quienes vieron la marcha con grandes sonrisas en sus caras morenas como si fuera suya, sus escudos decorados con mensajes y pinturas de todos los colores, gracias a la creatividad de las manifestantes. Las manifestantes abrieron paso a los hombres que se atravesaban–al principio con vacilación, después con alivio al ver la actitud de cortesía y respeto. Algunos hombres participaban abiertamente, otros apoyaban, reporteaban o fotografiaban sin contratiempos.
La alegría, sororidad, fuerza y pluralidad marcó la marcha en toda su trayectoria. Llegando a la sede del símbolo del estado patriarcal, el Palacio Nacional, aparentemente preparados para defender su poder, la policía lanzó gases lacrimógenos para defender una marcha ejemplar del ejercicio de la protesta contra la violencia estructural.
Movimientos en proceso
El 8 de marzo en México no sólo suele ser una muestra de fuerza y poder de convocatoria para los movimientos de mujeres, sino también una oportunidad de ver cómo va cambiando y evolucionando el movimiento con los tiempos y los contextos. Las marchas pandémicas reflejaron la crisis sanitaria—reducidas, marcadas por cubrebocas, frustraciones y contenciones. En esta marcha los cambios fueron más sutiles. Primero en las formas organizativas. Las mujeres marcharon, por lo general, en grupos pero no en contingentes. Los días de las formaciones organizadas tras la gran manta y el encabezado de dirigentes jerárquicas ha dado paso a colectivas con pancartas personales hechas a mano, individuas motivadas por su propia historia de vida, estudiantes que se identifican con y por la causa más que con la institución en donde se conocieron.
Se cuidaban entre sí, formando cadenas de manos, o estirando cintas para agarrarse y no perderse en la multitud. Una consigna popular fue “la policía no me cuida, me cuidan mis amigas”. Y así fue.