El humor es la principal arma del irreverente filme. Hay rigor en un guion escrito con hígado, corazón y cerebro.
Una suerte de conventillo alberga al microcosmos de esos Otros que elegimos no ver, o directamente maltratar, por encontrarse desajustados a los cánones de “belleza” y “comportamiento civilizado”. Carmen, la principal protagonista, suma 30 años, pesa algo más de 100 kilos, trabaja en un cine porno, es “la gorda” obsesionada por bajar de peso sometiéndose a onerosos e inservibles métodos de adelgazamiento. Su hermano Honorio, varias veces elegido “Miss Travesti”, prefiere ser llamado Karmen y detesta el entorno en que le ha tocado vivir —malvivir sería un término más conveniente— entretanto busca acopiar los recursos para emigrar a otros lugares donde no sea víctima noche por medio de las tundas de una pandilla homofóbica y pueda finalmente someterse a la operación de cambio de sexo.
La jefa de hogar es la “abu” Carmen, adicta a los estimulantes y al igual que su nieta bloqueada a toda experiencia orgásmica, no obstante haber tenido en su momento atractivos cuyos rastros el tiempo y el desencanto no consiguieron borrar por entero. En el piso de arriba habita Álvaro, rockero de modesto talento pero inmodestas ambiciones de fama e inagotable fogosidad erótica, cuyos atronadores encontronazos son como sal en la herida de los escozores insatisfechos de sus vecinas. Completa el retablo la otra vecina que se encuentra de vuelta de todo y se limita a ver pasar, sin comprender ni juzgar, las idas y venidas de los demás contentándose con eventuales, indescifrables, diálogos a los que aporta una aparente cuota de razonabilidad o resignación.
(Tomado de La Razón, artículo escrito por Pedro Susz)